Sangre Preciosa de Cristo, prenda de nuestra salvación, ten piedad de nosotros

Fuente: FSSPX Actualidad

¿A quién acudimos en busca de un libertador? No es a nosotros mismos, porque conocemos por experiencia nuestra debilidad infinita y la vitalidad indomable de nuestra corrupción.

No es a las potestades de la tierra, pues éstas no tienen ninguna jurisdicción aquí. No es a la filosofía ni a la ciencia, porque en esta circunstancia, ¿qué seguridad pueden ofrecernos?

No es a ningún bienaventurado, sin importar el grado de su santidad, ni tampoco a ninguno de los ángeles, cualquiera que sea su poder, porque el más mínimo pecado es una montaña cuyo peso abrumador es superior a sus fuerzas.

Tampoco será a Aquella que Dios se dignó coronar como Reina de la Creación, la Gloriosa e Inmaculada María, porque ni siquiera su santidad puede satisfacer por el pecado, y el brillo de su pureza no puede borrar la mancha indeleble.

No podemos tampoco pedir nuestra liberación directamente a la indulgencia y compasión de Dios mismo; porque, en su infinita sabiduría, decretó que no podía haber remisión de los pecados sin efusión de sangre.

Por tanto, la Preciosa Sangre de Jesucristo es nuestra única salvación. Gracias a la inmensidad de sus méritos, a los inagotables tesoros de sus satisfacciones, al poder irresistible que ejerce su inefable belleza sobre la justicia y cólera de Dios, y, finalmente, a la amorosa combinación de su inestimable valor y de su prodigalidad misericordiosa, es que fuimos sacados de las profundidades de nuestra miseria, reconciliados con Dios y que merecimos el favor de Nuestro Padre celestial.