
Los obispos canadienses han reiterado una vez más su condena a la eutanasia, al tiempo que el Senado aprobó un proyecto de ley que amplía la práctica del suicidio asistido en el país.
"Nuestra posición sigue siendo inequívoca: la eutanasia y el suicidio asistido son simple y llanamente un asesinato deliberado, que viola los mandamientos de Dios y socava nuestro deber fundamental de cuidar a los miembros más débiles y vulnerables de la sociedad".
Fue en estos términos que la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá (CCCB) condenó, en un comunicado de prensa publicado el 9 de abril de 2021, la aprobación por parte del Senado del Proyecto de Ley C-7, que amplía los criterios de la eutanasia.
Desde el 17 de marzo, en la tierra del maple, la candidatura al suicidio asistido ya no está reservada solo para aquellos pacientes que se enfrentan a una muerte inexorable, sino que se ofrece a cualquier persona cuyo sufrimiento psicológico haya llegado a un nivel considerado "intolerable".
Es esta vaguedad mantenida deliberadamente en la nueva ley -una puerta abierta a todos los abusos imaginables- la que denuncia Monseñor Richard Gagnon, arzobispo de Winnipeg y presidente de la CCCB.
Según sus palabras, la nueva ley "ejercerá una presión potencialmente destructiva sobre los pacientes con enfermedades mentales o discapacidades, de tal modo que no encontrarán otra salida más que poner fin a sus vidas".
Pero aunque una de las batallas parece perdida, la guerra está lejos de terminar, y los prelados canadienses tienen la intención de movilizar sus tropas: "es urgente que los fieles estén informados, que renueven su participación dondequiera que estén, y unan fuerzas (...) para seguir presionando a nuestros representantes electos en estos temas sociales", señalaron.
Como exhortación final, la CCCB exhortó a los fieles católicos: "Como obispos, los acompañamos a través de la oración, pidiéndoles que permanezcan vigilantes contra una 'cultura de la muerte' que continúa erosionando la dignidad de la vida humana en nuestro país".
Ciertamente, la dignidad de la criatura humana, creada a imagen de Dios, queda completamente desfigurada por una ley de este tipo. Pero son sobre todo los derechos de Dios los que están siendo atacados. El destino de cada hombre depende de la Providencia divina. El suicidio y la eutanasia se niegan, con diabólica brutalidad, a reconocer nuestra dependencia de Dios en todas las cosas.
Esta es la razón más fundamental por la que los católicos rechazan este tipo de leyes de la muerte.