50° aniversario de la Misa Nueva: la constitución apostólica "Veterum Sapientia" (21)

Fuente: FSSPX Actualidad

Después de la muerte de Pío XII, el 9 de octubre de 1958, las voces de los conclavistas recayeron sobre Angelo Giuseppe Roncalli, cardenal-patriarca de Venecia, y exnuncio apostólico en Francia. Roncalli tenía 76 años, y tomó el nombre de Juan XXIII.

La elección del papa Roncalli parecía ser un compromiso y una transición. Como sucede a menudo durante los cónclaves, hubo muchas negociaciones detrás de escena. Peter Hebblethwaite1, uno de los mejores biógrafos de Juan XXIII, hace un excelente relato de ellas.

Un Papa anunciado

Parece que el cardenal Roncalli estaba bien consciente de su probable elección cuando ingresó al cónclave. Además, había trabajado activamente en ello. Su biógrafo escribe al respecto este encantador pasaje: "Muchos años más tarde, Roncalli escribiría que aceptó el honor y el peso del pontificado 'con la alegría de poder decir que no hice nada para atraerlo, realmente nada; por el contrario, me esforcé cuidadosa y concienzudamente para no proporcionar ningún argumento a mi favor' (Diario, p. 503). No tenemos motivos para dudar de la sinceridad del papa Juan. Pero él mismo aplica estos comentarios únicamente al cónclave en sí. En el período anterior al cónclave, estuvo tan activo como cualquier otro2".

Su convicción de que sería elegido se refleja en la entrevista concedida a Giulio Andreotti, periodista y estadista, en la víspera del cónclave. Andreotti era entonces Ministro de Hacienda. Al término de esta entrevista, este último estaba convencido, más allá de toda duda, de que acababa de hablar con el próximo Papa. Tan es así, que llamó por teléfono inmediatamente al personal editorial de su revista, Concretezza, para pedir que pusieran únicamente la fotografía de Angelo Roncalli en la portada, y no se equivocó.

Un papa de transición muy emprendedor

El cardenal Roncalli fue elegido Papa porque parecía el candidato ideal para garantizar una transición. Era lo suficientemente mayor como para no permanecer en el trono de Pedro demasiado tiempo -de hecho, reinó menos de 5 años- y no se le consideraba ni progresista ni conservador. Un hombre neutral, que podía favorecer al candidato del ala reformista, el arzobispo de Milán: Giovanni Battista Montini. Este último, que no era cardenal en ese entonces, tenía muy pocas posibilidades de ser elegido.

Pero aquel que solo debía mantener a flote la barca de Pedro hasta las próximas elecciones, resultaría un Papa sumamente emprendedor. Elegido el 28 de octubre de 1958, anunció, para sorpresa de todos, tres meses después, el 25 de enero de 1959, su intención de convocar un concilio general o ecuménico. También anunció la celebración de un sínodo para la diócesis de Roma, que debería llevarse a cabo al año siguiente.

La constitución Veterum sapientia

El 22 de febrero de 1962, el mismo año de la apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII promulgó la constitución apostólica Veterum sapientia "sobre el uso de la lengua latina". Esta constitución proporciona un caso de libro de texto para ilustrar la forma en que la tormenta conciliar eliminó, de la noche a la mañana, las tradiciones más venerables de la Iglesia latina.

En esta constitución, el papa Juan XXIII comienza alabando enormemente la lengua latina. Después de demostrar la contribución de la literatura antigua a la preparación providencial del Evangelio, agrega: "En esta diversidad de lenguas sobresale, sin duda, la nacida en el Lacio, que llegó a ser luego un admirable instrumento de la propagación del cristianismo en Occidente. Pues, por una especial providencia de Dios, esta lengua, que había agrupado durante muchos siglos a tantos pueblos bajo la autoridad del imperio romano, se convirtió en la lengua propia de la Sede Apostólica y, conservada para la posteridad, une entre sí, con estrecho vínculo de unidad, a los pueblos cristianos de Europa".

Es por eso que "la Sede Apostólica ha procurado siempre conservar con celo y amor la lengua latina, y la ha juzgado digna de usarla como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las leyes Santísimas, en el ejercicio de su sagrado magisterio, y de hacerla usar a sus ministros".

El Papa continúa enumerando y explicando las tres cualidades que le otorgan su preeminencia al latín: "la Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones, y estando destinada durar hasta el fin de los siglos, exige por su misma naturaleza una lengua universal, inmutable y no popular".

Lengua universal para comunicarse con todos los pueblos; lengua inmutable, para expresar y fijar con precisión la verdad católica; lengua noble, porque es la de la Iglesia católica, fundada por Cristo. Por eso, "la lengua latina, que podríamos llamar con razón católica (...) debe ser guardada como un tesoro... de incomparable valor, como una puerta que pone en contacto directo con las verdades cristianas transmitidas por la tradición y con los documentos de la doctrina de la Iglesia, y, finalmente, un lazo eficacísimo que une en admirable e inalterable continuidad la Iglesia de hoy con la de ayer y la de mañana".

Por esta razón, Juan XXIII promulga diversas medidas "para que se mantenga plenamente el antiguo e ininterrumpido uso de la lengua latina y, donde haya caído en abandono, sea absolutamente restablecido". A continuación, enlista en ocho puntos estas medidas:

El respeto escrupuloso de estas reglas en las casas de formación. La prohibición de escribir contra el uso de la lengua latina "tanto en la enseñanza como en los ritos sagrados de la Liturgia". La obligación de aprender con seriedad el latín antes de comenzar los estudios eclesiásticos. El restablecimiento de los estudios de latín en los seminarios que lo hubieran abandonado. La obligación de enseñar en latín en seminarios y universidades católicas. La creación de una Academia de la lengua latina para garantizar el progreso del latín, en particular mediante la adaptación de nuevos términos surgidos en las lenguas vernáculas. La necesidad de la enseñanza del griego -al cual está estrechamente relacionado el latín-, en las escuelas católicas, desde los grados inferiores. La composición por la congregación de seminarios y universidades de un programa en latín, que se pueda adaptar a las diversas situaciones en la Iglesia universal.

El documento concluye de manera solemne: "Queremos y mandamos, con nuestra autoridad apostólica, que quede todo firme y sancionado definitivamente, y que ninguna otra prescripción, concesión o costumbre, aun digna de especial mención, tenga vigor en contra de cuanto aquí se ordena".

El teólogo Romano Amerio señala lo siguiente: "el Papa atribuyó a este documento una importancia muy especial. Lo promulgó en San Pedro, en presencia de los cardenales y de todo el clero romano, una solemnidad que no ha tenido igual en la historia del siglo XX3". El Papa firmó la constitución apostólica en el altar de la confesión de San Pedro.

¿Cuál fue el resultado?

Este texto, acogido con beneplácito por los verdaderos "romanos", no tendría ningún futuro. Romano Amerio resume lo que sucedió: "La reforma de los estudios eclesiásticos se encontró con la oposición de distintos flancos, especialmente el alemán (...); así, esta reforma fue aniquilada en poco tiempo. El Papa, que al principio insistió en su empeño, dio órdenes de no exigir su ejecución".

Todos los que estaban dispuestos a implementar las disposiciones del texto hicieron lo mismo, y la constitución apostólica Veterum sapientia quedó rápidamente en el olvido. El Concilio Vaticano II no la menciona ni una sola vez, ni siquiera cuando aborda el tema del aprendizaje del latín durante los estudios eclesiásticos, en el decreto Optatam sobre la formación de sacerdotes (n. 13), donde incluso se hace referencia a un texto de Pablo VI. La constitución sobre la liturgia tampoco dice nada al respecto.

Romano Amerio concluye diciendo: "No hay otro ejemplo en toda la historia de la Iglesia de un documento tan solemne que haya sido arrojado a las Gemonías tan rápidamente". Este hecho emblemático ayuda a comprender las premisas del drama que se desarrollaba en el Vaticano después de la decisión de convocar al Concilio. Preparado de manera ejemplar durante dos años, sería saboteado, por instigación de ciertos cardenales, y con el consentimiento explícito del Papa. Fue así que, con excepción de uno solo, todos los esquemas preparados para el Concilio fueron rechazados, del mismo modo que había sido enterrada la constitución apostólica sobre el latín.

  • 1Peter Hebblethwaite, Jean XXIII, Le pape du concile, Bayard, 2000.
  • 2Hebblethwaite, p. 302.
  • 3Romano Amerio, Iota Unum, NEL, 1987, p. 56.