Chesterton o la paradoja decapante

Chesterton en su oficina
Chesterton nació hace 150 años. Su obra es siempre una respuesta relevante a los errores contemporáneos; su estilo paradójico sigue siendo impertinente frente a los ídolos actuales.
A aquellos que quieren ver la santidad solo como humanitarismo teñido de religiosidad, Chesterton responde que un santo “no es lo que la gente quiere, sino lo que la gente necesita”.
En otras palabras, el santo no es lo que la gente quiere subjetivamente: es decir, aquello que corresponde a sus deseos caprichosos. El santo es lo que el hombre objetivamente necesita: lo que corresponde a los profundos anhelos de su alma eterna.
Para el célebre apologista británico: "Un santo es un remedio porque es un antídoto". Por su pureza, su pobreza y su obediencia a la voluntad de Dios, es el contraveneno a la triple concupiscencia que caracteriza el espíritu del mundo: "Todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de la mirada y el orgullo de la vida, no viene del Padre, sino del mundo” (1 Jn 2,16).
A quienes quieren edulcorar la santidad, Chesterton pide "que no malinterpreten estas palabras dirigidas a los primeros santos: 'Ustedes son la sal de la tierra'", y no duda en afirmar que los santos son "definitivamente personas incongruentes e incompatibles".
Al estar en el mundo, sin ser del mundo, parecen “incongruentes” a la gente mundana, porque, de hecho, son “incompatibles” con sus ideas volátiles y su moral voluble. Y advierte: "La referencia a la sal de la tierra es tan aguda, astuta y penetrante como el sabor mismo de la sal". Ahora bien, "si la sal se hace insípida ¿con qué se le volverá su sabor?"
Chesterton constata esta evidencia que los partidarios conciliares de la apertura de la Iglesia al mundo no han podido ver desde hace 60 años: "Si el mundo se vuelve demasiado mundano, la Iglesia puede predicarle. Pero si la Iglesia se vuelve demasiado mundana, no podrá ser reprendida adecuadamente por la mundanidad del mundo".
Estos hombres de la Iglesia que quieren seducir al mundo moderno – porque en el fondo están seducidos por él – adaptan el mensaje evangélico, adoptan el discurso dominante: ecológico, climatológico, filantrópico…, pero no teológico, ¡menos aún dogmático!
Chesterton no considera este horror a los dogmas como un progreso, sino como una regresión mental, cercana al reino vegetal: "la inconsciencia de la hierba", precisa, señalando con razón: "los árboles no tienen dogmas. Los nabos tienen una mentalidad singularmente amplia".
Los mundanos se ríen y dicen que es divertido. ¡No! Chesterton es mordaz: la rutina perezosa de las ideas acordes con el espíritu de los tiempos, la pátina sucia de los viejos errores, nada se le resiste.
Padre Alain Lorans
Fuente: Dici n° 445 – FSSPX.Actualités
Imagen: Domaine public via Wikimedia Commons