El cardenal Müller revela la actitud hostil de la Curia hacia la misa tridentina

Fuente: FSSPX Actualidad

El cardenal Gerhard Ludwig Müller

Aunque parece muy improbable la publicación en el futuro próximo de un texto que prohíba "totalmente" la misa tradicional, lo cierto es que se multiplican los testimonios de la oposición radical -más bien visceral- de los miembros del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos contra la misa tridentina.

Tras la prohibición de la celebración de la misa para la peregrinación en honor a Nuestra Señora de la Cristiandad – España en la basílica de Nuestra Señora de Covadonga (ver artículo del mismo día), y tras la información proporcionada por el diario The Pillar sobre la actitud de algunos miembros de la Curia, hay un nuevo testimonio dado por el cardenal Gerhard Müller con motivo de las ordenaciones.

El cardenal expresó lo que escuchó de un alto representante del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos durante un reciente intercambio, que tuvo lugar después de la fiesta de Pentecostés. El alto prelado explicó su emoción, aún viva, por haber podido celebrar el lunes de Pentecostés en la catedral de Chartres, ante una multitud de jóvenes.

La respuesta es realmente sorprendente. Este “alto representante” –que podría ser el cardenal prefecto– respondió que, por su parte, consideraba que esto no podía ser en modo alguno motivo de alegría, ya que la misa había sido celebrada en el rito antiguo o “forma extraordinaria del rito latino” según la terminología popular.

Y continuó explicando que algunos ven en el antiguo rito de la misa –el rito tridentino autorizado por San Pío V– un gran peligro para la unidad de la Iglesia. Un peligro que consideran mayor que la falsificación del Credo, o incluso que la ausencia de la celebración de la Misa.

En otras palabras: prefieren una iglesia vacía que una iglesia llena con 20,000 personas que asisten al rito tradicional. Esta iglesia llena es peligrosa para la unidad de la Iglesia. Ciertamente, las iglesias en la mayoría de los países europeos –pero también en otros lugares– logran la unidad: todas están vacías. Pero la unidad del vacío es la nada: prefieren la nada que la tradición...

El “alto prelado” prosiguió su explicación: la preferencia por el rito antiguo se entiende e interpreta como expresión de un tradicionalismo estéril, más interesado en la teatralidad de la liturgia que en la comunión viva con el Dios que transmite.

Los a priori de este “alto prelado” son bastante sorprendentes: la misa que ha santificado a generaciones y generaciones de fieles, que ha sido la de tantos santos, que ha vivificado a los miembros de la Iglesia durante siglos, esta misa, hoy, ya no puede transmitir la gracia y solo sirve a los nostálgicos.

¿Y qué hay de los frutos que produce? En particular las vocaciones, mientras que la nueva misa y la nueva religión de Vaticano II muestran su esterilidad: basta mirar las cifras de las vocaciones y ordenaciones sacerdotales, en Europa, en particular.

Semejante ceguera solo puede ser un castigo divino: al querer llevar adelante a toda costa reformas conciliares y posconciliares, los hombres de la Iglesia ya no pueden ver la verdad, y la realidad se les escapa, pero en su terquedad, parece que prefieren ver a la Iglesia derribada antes que admitir su error: perseverare, diabolicum.

Pero su insensatez no impedirá que la misa tradicional siga vivificando a los fieles que se nutren de ella y de su triunfo. ¿Cuándo? El tiempo pertenece a Dios, pero cuanto más desesperada parece una situación, más seguro es que su intervención está cerca.