De Chartres a Roma pasando por París

La cúpula de Los Inválidos y la de San Pedro de Roma
Más de 6,000 peregrinos inscritos para salir de Chartres la víspera de Pentecostés, cerca de 9,000 en la plaza Vauban de París, tres días después. ¿Cuántos serán en Roma los días 19, 20 y 21 de agosto próximos? ¡Porque París es solo una etapa! Iremos hasta Roma "por nuestra Madre la Santa Iglesia" y por las vocaciones que tanto necesita la Iglesia.
Ya el lunes de Pentecostés, frente a la cúpula de San Luis de los Inválidos, veíamos, como en una superposición, la cúpula de San Pedro de Roma con la columnata de Bernini acogiendo con los brazos abiertos a la procesión de miles de peregrinos, venidos de todo el mundo para rezar en la tumba del primer papa.
Sin embargo, había una sombra en este itinerario hacia Roma: la peregrinación de Chartres a París fue magnífica, pero, como cada año, los medios de comunicación la ignoraron y todos los obispos guardaron silencio, unánimemente mudos.
Para ellos, esos miles de peregrinos de Francia, Europa y ultramar eran invisibles: caminaban valientemente por las llanuras de la Beauce, pero ellos no los veían; rezaban y cantaban en voz alta, pero ellos no los oían. La causa de esta ceguera y sordera no es física, sino ideológica.
Desde hace sesenta años, en nombre de la apertura de la Iglesia al mundo moderno secularizado, se promueve una pastoral que entierra lo sagrado, con una liturgia reformada, un catecismo revisado y una moral alineada con el espíritu de la época. Esta pastoral que entierra el tesoro bimilenario de la Iglesia es un fracaso evidente: desde hace sesenta años, vacía los seminarios, las parroquias y... ¡las colectas!
Hoy, los artífices de esta reforma se ven golpeados por una justicia inmanente: ¡los sepultureros se sepultan a sí mismos! A fuerza de enterrar lo sagrado —supuestamente "tridentino", incluso "constantiniano"—, son sus cabezas, su juicio, lo que hunden en las arenas movedizas de la modernidad.
Y su pastoral del entierro se convierte en una pastoral del avestruz: tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen.
Están mitrados, mudos ante estas familias jóvenes y numerosas que, con su simple presencia, manifiestan la vitalidad de la Tradición bimilenaria y, por el contrario, la esterilidad de una reforma agotada, caduca como el optimismo beatífico de los "Treinta Gloriosos" en los que se inspiró y con los que ahora comparte su triste destino.
Las reformas conciliares dicen estar dictadas por los "signos de los tiempos presentes", pero están marcadas sobre todo por los signos del paso del tiempo: la caducidad y la obsolescencia.
En Roma, este verano, proclamaremos públicamente nuestra adhesión "a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad" [Monseñor Lefebvre, Declaración del 21 de noviembre de 1974].
Profesaremos nuestro amor por nuestra Madre la Santa Iglesia, firmemente establecida sobre la roca de Pedro, y no empantanada en la arena de las ideologías cambiantes. Con toda nuestra alma, pediremos a Dios esas vocaciones que las almas hoy tanto necesitan.
Padre Alain Lorans
Fuente: Dici n° 457 – FSSPX.Actualités)
Imagen 1: Daniel Vorndran / DXR, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons
Imagen 2: Photo: Myrabella / Wikimedia Commons