
Permítanme abandonar un momento mi escrito para profundizar en estos pensamientos, y decirles que la pureza de María no sólo fue el tesoro confiado a su casto esposo, sino que también le pertenecía.
Le perteneció a través de su matrimonio, le perteneció a través de la castidad con que la protegió. ¡Oh virginidad fructífera! Perteneciste a María, pero también a José. María la consagró, José la preservó y ambos la presentaron al Padre eterno como un tesoro resguardado por sus esfuerzos comunes.
Así como participó tan plenamente en la santa virginidad de María, también participó en su fruto: por eso Jesús es su Hijo, no precisamente según la carne, sino que es su Hijo según el espíritu, por razón del vínculo virginal que lo une a su Madre.
San Agustín dice: "Es debido a su fiel unión que ambos merecen ser llamados los padres de Cristo". ¡Oh misterio de pureza! ¡Oh bendita paternidad! ¡Oh luces incorruptibles que brillan sobre el matrimonio!
- Jacques-Bénigne Bossuet, Primer Panegírico de San José