Construir la fraternidad universal con la mirada puesta en una quimera

El Papa Francisco con motivo de la 30ª jornada de oración por la paz en 2016
Con motivo del encuentro internacional de oración por la paz organizado en París por la comunidad de Sant'Egidio del 22 al 24 de septiembre de 2024, el Papa Francisco envió un mensaje desde Roma a todos los participantes.
La comunidad de Sant'Egidio nació en Roma en 1968. Con el tiempo se ha convertido en una poderosa asociación humanitaria pacifista, capaz de llevar a cabo acciones humanitarias y diplomáticas internacionales.
Fue la organizadora del encuentro ecuménico e interreligioso de Asís en 1986. Desde entonces, esta asociación de fieles reconocida por la Iglesia organiza cada año encuentros con el mismo espíritu. “El espíritu de Asís” se combina con “el espíritu de 1968”, se explicó con motivo del cincuentenario de la organización, el 14 de octubre de 2018 en Bolonia.
Ese día, su fundador, Andrea Riccardi, explicó el objetivo que persiguen los encuentros anuales para el diálogo entre religiones y culturas. Según él, la globalización mundial está condenada al fracaso si falta “una unificación espiritual que se debe lograr a través del diálogo”.
Las religiones “a menudo no perciben la globalización como una aventura del espíritu” hasta el punto de que el mundo global no ha traído paz, sino que ha producido guerras. Se supone que el diálogo de culturas y religiones debe garantizar la armonía y la paz de una situación global y antropológica que avanza hacia la unidad. "Debemos construir juntos puentes de paz".
La democracia, los derechos humanos, la abolición de la pena de muerte, la acogida de los inmigrantes, la promoción de la dignidad humana, el diálogo interreligioso y la oración, la solidaridad entre generaciones, el medio ambiente y el desarme son los ejes principales de esta construcción. Las religiones tienen, pues, el papel de animación espiritual de una globalización feliz.
En definitiva, se trata del Movimiento de Animación Espiritual de la Democracia Universal (M.A.S.D.U.) que el Padre Georges de Nantes había descrito en 1965 a partir de las declaraciones del Papa Pablo VI: en lugar de la Iglesia, la humanidad; en lugar del Evangelio, la carta de los derechos humanos; en lugar del reino de Dios, la democracia universal.
El mensaje del Papa
En su mensaje, el soberano pontífice saludó efusivamente a los participantes en el encuentro de París y, en particular, a la comunidad de Sant'Egidio, que "continúa manteniendo vivo el espíritu de Asís". Citó al Papa Juan Pablo II en su discurso durante este primer encuentro interreligioso por la paz que tuvo lugar en la ciudad de San Francisco el 27 de octubre de 1986.
El Papa Francisco elogió el “Espíritu de Asís”, al igual que el “Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común” que él mismo firmó junto con el gran imán de la mezquita de El Cairo, el 4 de febrero de 2019.
Más que nunca, explica el Papa, el mundo necesita “hombres y mujeres de diferentes culturas y credos” para trabajar “por la paz y la fraternidad universal” y “defender la justicia en la sociedad”. Esta fraternidad humana universal es la condición para “imaginar la paz”, tema del encuentro.
De ahí esta frase del sucesor de Pedro: “Es necesario encontrarnos, forjar vínculos fraternos y dejarnos guiar por la inspiración divina que habita en toda fe, para imaginar juntos la paz entre todos los pueblos”. E insistió: “Dios ha puesto en nuestras manos su sueño para el mundo, que es: la hermandad entre todos los pueblos”.
¿La inspiración divina habita en toda fe?
¿Cómo puede escribir el sucesor de Pedro que "la inspiración divina habita en toda fe", es decir, en toda creencia religiosa, sin negar al mismo tiempo la fe divina y católica, la fe teologal, la que tiene por objeto el único Dios verdadero, sin la cual nadie puede salvarse (He. 4, 12), aquella que recibió con la misión de confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22, 32)?
¿Deberíamos considerar en adelante el talmud, el corán o el tripitaka como divinamente inspirados? ¿Es toda creencia igualmente buena y respetable, tanto la verdadera como la falsa, la de los hijos de Dios y la de los hijos de Belial, Shiva o Pachamama?
Se responderá que el Papa no tiene intención de negar su propia fe en Jesucristo. Sin embargo, al poner en pie de igualdad todas las creencias de todas las religiones del mundo, reduce la verdad divina y revelada al nivel de una simple opinión, una opción entre otras.
No fue esta la creencia de San Pedro, el primer Papa, que explicó a los judíos, sus compatriotas: “Es Él [Jesucristo de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos], la piedra desechada por ustedes los constructores, que se ha convertido en piedra angular. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en el que podamos ser salvos” (He 4, 11-12).
La Iglesia nunca ha considerado que las creencias de los paganos, infieles o herejes sean de inspiración divina. Al contrario, ella siempre vio en estas creencias la marca de Satanás y de los poderes de las tinieblas: “Todos los dioses de las naciones”, de los que no tienen la verdadera fe, “son demonios” (Sal 95, 5).
En los tiempos modernos, el Papa León XIII denunció en particular la labor de la masonería, que tiende a “acreditar el gran error de los tiempos actuales: el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos. Conducta muy acertada para arruinar todas las religiones, singularmente la católica, que, como única verdadera, no puede ser igualada a las demás sin suma injusticia" (encíclica Humanum genus, 20 de abril de 1884).
Aunque lo nieguen, al apoyar este tipo de eventos como son los encuentros interreligiosos, los Papas actuales favorecen un relativismo práctico y una forma de indiferentismo entre las religiones.
Sobre todo, faltan a su deber de profesar la verdadera fe: “Hay un solo Señor, una fe, un bautismo, un Dios, Padre de todos, el cual es sobre todos, y gobierna todas las cosas, y habita en todos nosotros” (Ef. 4, 5-6). "No hay más que un solo Dios, que es el Padre, y no hay sino un solo Señor, Jesucristo, por quien han sido hechas todas las cosas y somos nosotros por Él cuanto somos” (1 Cor. 8, 5).
Monseñor Lefebvre condenó esta connivencia de las autoridades romanas con los ideales masónicos y socialistas, “al servicio de un comunismo global con tintes religiosos” (Itinerario espiritual, prólogo).
La Iglesia, la paz y la fraternidad universal
El objetivo que se propone el Papa Francisco en su mensaje es coherente con la utopía malsana que ya denunció el Papa San Pío X en una carta a los obispos de Francia sobre los democristianos de Le Sillon, el movimiento de Marc Sangnier.
En su carta titulada Notre Charge apostolique y fechada el 25 de agosto de 1910, el Papa Sarto desenmascara a los utópicos modernos que hablan de labios para afuera “en una construcción puramente verbal y quimérica en la que veremos reflejarse desordenadamente y en una confusión seductora las palabras de libertad, justicia, fraternidad y amor, igualdad y exaltación humana, todo basado sobre una dignidad humana mal entendida".
"No, Venerables Hermanos", continúa San Pío X, "no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe y a la misma felicidad del cielo. Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso desastroso para la civilización.
"Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal de la civilización".
Cualquier otro camino sería parcial, falso e ilusorio: “no hay verdadera civilización sin civilización moral, y no hay verdadera civilización moral sin verdadera religión: es una verdad demostrada, es un hecho de la historia”.
El proyecto de “paz y fraternidad universal de todos los pueblos” con el que sueña Francisco después de Juan Pablo II arruina la caridad misionera de la Iglesia y corrompe la verdad del Evangelio y de la religión católica. ¿Cómo se llegó a este punto?
La culminación de 60 años de desviaciones: la revolución del Concilio Vaticano II
El mensaje del Papa Francisco es ante todo una continuación del Concilio Vaticano II. Retoma ciertos ideales condenados de Le Sillon que ponen a la Iglesia al servicio de la humanidad y de la construcción de la fraternidad universal.
Así lo afirma la constitución pastoral Gaudium et spes: “Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación” (n°3, 2).
Así, la declaración Dignitatis humanae justifica el derecho a la libertad religiosa como un derecho natural y positivo, basado en la dignidad humana, que permite difundir y divulgar cualquier religión, basándose en "que los pueblos hoy tienden a unirse cada vez más [y que ] se establecen relaciones más estrechas entre poblaciones de diferentes culturas y religiones” (n°15).
Además, siempre en nombre de los mismos ideales y de las mismas utopías, los padres conciliares modificaron su juicio sobre las falsas religiones. En primer lugar, con respecto a otras comunidades cristianas: el decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio afirma que “el Espíritu de Cristo no se niega a utilizarlas como medio de salvación” (n°3) y destaca “todo lo que se realiza por la gracia del Santo Espíritu en nuestros hermanos separados” (n° 4).
Por último, en lo que respecta a las religiones no cristianas: la declaración Nostra ætate se compromete, “en nombre de la dignidad humana”, a “la fraternidad universal sin discriminación” (n°5).
El espíritu de Asís o el acelerador de la revolución
El gesto de Asís fue para Juan Pablo II "una ilustración viva del Concilio Vaticano II", y la realización de su sueño de construir "un futuro de paz y prosperidad para todos", de realizar "el sueño de la unidad de la familia humana".
El espíritu de Asís, explicó en aquel entonces, "alienta a las religiones a ofrecer su contribución a este nuevo humanismo que tanto necesita el mundo contemporáneo". Este humanismo consiste en "una nueva manera de mirarnos, de entendernos, de pensar el mundo y de trabajar por la paz" (Juan Pablo II al cardenal Kasper, 3 de septiembre de 2004).
Se trata de construir la “civilización del amor”, “basada en los valores universales de la paz, la solidaridad, la justicia y la libertad”, “donde ya no haya lugar para el odio, la violencia ni la injusticia” (mensaje del 12 de noviembre de 1986 ).
La civilización del amor reunirá así a todos los creyentes, de cualquier fe o incluso sin fe, y también a los seguidores de todas las filosofías, incluso a los ateos, siempre que todos estén de acuerdo en torno a la dimensión trascendente de la persona humana, verdadero fundamento de esta nueva humanidad en movimiento. Justicia, paz, solidaridad, libertad son las palabras clave (encíclica Tertio millenio adveniente, n°52). El Papa Francisco añade el medio ambiente, la acogida de los inmigrantes, las periferias andrógamas y la sinodalidad.
En la actualidad
Es evidente que el Papa Francisco sigue los pasos de sus predecesores, particularmente Pablo VI y Juan Pablo II, los papas que implementaron el Concilio Vaticano II y sin duda lo entendieron mejor que ningún otro.
Pero los supera, como Juan Pablo II superó en su tiempo a Pablo VI, atreviéndose a lanzar la dinámica del “espíritu de Asís”. Francisco añade su toque personal, rompiendo los últimos diques y todo lo que los propios textos del Concilio parecían querer descartar, como el pluralismo doctrinal o el indiferentismo estricto, igualitario e indiferenciado[1].
Volvamos a San Pío X, tan clarividente hace un siglo. Su diagnóstico fue claro: vio entre tanta agitación el signo del "gran movimiento de apostasía organizado en todos los países para el establecimiento de una Iglesia universal que no tendrá ni dogmas, ni monarquía, ni reglas para la mente, ni restricciones para las pasiones”.
Pero había que temer lo peor, explicó además el santo Papa. “El resultado de esta promiscuidad en trabajo, el beneficiario de esta acción social cosmopolita no puede ser más que una democracia que no será ni católica, ni protestante, ni judía; una religión (porque el sillonismo, sus jefes lo han dicho… es una religión) más universal que la Iglesia católica, reuniendo a todos los hombres, convertidos, finalmente, en hermanos y camaradas en 'el reino de Dios': No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad".
La exaltación de los buenos sentimientos, una forma de “misticismo filosófico, mezclado con un elemento de iluminismo, los condujo hacia un nuevo Evangelio”. Así pretenden nuestros apóstoles modernos construir una fraternidad universal cuyos fundamentos ya no sean los de la ciudad católica.
Y San Pío X concluye: “esta civilización cristiana, esta ciudad católica, no se trata mas que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo".
Impiedad y utopía malsana, estas son, en definitiva, las características de la fraternidad universal del Papa Francisco.
[1] Cf. https://fsspx.news/fr/news/la-neo-pastorale-francois-2-47737#_ftn1
Fuente: Vatican News – FSSPX.Actualités
Imagen: Banque d'images Alamy