
Publicada el año de su muerte, esta magnífica obra concluye con estilo la obra de Jean Anouilh.
La historia es bien conocida. El rey de Inglaterra quiere divorciarse, pero el Papa niega su permiso. Enrique VIII decide separar la Iglesia de Inglaterra de Roma y convertirse en su cabeza. Todos deben prestar juramento a este cisma y pocos se niegan. Para ellos, está el hacha del verdugo.
Tomás Moro es uno de ellos, y no cualquiera, ya que era lord canciller de Inglaterra. Enrique VIII, deslumbrado por su inteligencia y su honestidad, lo amaba sobre todo.
Hará cualquier cosa para convencer a su amigo y fracasará. Sin embargo, Tomás duda a veces, no porque dude de sus derechos y de su conciencia, sino porque tiene miedo, como todos los demás.
Superará esta tentación y encontrará la paz del alma: "Pasé la noche asustado, hijo Ruppert", le dice a su yerno, "no tengo tanto valor, lo sabes. Pero esta mañana ya no tengo miedo. Es maravilloso haber llegado a este claro inundado de luz, al final del miedo... Somos hombres libres".
Margaret, su amada hija, va a verlo a la cárcel para convencerlo de que prestara juramento: "Se ha dicho, que debemos dar a César lo que es de César". Se necesitaba más para perturbar al futuro mártir: "Lo que es de César, pero cuando César quiere tomar otra cosa, tiene que haber uno -casi siempre basta con uno- que diga que no".
El hombre libre va a morir feliz y Enrique VIII comienza su sangriento viaje.
Encontramos en esta obra temas ya discutidos con Becketou Antigone: la conciencia justa a costa de la vida o la fuerza para resistir un mal aceptado por casi todos. Obviamente esto es algo de todas las épocas.
Esta lectura también puede ser la ocasión para ver la hermosa película de Fred Zinnemann "Un hombre para la eternidad", que cuenta la historia de Tomás Moro con gran sobriedad y precisión.