Consagrarse al Sagrado Corazón

Fuente: FSSPX Actualidad

La fiesta del Sagrado Corazón se celebrará dentro de una semana. Y ahora que llega a su fin el jubileo del Sagrado Corazón, durante el cual hemos celebrado los 350 años de las apariciones de Paray-le-Monial, que comenzó el 27 de diciembre de 2023 y terminará el día de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el 27 de junio, es bueno recordar las palabras llenas de esperanza del papa León XIII en la encíclica Annum Sacrum.

"Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufría la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultáneamente signo y causa de la amplísima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinísimo: el Sacratísimo Corazón de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor.

"En él debemos poner todas nuestras esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres, y es de él de quien debemos esperarla". Pío XI comentaba así estas palabras en la encíclica Miserentissimus Redemptor: "Y con razón, Venerables Hermanos. Porque ¿acaso no contienen este signo eminentemente propicio y la forma de devoción que de él se deriva la síntesis de la religión?"

Y añade: "Mas, entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eterna bondad de Dios. Después que nuestro Salvador, movido más que por su propio derecho, por su inmensa caridad para nosotros, enseñó a la inocentísima discípula de su Corazón, Santa Margarita María, cuánto deseaba que los hombres le rindiesen este tributo de devoción, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombiére, la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos particulares, después las familias privadas y las asociaciones y, finalmente, los magistrados, las ciudades y los reinos".

La continuación, escrita hace casi cien años, es de una actualidad urgente: "Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro, por las maquinaciones de los impíos, se llegó a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor y a declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: 'No queremos que reine sobre nosotros'.

"Por esta consagración que decíamos, la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: 'Es necesario que Cristo reine - Venga su reino'. 

Por lo tanto, parece que la consagración al Corazón de Jesús, tanto de personas como de instituciones, es un medio privilegiado para trabajar por el reino de Cristo y participar en "la restauración de todo en Cristo". Veamos, pues, en qué consiste tal consagración. Para ello, nos basaremos en el Doctor Común de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino.

La consagración, un acto de la virtud de la religión

Si buscamos en Santo Tomás qué es una consagración, veremos rápidamente que lo que él llama así no es lo que entendemos habitualmente por esta palabra. Lo que nosotros llamamos consagración, Santo Tomás lo llamaría sin duda devoción. Consagrarse al Sagrado Corazón es dedicarse a su servicio: "Os invito —escribe Santa Margarita María— a hacer una donación total de todo vuestro ser, espiritual y corporal, de todo lo que podáis hacer y hayáis hecho".

Ahora bien, para Santo Tomás, la devoción es precisamente el acto por el cual "uno se entrega prontamente al servicio de Dios"; es "una ofrenda de uno mismo a Dios para servirle1". La prontitud de esta entrega indica su totalidad y radicalidad: en efecto, Dios recibe una ofrenda de toda nuestra persona. Es un acto de la virtud de la religión, que brota a la vez de la gratitud que debemos tener por el amor de Dios, de la obediencia debida a su autoridad soberana y de la reverencia debida a su grandeza.

Para la consagración específica al Sagrado Corazón, sin excluir otros motivos, se destaca sobre todo el de la gratitud por los bienes recibidos: en efecto, el Corazón de Jesús es el símbolo de su amor: consagrarse a este amor es un medio privilegiado para responderle.

Nada que perder, todo por ganar

Santo Tomás lo dice, hablando de la virtud de la religión: "Damos testimonio de honor y reverencia a Dios, no por su propio beneficio, ya que Él está lleno de gloria, a la que la criatura no puede añadir nada, sino por el nuestro. Porque reverenciar y honrar a Dios es, en realidad, someter a Él nuestra mente, que encuentra en ello su perfección2". La consagración es una entrega desinteresada a Dios, pero cuyo primer beneficiario es el propio hombre.

Darse al Corazón de Jesús, decidir orientar toda la vida a buscar su gloria y responder a su amor, es un acto de abandono. La persona consagrada ya no se pertenece: su vida – y, sobre todo, su destino eterno – está en las mejores manos posibles.

Puede verse, entonces, la consagración al Sagrado Corazón como una especie de intercambio o contrato, resumido en la célebre frase de Nuestro Señor: "Ocúpate de mí y yo me ocuparé de ti". Puesto que el alma consagrada pertenece al Corazón de Jesús, todas sus preocupaciones legítimas se convierten en preocupaciones del propio Cristo, quien sabrá resolverlas del mejor modo según el plan divino: "¿Por qué os turbáis agitándoos así?

"Confiadme vuestros problemas y todo se apaciguará. En verdad os digo: todo acto de abandono verdadero, confiado y total en mí produce el efecto que deseáis y resuelve las situaciones difíciles. Abandonarse a mí no significa angustiarse, preocuparse y desesperarse para luego dirigirme una oración agitada esperando que actúe según vuestro deseo; sino que significa transformar esa agitación en oración.

"Abandonarse es cerrar con calma los ojos del alma, apartar la mente de toda tribulación y confiarme plenamente, diciéndome: 'Te lo confío. Encárgate tú por mí'. (...) Vosotros, en el sufrimiento, oráis para que yo actúe. Pero oráis para que actúe como vosotros queréis. No os abandonáis verdaderamente a mí, sino que queréis que me adapte a vuestras ideas.

"No sois enfermos que piden un tratamiento al médico, sino que se lo sugerís. No hagáis eso, sino orad como os enseñé en el Padre Nuestro: 'Santificado sea tu Nombre', es decir, que sea glorificado en esta necesidad mía; 'Venga tu Reino', es decir, que todo lo que me sucede contribuya a tu Reino, en nosotros y en el mundo".

Vivir concretamente la consagración

La devoción —y, por tanto, la consagración— no es un acto cualquiera; es la raíz de otras acciones. Así, consagrarse al Sagrado Corazón no es un acto puntual. Es la decisión de honrarlo, de conocerlo y darlo a conocer, de amarlo y hacerlo amar mediante acciones más concretas. Algunos ejemplos de medios que el alma consagrada pondrá en práctica:

"La oración: es decir, pedir continuamente al Cielo que venga mi Reino (…). Pedirlo en la iglesia, en la casa, en la calle, durante tu trabajo diario: “¡Corazón de Jesús, que venga tu Reino!' Esta es la súplica que nunca deberías olvidar; repítela diez, veinte, cincuenta, cien, doscientas veces al día, hasta que te sea familiar".

"El sacrificio: en primer lugar, pasivo o de aceptación. ¿Cuántas molestias, hastíos, tristezas, amarguras grandes o pequeñas soportas cada día? Yo también las he soportado. ¡Pues bien! Sopórtalas tú en silencio y, si puedes, con alegría (…) ¡Cuántas cruces se pierden inútilmente entre los hombres! (…) En segundo lugar, el sacrificio activo, es decir, la mortificación. Procura acostumbrarte a no dejarte vencer nunca por tus defectos, ni siquiera en las cosas pequeñas.

"Ocupaciones: Muchas personas dicen que no pueden trabajar por mi Reino porque siempre están ocupadas, como si los deberes de su estado y las obligaciones de su trabajo, bien cumplidos, no pudieran ser verdaderas obras apostólicas.

"Propagación: A veces podrías prestar tu apoyo a ciertas obras de mi divino Corazón: recomendar tal o cual práctica a quienes te rodean; convencerles, si sabes cómo hacerlo, para que se entreguen a mí como tú mismo lo habrás hecho. Y si te cuesta hablar, un folleto o una hoja pueden cumplir esa función (…). ¡Cuántas almas han sido ganadas por estos misioneros desconocidos3!"

La consagración, fruto de la meditación

Santo Tomás vincula la devoción —que aquí llamamos consagración— con la meditación y la contemplación. En este sentido, interesa especialmente a quienes han hecho Ejercicios espirituales. Dejemos que él mismo nos explique este vínculo: "Como se ha dicho, la devoción es un acto de la voluntad que se entrega con prontitud al servicio de Dios. Todo acto de voluntad procede de una cierta visión del entendimiento, ya que el objeto de la voluntad es el bien percibido por la inteligencia. (…)

"Concluimos necesariamente que la meditación es causa de la devoción, en tanto que engendra en nosotros la convicción de que debemos entregarnos al servicio divino. A ello conducen dos tipos de consideraciones: unas, tomadas de la bondad divina y de sus beneficios, como dice el Salmo 72: “Para mí, el bien es estar junto a Dios, y poner en el Señor mi esperanza.” Esta consideración despierta el amor, causa próxima de la devoción.

"Otro tema de meditación se toma de nosotros mismos y de la conciencia de nuestras deficiencias, que nos obligan a apoyarnos en Dios, según el Salmo 120: 'Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?' Esta visión hace rechazar la presunción, que al hacernos confiar en nuestras propias fuerzas, nos impide someternos a Dios4".

La bondad divina y la miseria humana, he aquí las dos grandes realidades en las que debe profundizar el alma cristiana por la meditación, para comprender la necesidad de entregarse a Dios. El antiguo ejercitante reconocerá aquí dos grandes temas de la primera semana de los Ejercicios, que culminan en la entrega de la propia persona al servicio de Cristo Rey, preludio de la segunda semana.

También se ve, a través de estas líneas de Santo Tomás, la misma idea que ya hemos mencionado: que la devoción —aquí entendida como consagración— es una entrega de sí mismo a Dios para servirle, y que de este don se esperan los beneficios del auxilio divino. El cristiano que entrega su alma en manos de Dios le ofrece, ante todo, el homenaje de su persona, pero también se pone a salvo, pues Dios cuida con celo lo que le pertenece.

Por otra parte, una observación del Doctor Angélico nos orienta hacia la consagración específica al Sagrado Corazón. Explica por qué "la devoción se despierta más intensamente por la consideración de la Pasión de Cristo y de los demás misterios de su humanidad, que por la contemplación de la grandeza divina": "Lo que concierne a la divinidad debería, más que cualquier otra cosa —en sí mismo— suscitar el amor, y por consiguiente la devoción, ya que Dios es el objeto supremo del amor.

Pero, a causa de su debilidad, el espíritu humano —así como necesita ser guiado de la mano para alcanzar el conocimiento de las cosas divinas— también necesita ser conducido al amor divino por medio de realidades sensibles. La primera de ellas es la humanidad de Cristo: “Para que, conociendo a Dios bajo una forma visible, seamos atraídos al amor de lo invisible”, como dice el Prefacio de Navidad. Contemplar la Humanidad de Cristo es, por tanto, el medio por excelencia para despertar la devoción5.

La humanidad de Cristo es el medio privilegiado para alcanzar el amor de Dios. Y ese amor de Dios manifestado en Nuestro Señor es su Corazón. Por otra parte, el Corazón de Jesús también nos habla de su infinita misericordia que viene a suplir nuestra miseria. Ahora bien, como hemos dicho, la devoción nace tanto de la consideración de la bondad de Dios como de nuestra indigencia.

Por tanto, la consagración al Sagrado Corazón —por la cual uno se entrega a Dios por medio de su Corazón, en el que encuentra descanso— aparece como un gran medio (por no decir el medio por excelencia) de vivir la devoción tal como la define Santo Tomás.

La alegría en la persona consagrada

Santo Tomás de Aquino concluye su estudio del acto de devoción (que creemos, recordemos, es equivalente a lo que llamamos consagración) comentando esta frase de la liturgia de Cuaresma, que pide que "la santa devoción regocije a quienes han sido mortificados por el ayuno". La consagración es, por tanto, causa de alegría.

Volvamos a recordar que uno se consagra al Sagrado Corazón en agradecimiento por su amor y para encontrar en Él el refugio más seguro; la consagración brota de la contemplación de la bondad de Dios y de nuestra miseria.

"Ahora bien, la consideración de la bondad de Dios se refiere a aquello que la voluntad busca al entregarse a Él, y esta visión va acompañada de alegría". Someterse a Dios al consagrarse a Él es abrirle el alma para que Él la colme. El recuerdo del fin que se persigue es causa de una profunda alegría llena de Esperanza. Una alegría de este tipo desborda en la pequeña Teresa de Lisieux cuando se consagra al Amor misericordioso (es decir, en cierto sentido, al Sagrado Corazón):

"¡Oh Dios mío! Trinidad Bienaventurada, deseo Amarte y hacerte Amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia salvando las almas que están en la tierra y [liberando] a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que me has preparado en tu Reino; en una palabra, deseo ser Santa, pero siento mi impotencia y te pido, oh Dios mío, que seas tú mismo mi Santidad.

"¡Te doy gracias, oh Dios mío!, por todas las gracias que me has concedido, especialmente por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Con alegría te contemplaré en el último día llevando el cetro de la Cruz; ya que te has dignado darme en participación esta Cruz tan preciosa, espero en el Cielo parecerme a Ti y ver brillar en mi cuerpo glorificado los sagrados estigmas de tu Pasión (…).

"Después del exilio de la tierra, espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero acumular méritos para el Cielo, quiero trabajar solo por tu Amor, con el único fin de complacerte, de consolar tu Sagrado Corazón y de salvar almas que te amen eternamente. (…).

"A fin de vivir en un acto de perfecto Amor, me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, suplicándote que me consumas sin cesar, dejando desbordar en mi alma los torrentes de ternura infinita que se encierran en Ti, y que así me convierta en Mártir de tu Amor, ¡oh Dios mío! (…).

"Que este martirio, después de haberme preparado para comparecer ante Ti, me haga finalmente morir y que mi alma se lance sin demora en el eterno abrazo de tu Misericordioso Amor. (…).

Quiero, oh mi Bienamado, a cada latido de mi corazón, renovarte esta ofrenda un número infinito de veces, hasta que, disipadas las sombras, pueda decirte de nuevo mi Amor en un Cara a Cara Eterno".

La consideración de nuestra miseria, que nos invita a consagrarnos al Corazón de Jesús, es en sí misma triste, pero esta tristeza se resuelve en la consolación serena que aporta la Esperanza en el auxilio divino. Esta paz se expresa claramente en la conclusión de la consagración al Sagrado Corazón del Padre La Colombière:

"Siento en mí un gran deseo de agradarte y una gran impotencia para lograrlo sin una gran luz y un auxilio muy particular que no puedo esperar más que de Ti. Realiza en mí tu voluntad, Señor. Me opongo a ella, bien lo siento, pero me parece que desearía no oponerme.

"A Ti te corresponde hacerlo todo, Divino Corazón de Jesucristo. Tú solo recibirás toda la gloria de mi santificación, si llego a ser santo, esto me parece más claro que el día; pero será para Ti una gran gloria, y solo por eso deseo la perfección".

La consagración al Sagrado Corazón de Santa Margarita María

Estas consideraciones sobre la consagración al Corazón de Jesús nos han permitido ver, relacionándola con la devoción de la que habla Santo Tomás de Aquino, que se trata del don pronto, es decir, total y completo, de nuestra persona a Dios por medio de su Sagrado Corazón, símbolo de su amor misericordioso e infinito; es la mejor respuesta a su amor y a la queja del Padre La Colombière: "Él ama y no es amado".

De esta ofrenda sincera y vivida resulta una gran seguridad, ya que el Sagrado Corazón cuida con especial esmero de lo que le pertenece. Como dice Santa Margarita María: el Sagrado Corazón "tendrá cuidado de santificarnos en la medida en que nosotros tengamos cuidado de glorificarlo".

Esta consagración es fruto de la meditación y fuente de la alegría cristiana

Dado que el ejemplo es la mejor invitación a consagrarse —tanto de manera personal como familiar—, terminemos con la consagración al Sagrado Corazón de Santa Margarita María:

"Yo (Nombre), me dedico y consagro al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo, le entrego mi persona y mi vida, mis acciones, penas y sufrimientos, para no querer servirme de ninguna parte de mi ser sino para honrarle, amarle y glorificarle. Esta es mi voluntad irrevocable: ser toda de Él y hacerlo todo por su amor, renunciando de todo corazón      a todo cuanto pueda disgustarle. 

"Te tomo, pues, Corazón divino por el único objeto de mi amor, el protector de mi vida, la seguridad de mi salvación, el remedio de mi fragilidad y de mi inconstancia, reparador de todas las faltas de mi vida, y mi asilo en la hora de la muerte. Sed entonces, oh Corazón de bondad, mi justificación ante Dios Padre, y apartad de mí los golpes de su justa Cólera.

"Oh Corazón de Amor, pongo toda mi confianza en Vos, porque temo todo de mi debilidad, pero espero todo de vuestra bondad. Consumid en mí, pues, todo lo que pueda desagradaros o resistiros; que vuestro puro Amor se imprima tan profundamente en mi corazón, que jamás pueda olvidaros ni separarme de Vos; os lo suplico por toda vuestra bondad, que mi nombre esté escrito en Vos, ya que quiero poner toda mi felicidad en vivir y morir como vuestro esclavo".

Amén.

  • 1

    II-II, q.82, a.1, c.

  • 2

    II-II, q.81, a.7, c.

  • 3

    Padre Florentino Alcañiz, s.j., Consagración personal al Sagrado Corazón de Jesús, p. 23 y siguientes.
    Este hermoso folleto en francés está disponible de forma gratuita con solo solicitarlo, escribiendo al correo electrónico: [email protected]
    o por correo postal a la siguiente dirección:

    Association Reine de la Paix
    2 rue du Château – BP 24 –
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  • 4

    II-II, q. 82, a.3, c.

  • 5

    II-II, q.82, a.3, ad.2