Consideraciones sobre la encíclica Fratelli tutti (1)

Saint François chez le Sultan
La última encíclica del Papa Francisco, titulada Fratelli tutti, ya ha provocado algunos comentarios, pero el interés que ha suscitado no ha sido generalizado, sino todo lo contrario. Sin duda, la actual emergencia sanitaria y las noticias estadounidenses han desviado la atención. Pero la causa también podría estar relacionada con su contenido.
Para dar un primer paso, debemos detenernos en el tercer párrafo de la encíclica, que requiere un análisis detenido. En este texto, el Papa relata un episodio muy conocido en la vida de San Francisco de Asís: su visita al sultán Malik-el-Kamil en Egipto. Francisco le da la siguiente interpretación:
"Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las Cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, San Francisco fue al encuentro del sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que, sin negar su identidad, cuando fueran 'entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios'. En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno 'sometimiento', incluso ante quienes no compartían su fe.
La primera regla de los frailes menores
La cita está tomada de lo que se conoce como la "Primera Regla de los frailes menores". De hecho, es la segunda regla escrita por San Francisco, pues el texto de la primera regla se perdió.
La cita del Papa está extraída del capítulo 16, titulada: "De los que van entre los sarracenos y otros infieles". San Francisco empieza precisando que "todos aquellos hermanos que por inspiración divina quieran ir entre los sarracenos y otros infieles, van allí con el permiso de su ministro y servidor".
Continúa el fundador: "Los hermanos que van, pueden comportarse entre los infieles espiritualmente de dos modos: uno, que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos". Reconocemos aquí la cita que hace la encíclica.
El santo fundador prosigue: "Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que los infieles crean en Dios Omnipotente, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, Creador de todas las cosas, y en el Hijo, Redentor y Salvador, y para que se bauticen y se hagan cristianos, porque nadie, a menos que renazca del agua y del Espíritu Santo, puede entrar en el reino de Dios".
El final del capítulo permite especificar lo que precede. San Francisco insiste en la predicación: "Esto y todo lo que agrada a Dios, lo pueden predicar a los infieles y a los demás, porque, dice el Señor en el Evangelio: 'Quien me confiese delante de los hombres, Yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos'; y 'Quien que se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria del Padre y de los santos ángeles'.
El santo concluye este capítulo con esta última consideración: "Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que ellos se dieron y que cedieron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor deben exponerse a todos los enemigos, tanto visibles como invisibles, porque dice el Señor: 'El que pierda su alma por mi causa, la salvará para la vida eterna'". Los otros capítulos no hacen sino comentar este punto.
Las palabras de San Francisco distorsionadas
De la lectura de este capítulo de la primera regla se desprende claramente que San Francisco no pretende separar las dos actitudes que describe, sino unirlas en una sucesión. No se trata de vivir como cristiano en medio de los infieles, y nada más; o de predicar a Jesucristo, sino que la primera actitud puede adoptarse mientras se espera que la segunda sea posible, o incluso obligatoria en una confesión de fe.
La prueba de esto la da el texto, y la insistencia de San Francisco en la predicación y en la entrega total de uno mismo, hasta el martirio, cuando se trata de comunicar el camino de la salvación a los que allí son extranjeros.
La cita truncada de la encíclica distorsiona el pensamiento del santo. También olvida que San Francisco quiso ir a Egipto para convertir al sultán, o morir por la fe, como afirma la vida del santo fundador escrita por San Buenaventura. Reduce la caridad sobrenatural y el celo apostólico a un simple "amor" que quiere "abrazar a todos los hombres".
El final del tercer párrafo de la encíclica concluye así: "En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que, ochocientos años atrás, Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno 'sometimiento', incluso ante quienes no compartían su fe".
Lo que resulta sorprendente es ver el espíritu misionero de San Francisco completamente aplastado, y leer una negación práctica de su regla de la pluma del Papa que quiso tomar su nombre. Este aplastamiento y esta desnaturalización serpenteará a lo largo del texto de la encíclica.
Para saber más sobre el episodio del encuentro de San Francisco con el sultán, consulte el siguiente artículo de la tradición católica: "Hace ochocientos años: el encuentro entre San Francisco y el sobrino de Saladino".
Fuentes: saintfrancoisdassise.com/franciscain.org - FSSPX.Actualités)
Imagen: anciennement attribué à Giotto di Bondone, Public domain, via Wikimedia Commons