21 de noviembre de 1974 – 2024

Fuente: FSSPX Actualidad

Celebramos el 50 aniversario de la Declaración de monseñor Lefebvre en la que se exponen las razones de fondo de la postura de la Fraternidad San Pío X en el contexto posterior al Concilio Vaticano II.

1. El año 2024 es el quincuagésimo aniversario de la Declaración del 21 de noviembre de 1974, en la que monseñor Lefebvre expuso en letras de oro las razones profundas de la postura que sigue manteniendo la Fraternidad San Pío X en el contexto posterior a Vaticano II.

Estas razones son las siguientes: obediencia a las enseñanzas del Magisterio; rechazo de los errores contrarios a estas enseñanzas, tal como surgieron en el Concilio Vaticano II y posteriormente; resistencia a los actos de los representantes de la autoridad en la Iglesia, cuando estos últimos imponen estos errores.

2. La razón más profunda de todas, la razón fundamental que es la raíz de todas las demás, es la obediencia exigida a todo católico por las enseñanzas y directrices del Magisterio eclesiástico, el Magisterio confiado por Nuestro Señor al Apóstol San Pedro y, a través de él, a todos los que le suceden en la Sede de Roma.

"Nos adherimos de todo corazón y con toda nuestra alma a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esa fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad". Esta obediencia es, en efecto, la condición absolutamente necesaria para la profesión de la fe salvífica.

En efecto, si la fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida y recibida con la gracia del bautismo, su ejercicio depende de su objeto, y es el Magisterio instituido por Cristo el que debe indicárnoslo, en nombre de Dios, declarándonos con autoridad cuáles son las verdades esenciales para el acto de nuestra fe.

Como recordaba de nuevo Pío XII en 1950, "este Magisterio, en materia de fe y de costumbres, debe ser para todo teólogo la regla próxima y universal de la verdad, puesto que el Señor Cristo le ha confiado el depósito de la fe -la Sagrada Escritura y la Tradición divina- para que lo conserve, lo defienda y lo interprete [1]".

3. La segunda razón es la primera consecuencia, inevitable, de la primera, ante hechos que estamos obligados a constatar. La consecuencia de la sumisión a la verdad es el rechazo del error contrario y, por tanto, la obediencia a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia tiene como consecuencia el rechazo de todo lo que contradiga esas enseñanzas.

Y los hechos están ahí: el error contrario a las enseñanzas del Magisterio se ha inmiscuido en la predicación de los hombres de Iglesia, en el Vaticano II y desde entonces. "Por el contrario", continúa monseñor Lefebvre, "nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante, que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que de él surgieron.

Aquí, el rechazo es la consecuencia necesaria de la obediencia. El hecho probado es que una tendencia neomodernista y neoprotestante "se ha manifestado claramente": sí, claramente. La oposición entre las enseñanzas del Concilio Vaticano II y las del Magisterio anterior es clara, aunque solo sea en las directrices prácticas que de ellas se desprenden, y a fortiori en los pasajes clave del Concilio relativos a la libertad religiosa [2], el ecumenismo [3] y la colegialidad [4].

4. La tercera razón se desprende de las dos primeras: si la obediencia al Magisterio eclesiástico nos manda rechazar los errores contrarios a las verdades hasta ahora enseñadas con autoridad, la misma obediencia nos manda resistir a la acción de los hombres de la Iglesia que quisieran imponer esos errores en nombre de una falsa obediencia.

"Ninguna autoridad", dice monseñor Lefebvre, "ni siquiera la más elevada en la jerarquía, puede obligarnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica, claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos".

"Por eso, sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento alguno, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal a la luz del magisterio de siempre, convencidos de que no podemos rendir mayor servicio a la Santa Iglesia católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones futuras".


[1] Pío XII, Encíclica Humani generis 12 de agosto de 1950, AAS, t. XLII (1950), p. 567.
[2] Declaración Dignitatis humanae, n° 2.
[3] Decreto Unitatis redintegratio, n° 3; constitución Lumen gentium, n° 8.
[4] Constitución Lumen gentium, n° 22.

5. Y es aquí donde monseñor Lefebvre basa sus afirmaciones en el precepto dado por el Apóstol San Pablo. "Si aconteciere", dice San Pablo en su epístola a los Gálatas, “que nosotros mismos” - que nosotros mismos, dice San Pablo; no es solo si un ángel viene del cielo, porque a veces se olvidan estas palabras: si nosotros mismos o un ángel del cielo: si nos aut angelus de cælo.

"Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema". San Pablo se hace a sí mismo anatema si enseña cosas nuevas, si enseña algo que antes no enseñaba. ¿No es esto lo que el Santo Padre nos repite o debería repetirnos hoy?

"Y si, por tanto, se manifiesta aparentemente alguna contradicción en sus palabras o en sus hechos, así como en las actas de los dicasterios, ¡entonces elegimos lo que siempre se ha enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructivas de la Iglesia!"

6. En su Comentario a este pasaje de la Epístola a los Gálatas [5], Santo Tomás de Aquino hace las siguientes precisiones. "Hay tres clases de enseñanza: la de los filósofos que siguen la razón natural; la Revelación del Antiguo Testamento comunicada por los ángeles (Gal, III, 19); la Revelación del Nuevo Testamento dada inmediatamente por Dios (Jn, I, 18; Hb, 1,2).

"La enseñanza del hombre puede ser cambiada y revocada por otro hombre que tenga mejor conocimiento; la enseñanza de la Antigua Ley revelada por el ángel puede ser completada por Dios; pero la enseñanza revelada directamente por Dios no puede ser modificada, ni por el hombre ni por el ángel.

"Aquí dice el Apóstol que la doctrina del Evangelio, inmediatamente revelada por Dios, es de una dignidad tan grande que si un hombre o un ángel predica algo distinto de lo que ha sido expuesto en ese Evangelio, es anatema, es decir, debe ser arrancado y expulsado".

"Por lo tanto, si sucede que un hombre o un ángel dice lo contrario de lo que Dios ha revelado, no es su palabra la que está en contra de la doctrina revelada, sino que es la doctrina revelada la que está en contra de su palabra, pues quien ha pronunciado tal palabra debe ser excluido y expulsado de la comunión basada en esta doctrina".

7. Recordemos esta idea, que es muy importante: "Si aconteciere que un hombre o un ángel dice lo contrario de lo que Dios ha revelado, no es su palabra la que está en contra de la doctrina revelada, sino que es la doctrina revelada la que está en contra de su palabra". Es la doctrina revelada, ya comunicada a los hombres a través del Magisterio divinamente instituido, la que juzga esta palabra contraria.

Esta explicación del Doctor Angélico coincide exactamente con el criterio expuesto por monseñor Lefebvre en una homilía pronunciada en Écône el 22 de agosto de 1976: "Y cuando se nos dice: 'Usted juzga al Papa, juzga a los obispos", respondemos que no somos nosotros quienes juzgamos a los obispos, es nuestra fe, es la Tradición. Es el pequeño catecismo de siempre.

"Un niño de cinco años con su catecismo podría muy bien contestar a su obispo, si su obispo viniera a decirle: 'Lo que se dice sobre la Santísima Trinidad, que hay tres Personas en la Santísima Trinidad, es mentira'. Este niño con su catecismo dice: 'Pero mi catecismo me enseña que hay tres Personas en la Santísima Trinidad. Usted se equivoca. Yo tengo razón".

Este niño tiene razón, porque toda la Tradición y toda la fe están con él. Y nosotros hacemos esto y no otra cosa, por eso decimos que la Tradición les condena. La Tradición condena lo que se está haciendo actualmente [6]".

8. Es verdad -decíamos, recordando la enseñanza de Pío XII- que el Magisterio de la Iglesia, en materia de fe y de moral, debe ser para todo teólogo la regla próxima y universal de la verdad. Esta regla es la de la proposición del Magisterio, a partir de la cual los teólogos, y con ellos todos los fieles, reciben la Palabra revelada por Dios, el depósito de la fe.

Y en tiempos normales, es la proposición actual, en la medida en que esta proposición permanece en perfecta homogeneidad con la proposición hecha hasta ahora por el Magisterio, a lo largo del pasado. De este modo, el Magisterio podría describirse como un eco ininterrumpido.

Se dice que es "vivo" en contraste con la Revelación, de la que se dice que está "terminada" o "cerrada", y el Magisterio es vivo tomado como tal, es decir, no como el Magisterio actual del Papa de la época presente, sino como siendo lo que es, desde el tiempo de los Apóstoles hasta el fin del mundo.

Este Magisterio vivo es la regla de la verdad en materia de fe y de moral. Lo es en su predicación actual, en la medida en que es el eco inalterado de todas las predicaciones pasadas.


[5] Comentario a la Epístola de San Pablo a los Gálatas, capítulo I, versículo 8, lección II, n° 25.
[6] Instituto Universitario San Pío X, Vaticano II. La autoridad de un Concilio en cuestión, capítulo XI: “Obediencia verdadera y falsa: la fe no pertenece al Papa”, n° 13, 2006, p. 35–36.

9. Estamos obligados a constatar que hoy, la predicación actual de los hombres de la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II, lejos de hacerse eco de la del Magisterio vivo de la Iglesia, está en contradicción con ella. Existe, pues, una deficiencia que debe llevarnos a apoyarnos en toda la predicación pasada del Magisterio vivo de la Iglesia, en la Tradición de veinte siglos, para seguir conservando la fe protegiéndonos contra los errores.

Y este es el criterio expuesto por San Pablo, explicado por Santo Tomás: la doctrina revelada por Dios y ya propuesta por el Magisterio vivo de la Iglesia es la que está en contra de la palabra de los eclesiásticos de hoy, la que juzga y condena la nueva palabra de Vaticano II.

10. Monseñor Lefebvre subraya a continuación la gravedad de estos errores, que afectan en particular a los fieles por la aplicación de la reforma litúrgica. "No se puede modificar profundamente la lex orandi, es decir, la liturgia, sin modificar la lex credendi.

Con una nueva misa viene un nuevo catecismo, un nuevo sacerdocio, nuevos seminarios, nuevas universidades, una Iglesia carismática, pentecostal, todas estas cosas se oponen a la ortodoxia y al Magisterio de siempre. Como esta reforma procede del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada, sale de la herejía y acaba en la herejía, aunque todos sus actos no sean formalmente heréticos".

11. La resistencia es esencial, en nombre de la obediencia al Magisterio vivo de la Iglesia, en nombre del eco ininterrumpido de la predicación de Cristo y de los Apóstoles. "Es, pues, imposible que ningún católico consciente y fiel adopte esta reforma y se someta a ella en lo absoluto.

"La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico a aceptar la Reforma. Es por ello que nos atenemos firmemente a todo lo que ha sido creído y practicado respecto a la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia hasta 1962, antes de la influencia nefasta del Concilio Vaticano II.

Y haciendo esto, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de mantenernos fieles a la Iglesia Católica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los “fieles dispensadores de los misterios de Nuestro Señor Jesucristo in Spiritu Sancto”.

12. Al hacerlo, ¿no están monseñor Lefebvre y la Fraternidad poniendo en tela de juicio la indefectibilidad de la Iglesia? ¿Acaso la célebre observación formulada constantemente por el exarzobispo de Dakar ("Nos vemos obligados a constatar") no significa que la institución establecida por Jesucristo ha fracasado y se ha negado su naturaleza divina?

Una vez comprendido en qué consiste exactamente la indefectibilidad de la Iglesia, la objeción desaparece por sí sola. Todo radica en la distinción fundamental entre, por una parte, la institución misma de la Iglesia, que es una institución divina y, por tanto, indefectible, y, por otra parte, los actos de los hombres de la Iglesia que representan esta institución.

El fracaso, si lo hay, no concierne a la Iglesia como tal, considerada en su Magisterio, sino a algunos de los actos realizados por ciertos miembros de su jerarquía que han roto con la Tradición y que desgraciadamente ocupan puestos de poder en la Iglesia. 

Pero la Iglesia permanece inquebrantable, gracias a la valiente resistencia de todos aquellos que se oponen a las reformas resultantes del Concilio y se aferran firmemente "a todo lo que se creía [...] hasta 1962, antes de la influencia nefasta del Concilio Vaticano II".

13. Además, monseñor Lefebvre habla precisamente no de otra Roma, de una Roma herética o cismática, de una Roma neomodernista o neoprotestante, sino de una Roma "de tendencia" neomodernista y neoprotestante. Esta expresión no se refiere a la Iglesia como tal, sino a aquellos que dentro de la Iglesia empujan a las almas hacia los errores que una vez fueron condenados.

Padre Jean-Michel Gleize