El momento histórico en que la Sede deja de estar vacante

Fuente: FSSPX Actualidad

La Sala de las Lágrimas

¿Qué ocurre en el momento en que los cardenales reunidos en cónclave eligen a uno de los suyos? ¿Cómo acepta este, si así lo desea, la elección del Sacro Colegio y cómo son los primeros instantes del nuevo Papa? FSSPX.Actualidad adentra a nuestros lectores en los entresijos del final previsto por la Iglesia para el cónclave.

Un cardenal ha alcanzado la fatídica barrera de dos tercios de los votantes, es decir, 89 votos en el cónclave de mayo de 2025. A partir de ese momento, el silencio invade la Capilla Sixtina. El último de los cardenales diáconos, figura discreta en tiempos normales pero esencial en este caso, llama entonces a la sala donde se ha celebrado la votación al secretario del Sacro Colegio, al maestro de ceremonias pontificias y a dos ceremonieros.

En efecto, a estos hombres, testigos de la historia, les corresponde consignar el momento en que la Iglesia recibirá a su nuevo pastor. El cardenal Pietro Parolin es el primero de los cardenales por orden y antigüedad, ya que el decano, el cardenal Giovanni Battista Re, y el vicedecano, el cardenal Leonardo Sandri, han alcanzado el límite de edad y no asisten al cónclave.

El ex secretario de Estado se dirige, en nombre de todo el colegio cardenalicio, al elegido: "¿Aceptas tu elección canónica como sumo pontífice?" Esta pregunta, aparentemente sencilla, está cargada de significado. Compromete al elegido en una misión que trasciende su persona, ya que la aceptación, dada en un suspiro, marca el momento en que un hombre se convierte en el Vicario de Cristo.

Si se obtiene el consentimiento, sigue una segunda pregunta: "¿Cómo quieres ser llamado?" La elección del nombre es más que una formalidad; es un acto simbólico, una declaración de intenciones. Al decidirse por un nombre, el nuevo Papa revela lo que pretende hacer durante su pontificado. El maestro de ceremonias, en calidad de notario, consigna entonces esta aceptación y este nombre en un documento oficial, bajo la atenta mirada de los dos ceremonieros, guardianes de la verdad de ese momento.

La aceptación del elegido marca un punto de inflexión decisivo, ya que se convierte inmediatamente en obispo de Roma, en Papa, en jefe del Colegio Episcopal. En ese preciso instante, recibe el poder pleno y supremo sobre la Iglesia universal. Dada la configuración del cónclave de 2025, no se tiene en cuenta aquí el caso improbable y puramente teórico de un cardenal que no haya sido investido obispo: en ese caso, se requeriría inmediatamente su consagración episcopal.

Una vez cumplidas las formalidades, según el Ordo rituum Conclavis, los cardenales electores se acercan para rendir homenaje al nuevo Pontífice. Este acto de obediencia, impregnado de respeto y comunión, simboliza la unidad de la Iglesia en torno a su jefe. A continuación, se eleva una oración de acción de gracias, se queman las papeletas de la última votación y sale humo blanco de la pequeña chimenea de la Capilla Sixtina.

Llega entonces el momento tan esperado: el anuncio al mundo. El primero de los cardenales diáconos —el cardenal corso Domenico Mamberti— desde la logia de las bendiciones de la basílica de San Pedro, proclama la elección y revela el nombre del nuevo Papa. La multitud, reunida en la plaza, contiene el aliento antes de estallar en aclamaciones. "¡Habemus Papam!"

El nuevo Papa, introducido en la "Sala de las Lágrimas", se viste con la sotana blanca, la muceta carmesí, la cruz pectoral y la estola, y se contempla en un gran espejo. A menudo, en ese momento, las lágrimas de emoción resbalan por los pliegues de su rostro. Unos instantes después, apareciendo en el balcón, el nuevo vicario de Cristo ofrece su primera bendición Urbi et Orbi, un gesto que abarca la ciudad de Roma y el mundo entero.

El sustituto de la Secretaría de Estado, el secretario para las Relaciones con los Estados, el prefecto de la Casa Pontificia y otras figuras clave pueden entonces acercarse al pontífice romano para tratar asuntos urgentes.

En los días siguientes, una ceremonia —mucho menos solemne que en el pasado— marca la inauguración del pontificado: en un plazo adecuado, el 267º sucesor de Pedro toma posesión de la archibasílica de Letrán, "madre y cabeza de todas las iglesias". Este rito, arraigado en la tradición romana, consagra el vínculo indisoluble entre el Papa y la Ciudad Eterna.