La Santísima Virgen y los cuarenta días

Abril 17, 2021
Origen: fsspx.news

En el relato evangélico no se menciona a la Santísima Virgen desde la sepultura de Jesús hasta Pentecostés.

¿Es posible que estuviera ausente en el momento de las revelaciones del Cristo resucitado? ¿Es posible que este silencio implique que María no tuvo nada que ver con la obra salvadora de Cristo? Entre la multitud de pruebas que demuestran la presencia oculta e infinitamente discreta de María en el centro de la obra de la redención, mencionaremos uno de ellos.

Antes de su resurrección, Jesús había llamado a los suyos “amigos” (Juan 15:15), y con más ternura aún, “hijos” (Marcos 10:24) e “hijitos míos” (Juan 13:33). Pero sólo a partir de su resurrección, Jesús los llama “hermanos míos”: “ve a mis hermanos” (Juan 20:17); “id y decid a mis hermanos” (Mateo 28:10). Esta palabra expresa lo que tienen en común, la profunda unión del vínculo familiar y la igualdad de derechos y deberes.

El Señor no podría haber utilizado un título más cautivador, que exprese mejor la unión amorosa con Él y el parentesco espiritual al que los llama.

“Hermanos míos”: esta palabra es también la expresión típica de su divina y amorosísima misericordia, la respuesta de su inagotable bondad divina, de su amorosa benignidad por la fidelidad de los suyos. Y esto en el preciso momento en que la distancia entre su desaliento, su negación, su huida y la resurrección de Jesús en el nuevo estado de gloria y triunfo se había acrecentado.

Ante su incredulidad y sus dudas, Jesús no duda en llamarlos con la palabra más inspiradora y tierna: “hermanos”.

Pero si son sus hermanos, entonces son hijos de María. Precisamente porque se han convertido en hijos de María, ahora los llama “hermanos míos”. Y entendemos por qué nuestro Señor no los llamó así antes de su Pasión, porque sólo al pie de la Cruz María se convirtió verdaderamente en su Madre: “he aquí a tu Hijo – he aquí a tu Madre”.

Por eso, con la mirada puesta en su Madre, Jesús se dirige a ellos como a sus hermanos, dándoles las instrucciones necesarias durante los cuarenta días posteriores a su resurrección.

Es bajo el patronato de su Madre que prepara a sus “hermanos” para su misión de ir al mundo entero en su Nombre para anunciar la Verdad y ofrecer la Vida.

Y cuando asciende al Cielo después de los 40 días, sus hermanos se verán cubiertos para siempre por la protección de su Madre, que se ha convertido también en la Madre de ellos, es decir, fuente de aliento y de consolación en sus trabajos apostólicos, de consuelo y de misericordia maternal en las horas más oscuras de su vida misionera.

Nosotros también tenemos el privilegio de ser “hermanos de Jesús” por nuestro bautismo. Así, también nos habla a nosotros en este tiempo de Pascua: “Sois mis hermanos, porque os he dado a mi Madre como Madre vuestra. ¡No lo olvidéis nunca!”