Aquí yace la España católica

Monseñor Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal de España
Una transformación insidiosa sacude los cimientos de España. El pasado 31 de marzo, durante la apertura de la 127ª asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de España (CEE), monseñor Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE, hizo un diagnóstico tan lúcido como alarmante: "Se acabó el tiempo en el que se podía decir: soy católico porque nací en España".
Durante siglos, España ha sido un bastión del catolicismo. Desde la Reconquista hasta la segunda mitad del siglo XX, pasando por la evangelización de América, la Iglesia católica ha moldeado la historia, la cultura y las costumbres del país. Hasta tal punto que ser español era, casi por definición, ser católico, como aún atestiguan las procesiones de Semana Santa en Andalucía.
Sin embargo, esta conexión visceral entre la nación y la fe parece estar desmoronándose hoy en día, aquí como en otros lugares, arrastrada por los vientos de una modernidad que está rediseñando los contornos de la identidad española. Monseñor Argüello, en su discurso inaugural, hizo un amargo balance. Ante los obispos reunidos, el prelado mencionó una "creciente secularización" que aleja a las nuevas generaciones de la Iglesia. Las cifras hablan por sí solas.
Según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), menos del 20% de los españoles acude regularmente a misa, y la mayoría de la población se declara ahora "no practicante" o "sin religión". Si bien España sigue siendo, sobre el papel, un país donde más del 90% de los habitantes son católicos bautizados, esta pertenencia se reduce cada vez más a una tradición formal, vacía de su sentido espiritual.
¿Cómo explicar esta desafección? La transición política, iniciada tras la muerte del general Francisco Franco en 1975, marcó un punto de inflexión decisivo: hasta entonces, la Iglesia había sido un pilar de la sociedad, con un estatus privilegiado y una influencia omnipresente.
Pero la Constitución de 1978, al consagrar el laicismo del Estado —aprobado e incluso fomentado por una jerarquía católica todavía embriagada por las ilusiones liberales del Concilio Vaticano II—, abrió el camino a una separación progresiva entre lo temporal y lo espiritual. Las reformas sociales que siguieron —la legalización del divorcio, el matrimonio homosexual, el aborto— se percibieron como afrentas a la doctrina católica, lo que abrió una brecha entre la Iglesia y una sociedad ávida de nuevas libertades.
Si a esto le sumamos el impacto de la globalización y la revolución digital, el vaso se desborda: los jóvenes españoles, conectados con el mundo, se inspiran más en los modelos seculares de Europa del Norte o de Estados Unidos que en las tradiciones de sus antepasados. Ante esta constatación, el actual presidente de la Conferencia Episcopal parece estar preparando las mentes para una reorganización del tejido parroquial capaz de asegurar la supervivencia del catolicismo.
"Nunca ha sido posible ser cristiano en solitario", insiste, subrayando la importancia de construir comunidades capaces de transmitir la fe en un mundo escéptico. Para el arzobispo, el reto consiste en proponer una 'formación integral del corazón', que combine espiritualidad, caridad y compromiso social, para devolver a la Iglesia su relevancia en una sociedad en transformación.
Un objetivo que se enfrenta a desafíos concretos, porque si las obras católicas de beneficencia, como Caritas, desempeñan un papel crucial en la ayuda a los más desfavorecidos, no están exentas de ciertas desviaciones: "Corremos el riesgo de que nuestras organizaciones, tan dependientes del Estado de bienestar, sus normas y sus subvenciones, ofrezcan solo una versión debilitada del amor cristiano y se confundan con ONG burocráticas", señala el arzobispo de Valladolid.
Otro tema espinoso para la CEE es la polémica surgida en torno a la "resignificación" del Valle de los Caídos, un gigantesco monumento conmemorativo erigido bajo el franquismo. Este lugar, donde descansan miles de víctimas de la Guerra Civil, se ha convertido en un punto de crispación entre los defensores de la memoria histórica y aquellos que ven en él la reliquia de un pasado autoritario. La Iglesia, que gestiona el lugar a través de la abadía benedictina fundada allí, se encuentra en el centro del debate.
Durante la asamblea plenaria de obispos, los manifestantes enarbolaron pancartas denunciando al actual arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo, de sensibilidad progresista, acusado de traicionar la memoria de los "mártires" franquistas al apoyar un proceso de "resignificación" —o más bien de reescritura de la historia— iniciado por la coalición de extrema izquierda en el poder.
"Debemos ser puentes, no muros", reaccionó monseñor Argüello, teniendo cuidado de no ir demasiado lejos en un tema tan candente como un cielo de verano en España...
Fuente: Catholic News Agency – FSSPX.Actualités
Imagen: Iglesia en Valladolid, CC BY-SA 2.0, via Wikimedia Commons