¿El corazón o la doctrina?

La lapidación de San Esteban
El Papa ha hecho un acto de contrición por la "doctrina arrojada como una piedra". ¿Se ha convertido la doctrina en pecado?
La vigilia penitencial del 1 de octubre de 2024, que precedió a la apertura de la última sesión del sínodo, estuvo marcada por el arrepentimiento de siete pecados nuevos. En particular, el de la doctrina, reducida a "un montón de piedras muertas lanzadas contra los demás". El Papa Francisco fustiga gustosamente a quienes "imponen verdades o reglas"[1].
En el punto de mira están todos aquellos que sostienen que ciertos actos, como la anticoncepción, nunca son lícitos, y que solo se puede conceder la absolución y la comunión a quien renuncia sinceramente a sus pecados graves.
Se trata de los "espíritus moralistas, que pretenden mantener el control de la misericordia y la gracia[2]", y demuestran un "moralismo autosuficiente[3]". Para Francisco la doctrina no solo es un mero instrumento del deseo de poder, sino también algo completamente inadecuado para la formación de los fieles. ¡Al hacerlo, el Papa se opone frontalmente a la Sagrada Escritura!
¿Acaso no es Dios mismo quien promulga una ley para el pueblo de Israel, cuyos diez mandamientos van acompañados de severas sanciones? Esta ley contiene, sin duda, preceptos ceremoniales que podrían modificarse, pero explica la ley natural que, a su vez, no admite más reformas que la propia naturaleza humana.
Se dice que está inscrita en el corazón del hombre porque, incluso sin recibir el conocimiento, se impone a un espíritu honesto. Por ejemplo, el niño, después de creer una mentira, comprende el daño que esto causa a la convivencia y a la confianza mutua. Podrá extender rápidamente el concepto, hablando de mentiras en general, más allá del incidente específico del que ha sido víctima.
Los principios morales formulados como preceptos universales son el resultado de esta simple operación del espíritu.
La doctrina moral no es más que la síntesis articulada de los principios morales, justificados y explicados por los principios más primordiales, aquellos que expresan las tendencias fundamentales del hombre a vivir, perpetuarse, conocer y amar a Dios y vivir en sociedad[4], y sobre todo el principio primordial que exige hacer el bien y huir del mal. Si se rechaza la doctrina, ¡sería mejor arrepentirse solemnemente de tener una naturaleza humana!
Sin embargo, caricaturizando en exceso la actitud "moralizante" para atacarla más fácilmente, Francisco señala una dificultad real: estos principios morales son universales, y debemos vivir, tomar decisiones y actuar en circunstancias particulares. No tiene que ver con el "Bien" o lo "Justo" en sí, sino con personas y situaciones concretas y complejas.
¿Son suficientes los principios universales de la moral? No, porque son universales. Además, se requiere la evaluación de la situación: ¿la acción que me propongo realizar es una mentira o una restricción mental legítima? ¿Es un cisma o una garantía legítima de la vida cristiana de los fieles a través del nombramiento de obispos? ¿Es un asesinato o una cesación de los cuidados excesivos? ¿Es un aborto o un acto terapéutico que salva una vida?
El principio universal no lo dice, sino que indica el comportamiento que hay que adoptar cuando se haya identificado la situación. Sin embargo, a menudo, para decidir qué es pecado y qué no, o cuál de dos acciones legítimas es la mejor, es necesario ejercer facultades que pertenecen a la sensibilidad, porque son ellas las que perciben lo concreto y lo singular.
Lo que Blaise Pascal, pero también Francisco, llaman el "corazón". Así, el cristiano no solo debe aprender el catecismo y los principios de la teología moral que le indicarán lo que está de acuerdo o no con la ley de Dios, sino también formar su corazón para apreciar juiciosamente la naturaleza de los actos que se le proponen, amar las acciones claras y aborrecer las situaciones equívocas.
¡Por tanto, el "corazón" no se opone a la razón, la complementa! Y sin él corremos el riesgo de convertirnos en el moralista abstracto que Francisco caricaturiza. Pero como este concepto de "corazón" es vago, nos lleva a confundir la virtuosa fuerza de ánimo de San Juan Bautista, que reprocha a Herodes su adulterio hasta el martirio, con la cobardía del pastor que, por una simpatía fuera de lugar, elude su deber de predicar gimiendo: "¿Quién soy yo para juzgar?".
El corazón siempre tendrá sus razones, pero la virtud, la que salva y por la que seremos juzgados, consiste en actuar según la recta razón iluminada por la fe. Entonces, si somos sinceros como Francisco desea[5], "sabemos que estamos en la verdad cuando ya no podemos elegir" (Gustave Thibon).
Padre Nicolas Cadiet, FSSPX
[1] Encíclica Dilexit nos (DN), n°209.
[2] DN 137.
[3] DN 27.
[4] Cf. Suma Teológica, Ia IIae q.94 a.2.
[5] DN 6.
Fuente: La Porte Latine – FSSPX.Actualités
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