Entrevista con un futuro cardenal

Noviembre 06, 2020
Origen: fsspx.news
Monseñor Marcello Semeraro, a la derecha, en un foro LGBT "cristiano"

El 21 de octubre Monseñor Marcello Semeraro, actual obispo de Albano, exsecretario del C7 y nuevo prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, respondió a las preguntas del diario La Repubblica. Durante la entrevista, habló acerca de la posición del Papa Francisco sobre la unión civil entre personas del mismo sexo.

Cuatro respuestas, cuatro breves respuestas fueron suficientes para que Monseñor Semeraro se contradijera fuertemente, relegara los textos recientes del Magisterio a la categoría de "obsoletos" e hiciera una afirmación condenada por el Syllabus de Pío IX, sin olvidar el uso abundante de doble discurso.

Un "nuevo camino"

El prelado comenzó admitiendo que "esta es quizá la primera vez" que Francisco ha hablado de manera tan explícita de su aceptación, e incluso promoción de las uniones civiles entre homosexuales. Pero luego agregó de inmediato que solo está siguiendo "un camino ya abierto", en particular por Amoris Laetitia.

Efectivamente, siguiendo este razonamiento, la exhortación postsinodal ya contenía la semilla de esta afirmación. Monseñor Semeraro no especifica de qué forma está contenida esta semilla, pero efectivamente, Amoris Laetitia nos enseña que cualquier unión donde haya amor es buena en sí misma, sin importar el vínculo legal que pueda darle una especie de plenitud. La conclusión implícita es simple: es por la misma puerta abierta a los divorciados vueltos a casar que pueden entrar las uniones homosexuales.

Cuando se le preguntó sobre la naturaleza de este "camino", el futuro cardenal se tornó muy evasivo, incluso críptico. Comenzó a salirse por la tangente diciendo una trivialidad tras otra: "los nombres son más importantes que los adjetivos... la gente cuenta más que sus determinaciones históricas". Luego, de repente, pasó a un tema completamente diferente: "Todos, incluidos los homosexuales, tienen derecho a la ciudadanía dentro de la Iglesia".

Pero no se trata de la Iglesia, se trata de la sociedad política. No se trata del bautismo, ni de la fe, ni de la caridad, se trata del lugar que ocupa el matrimonio en la sociedad. O, al contrario, el lugar que se le da hoy a lo opuesto al matrimonio con más o menos fuerza: unión libre, convivencia legal o unión civil de personas del mismo sexo.

El arte de hablar sin decir nada

Para hacerse entender, Monseñor Semeraro comenzó a decir absurdos, explicando que las premisas no deben ir más allá de las conclusiones: no debemos hacer que Francisco diga lo que no dice.

El periodista obviamente no etendió lo que dijo y le pidió francamente al futuro cardenal que le explicara lo que Francisco no está diciendo. Los pensamientos del obispo se perdieron en un laberinto: el Papa sabe lo que dice, es fiel a la doctrina, conoce el Catecismo de la Iglesia... y luego afirmó que el matrimonio no es algo meramente legal para la Iglesia. Y el Papa no lo niega.

Haciendo un esfuerzo por comprender, Monseñor Semeraro quiso decir que Francisco no equipara la unión entre personas del mismo sexo con el matrimonio. Puede que haga bien en tranquilizarnos, pero está insinuando que esto es lo que podría haberse entendido...

Totalmente desconcertado, el periodista terminó diciendo que las palabras del Papa están "a años luz de ciertas posiciones tomadas en el pasado".

El remate final

La última respuesta comenzó con una suerte de negación de la naturaleza misma de la Iglesia, similar a la última proposición condenada por el Syllabus que dice: "El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y comprometerse con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna".

El prelado afirmó de hecho: "Pero la sociedad también ha cambiado mucho, y en consecuencia la Iglesia". Si habla de la Iglesia formada por hombres, que ha cambiado con los años, ¿por qué no? Pero si quiere hablar de la constitución divina de la Iglesia, sus dogmas, su fe y su disciplina, entonces la afirmación es verdaderamente asombrosa y, francamente, huele a herejía.

Este desarrollo eclesial es suficiente para causar vértigo. Para constatarlo, basta recordar un texto firmado por el cardenal Joseph Ratzinger, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un texto que sólo retoma la teología tradicional para aplicarla a la situación actual.

G. K. Chesterton

Francisco y el futuro cardenal frente al cardenal Ratzinger y Juan Pablo II

Nos referimos a las  "Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales", texto publicado el 3 de junio de 2003 y aprobado por Juan Pablo II, quien se mantuvo firme en cuestiones morales. El objetivo de este documento era evitar el reconocimiento legal de las uniones del mismo sexo, proporcionando argumentos a obispos y políticos.

Después de un recordatorio sobre el matrimonio y sobre el desorden objetivo que constituye la inclinación homosexual, el texto retoma la actitud hacia las uniones ya mencionadas. La conclusión del número 5 es clara: "En aquellas situaciones donde las uniones homosexuales han sido legalmente reconocidas, (...) la oposición clara y enfática es un deber. Hay que abstenerse de todo tipo de cooperación formal en la promulgación o aplicación de leyes tan gravemente injustas y, en la medida de lo posible, de cooperación material en el nivel de su aplicación".

El siguiente capítulo proporciona argumentos "contra el reconocimiento legal de las uniones homosexuales" en varios aspectos. Según la oposición a la razón correcta: "La legalización de las uniones homosexuales estaría destinada por lo tanto a causar el obscurecimiento de la percepción de algunos valores morales fundamentales y la desvalorización de la institución matrimonial".

Según el orden biológico y humano también, porque "en las uniones homosexuales están completamente ausentes los elementos biológicos y antropológicos del matrimonio y de la familia que podrían fundar razonablemente el reconocimiento legal de tales uniones. Estas no están en condiciones de asegurar adecuadamente la procreación y la supervivencia de la especie humana".

Según el orden social: "No atribuir el estatus social y jurídico de matrimonio a formas de vida que no son ni pueden ser matrimoniales no se opone a la justicia, sino que, por el contrario, es requerido por esta".

Finalmente, en el orden legal: "Dado que las parejas matrimoniales cumplen el papel de garantizar el orden de la procreación y son por lo tanto de eminente interés público, el derecho civil les confiere un reconocimiento institucional. Las uniones homosexuales, por el contrario, no exigen una específica atención por parte del ordenamiento jurídico, porque no cumplen dicho papel para el bien común".

El capítulo final anima a los políticos a adoptar una línea moral firme contra los intentos legales de reconocer las uniones homosexuales. Precisa lo siguiente: "Si todos los fieles están obligados a oponerse al reconocimiento legal de las uniones homosexuales, los políticos católicos lo están en modo especial, según la responsabilidad que les es propia".

Como resultado, "el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley" sobre las uniones homosexuales. "Conceder el sufragio del propio voto a un texto legislativo tan nocivo del bien común de la sociedad es un acto gravemente inmoral".

Así, lo que estaba moralmente prohibido hace 17 años, bajo pena de pecado grave para el cardenal Ratzinger y Juan Pablo II, ahora está permitido e incluso alentado según Monseñor Semeraro, eco fiel de Francisco. Ya no es una evolución, sino una revolución.

Dejamos la conclusión en manos de Chesterton, quien en su libro "Charles Dickens" escribió: "No queremos una Iglesia que siga al mundo. Queremos una Iglesia que guíe al mundo".