50° aniversario de la Misa Nueva: Dom Guéranger y el movimiento litúrgico (5)

Fuente: FSSPX Actualidad

L'abbaye de Solesmes, restaurée et rendue célèbre par Dom Guéranger

Hace medio siglo, el Papa Pablo VI impuso a toda la Iglesia una reforma litúrgica en nombre del Concilio que acababa de terminar. Así nació la misa del Concilio Vaticano II. Esta última fue rechazada de inmediato por dos cardenales y, desde entonces, la oposición en su contra no ha disminuido. Este triste aniversario constituye una oportunidad para relatar su historia.

Antes de examinar la reforma litúrgica de Pablo VI y la Misa Nueva, es necesario explorar la historia del misal romano, ya que esta reforma afirma ser una continuidad con el pasado, lo cual es absolutamente cuestionable. Una retrospección histórica nos ayudará a comprender la falsedad de esta afirmación.

Los cuatro primeros artículos de esta serie nos llevaron hasta el siglo XIX, con Dom Guéranger y su magnífica obra de restauración de la liturgia romana, preludio y comienzo del movimiento litúrgico. Sin embargo, en la obra del fundador de Solesmes, hay un pasaje notable que encaja perfectamente en el estudio de la Misa nueva.

Herejía antilitúrgica

En el capítulo 14 del primer libro de las Instituciones Litúrgicas, Dom Guéranger describe como herejía el espíritu antilitúrgico en sus diversas manifestaciones. Con este término, que el Padre Lacordaire desaprobaba debido a que lo entendía en su sentido estricto, Dom Guéranger no se refería a la negación o el rechazo de las verdades de fe reveladas.

Bajo el nombre de herejía antilitúrgica, Dom Guéranger hace referencia a un espíritu, una actitud que "va en contra de las formas de culto". Procede, esencialmente, de la negación y la destrucción, incluyendo cualquier transformación que altere hasta el punto de la desfiguración. Siempre tiene su origen en una razón profunda, que atenta contra las creencias mismas, debido al íntimo vínculo entre la liturgia y el credo.

Dom Guéranger no duda en llamar sectarios a aquellos que trabajan para destruir la liturgia, sin importar la época. Es cierto que, en la mayoría de los casos, no es un grupo organizado, pero dado que su acción tiene el mismo origen, Dom Guéranger no duda en agruparlos bajo el nombre general de secta.

El autor de las Instituciones Litúrgicas descubre las primeras manifestaciones de esta herejía antilitúrgica en Vigilancio, un sacerdote galo nacido alrededor del año 370, que criticó el culto a las reliquias de los santos, así como el simbolismo de las ceremonias, atacó el celibato de los ministros sagrados y la vida religiosa, "con el fin de mantener la pureza del cristianismo".

Dom Guéranger recorre la historia de la Iglesia y se detiene en el protestantismo, al que señala como la quintaesencia de la herejía antilitúrgica. Por esta razón, propone una sistematización de este espíritu en doce puntos. El interés fundamental de esta descripción es proporcionar un medio seguro para eliminar esta herejía donde se encuentre oculta, y una clave para comprender la revolución litúrgica emprendida por el Concilio Vaticano II.

Un espíritu innovador que rechaza la Tradición 

"La primera característica de la herejía antilitúrgica es el odio a la Tradición en las fórmulas del culto divino". La razón es clara: "Cualquier sectario que desee introducir una nueva doctrina, se encontrará inexorablemente en presencia de la Liturgia, que es la Tradición en su máxima expresión, y no descansará hasta haber silenciado esta voz, hasta desgarrar una a una estas páginas que esconden la fe de siglos pasados". Al querer introducir sus doctrinas perniciosas, el modernismo no podía ignorar la liturgia: tenía que corromperla o habría fracasado.

El segundo principio, según Dom Guéranger, es querer reemplazar las fórmulas de estilo eclesiástico con lecturas de las Sagradas Escrituras. Esto permite silenciar la voz de la Tradición, algo que la secta teme por sobre todas las cosas; y proporciona una manera de propagar sus ideas a través de la negación o la afirmación. A modo de negación: "pasando en silencio, mediante una astuta elección, los textos que expresan la doctrina y se oponen a los errores que queremos preponderar; a modo de afirmación: destacando pasajes truncados que muestran solo un lado de la verdad".

Este principio se aplicó en el Novus ordo missae promulgado por Pablo VI: añadiendo textos de las Sagradas Escrituras, por un lado, y eliminando o modificando las muy antiguas y venerables oraciones del misal romano, por el otro. Este punto merece un libro aparte. Citamos cuatro ejemplos: la eliminación del ofertorio romano, considerado una "duplicación"; la expresión de desprecio por las cosas de este mundo - despicere terrena -, que aparecía al menos 15 veces en el Misal tridentino y solo una vez en el nuevo Misal; la desaparición de la mención del alma en la misa de réquiem; y, finalmente, la eliminación de una parte del Kyrie.

El tercer principio consiste en la elaboración e introducción de diversas fórmulas para fomentar las innovaciones. Este es el caso de los tres nuevos cánones de la Misa de la reforma de Pablo VI. El segundo canon es una peligrosa reconstrucción de una oración antigua compuesta por un autor presentado como San Hipólito, pero, hasta la fecha, no se sabe realmente quién la escribió. El canon número 4 fue escrito en su totalidad por un liturgista, que terminó su obra sentado en la mesa de un bistró. Cabe mencionar también el cambio introducido en los ritos de los siete sacramentos: todos fueron modificados. ¡Algo nunca visto en la historia de la Iglesia!

El cuarto principio de los defensores de la secta antilitúrgica es "una contradicción habitual con sus propios principios". Es necesario citar todo el pasaje, ya que describe nuestras liturgias modernas. "En consecuencia, todos los sectarios, sin excepción, comienzan reclamando los derechos de antigüedad [que Pío XII condenó como "arqueologismo"]; desean únicamente los aspectos primitivos, y pretenden llevar la institución cristiana de vuelta a sus orígenes. Con este fin, reducen, eliminan, sustraen: nada se salva de sus golpes, y cuando esperamos ver el culto divino reaparecer en su pureza original, resulta que solo nos encontramos ante nuevas fórmulas que se remontan al día anterior, incuestionablemente humanas, dado que sus autores aún están vivos".

Le cardinal Louis-Edouard Pie, grand ami et soutien de Dom Guéranger

Un espíritu racionalista

El quinto principio busca "eliminar del culto divino todas las ceremonias y fórmulas que expresan los misterios". Se sabe que los neo-liturgistas querían volver "accesible" la liturgia promoviendo la "participación activa". Dom Guéranger continúa: "Ya no hay un altar, sino simplemente una mesa; no hay sacrificio, como si se tratara de cualquier otra religión, sino solo una cena; no más iglesia, solo un templo, como entre los griegos y los romanos; no más arquitectura religiosa, pues se eliminaron los misterios; ya no hay pinturas ni esculturas cristianas, dado que no hay ninguna religión sensible; finalmente, se elimina la poesía en un culto que no está animado por el amor o la fe". La locura iconoclasta que surgió después del Concilio es el testimonio irrefutable que confirma este análisis. La verdadera arquitectura y el arte litúrgico han pagado las consecuencias.

El sexto principio establece que la eliminación de los misterios produce "la extinción completa del espíritu de oración llamado unción en el catolicismo". La revolución litúrgica posconciliar produjo un debilitamiento de la fe y, con ello, un agotamiento de la piedad, que se verificó por el vertiginoso declive de la práctica sacramental.

El séptimo principio excluye el culto a la Virgen María y a los santos. Este principio, que ilustra perfectamente lo que sucedió en el protestantismo, no se ha expresado con el mismo vigor en la reforma actual. Sin embargo, en las liturgias modernas, existe una depreciación del culto mariano y del culto a los santos, así como de las formas en que se manifiestan. Debido al profundo apego de algunas regiones católicas a estas devociones, su manifestación sigue siendo limitada y variable según el lugar.

El octavo principio es formulado de la siguiente manera por Dom Guéranger: "Dado que uno de los principales propósitos de la reforma litúrgica es la abolición de los actos y fórmulas místicas, la consecuencia necesaria es que sus autores tuvieron que exigir el uso de la lengua vernácula en el culto divino. Evidentemente, este es uno de los puntos más importantes para los sectarios". El monje benedictino continúa: "Seamos sinceros, es un golpe maestro del protestantismo haber declarado la guerra a la lengua sagrada; si pudiera destruirla exitosamente, su triunfo sería considerable. Ofreciéndose a las miradas profanas, como una virgen deshonrada, la liturgia, a partir de ese momento, perdería su carácter sagrado, y la gente pronto descubriría que no vale la pena interrumpir su trabajo o diversión para ir a escuchar a alguien hablar como si estuviera hablando en la plaza pública". Sería conveniente que las autoridades eclesiásticas se dignaran reconocer que la advertencia del fundador de Solesmes fue profética.

Consecuencias privadas y sociales

En el noveno principio, el autor muestra que "al eliminar de la liturgia el misterio que humilla la razón, el protestantismo tuvo cuidado de no olvidar las consecuencias prácticas, es decir, la liberación de la fatiga e incomodidad que las prácticas de la liturgia imponen en el cuerpo (...) No más ayunos, abstinencias ni genuflexiones durante la oración; no más oraciones canónicas que el ministro del templo pueda recitar en nombre de la Iglesia". El resultado es la disminución en el "total de oraciones públicas y particulares".

El décimo principio rechaza el poder papal. Si bien este rechazo es categórico y definitivo en el protestantismo, no es menos intenso entre los modernistas. Hoy, la corriente que busca despojar al papado de sus prerrogativas -que ya está trabajando a través de los textos del Concilio sobre la colegialidad-, ha retomado su vigor con la complicidad del propio Papa, cuya intención siempre es "descentralizar".

El undécimo principio establece que la herejía antilitúrgica necesita "destruir de hecho y en principio todo el sacerdocio". Nuevamente, el protestantismo fue radical en este punto. Sin embargo, el modernismo, al asimilar el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ordenado, distinguiéndolos solo como grados del mismo sacerdocio, logra un resultado muy similar. Entre los protestantes, solo hay laicos, porque ya no hay una liturgia sagrada. Entre los modernistas, los sacerdotes actúan casi a la par con la asamblea en una liturgia desfigurada.

El duodécimo principio corresponde a la sumisión del protestantismo a los poderes temporales, a través de la pérdida del centro unificador, es decir, Roma y el Papa. En el modernismo, el resultado es una fuerza centrífuga que tiende a separar las iglesias nacionales unas de otras. Esto se materializa en el lenguaje litúrgico traducido a la lengua vernácula, en los poderes cada vez más descentralizados, en el espíritu democrático que se infiltra bajo la apariencia de sinodalidad. Una implementación a gran escala de este principio se está llevando a cabo actualmente en Alemania a través del "camino sinodal".

Su profundo conocimiento de la liturgia católica y su gran amor por ella, permitieron a Dom Guéranger comprender toda su grandeza, e identificar las constantes del espíritu antilitúrgico. Su obra ofrece un diagnóstico sumamente valioso para nuestro tiempo, testigo de una verdadera rabia destructora de la liturgia católica.