El origen de la devoción al Sagrado Corazón (1)

Fuente: FSSPX Actualidad

San Beda el Venerable traduciendo el Evangelio de San Juan en su lecho de muerte

Con motivo del jubileo que celebra los 350 años de la primera aparición del Sagrado Corazón a Santa Margarita María en Paray-le-Monial, dedicaremos algunos artículos a la historia de este culto y a la teología que de él se deriva. El primero describe el culto al Sagrado Corazón antes de las apariciones.

No es raro escuchar que el culto al Sagrado Corazón nació en Paray-le-Monial, durante las apariciones de Santa Margarita María a finales del siglo XVII, y de las que celebramos el 350 aniversario. Se trata sin duda de un exceso de celo que corre el riesgo de perjudicar el culto mismo al Sagrado Corazón, ya que la Iglesia, que es una tradición, mantiene una sana desconfianza hacia la novedad y hacia aquello que no está firmemente anclado en la Revelación.

Echemos un vistazo rápido a la historia de esta devoción para entender mejor hasta qué punto tiene sus raíces en la tradición de la Iglesia y en qué medida es alimento sólido para las almas.

Nos basaremos especialmente en la valiosa cantidad de documentos que constituye la obra El Sagrado Corazón de Jesús, Dos Mil Años de Misericordia, del Sr. Jean-Claude Prieto de Acha (Téqui, 2019), sobre la obra del Padre Jean Ladame, Los Hechos de Paray-le-Monial (Ediciones Saint Paul, 1970), y sobre la biografía del Padre La Colombière escrita por el Padre Georges Guitton, sj: Claudio de la Colombière: Su ambiente y su Tiempo (Vitte, 1943).

La Sagrada Escritura

Citemos primero el conmovedor verso del Cantar de los Cantares, donde Dios confiesa su amor al alma diciendo: "Has herido mi corazón, hermana mía, esposa mía". Por otra parte, existen numerosas profecías del Antiguo Testamento que anuncian al Mesías como la fuente de agua abundante donde las almas de buena voluntad pueden venir a lavarse y beber.

Citemos simplemente el famoso oráculo de Isaías: “A todos los sedientos: venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed [1]”; así como el de Zacarías: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los habitantes de Jerusalén, el espíritu de gracia y de oración [2]".

En varias ocasiones, Nuestro Señor muestra que cumple estas profecías. A la mujer samaritana le promete “agua viva”: "quien la beba, nunca más tendrá sed". Pero es sobre todo a través de una afirmación pública y solemne en Jerusalén como Jesús nos dice cuál es la fuente de esta agua. La conexión que San Juan hace con el Antiguo Testamento nos dirige explícitamente hacia el Sagrado Corazón:

"El último día de la fiesta, el [día] grande, Jesús se puso en pie y exclamó diciendo: '¡Si alguno tiene sed, el que cree en mí, que venga a mí y beba', según la palabra de la Escritura: 'De su seno correrán ríos de agua viva'. [3]”. Los comentaristas nos enseñan que el término arameo para seno o entrañas es el sinónimo exacto de corazón. La fuente de agua viva es, por tanto, el Corazón de Jesús.

Otros dos pasajes del Evangelio de San Juan nos hablan de este Corazón. Sin nombrarse directamente, el propio evangelista admite en primer lugar haber tenido el privilegio de descansar en el seno de Nuestro Señor durante la Última Cena[4], gracia que Cristo concedería posteriormente a ciertos místicos, entre ellos Santa Margarita María.

Luego, al día siguiente, el centurión viene a verificar la muerte de Jesús: “…uno de los soldados le atravesó el costado con su lanza, y al momento salió sangre y agua. Y quien lo vio es el que lo asegura, y su testimonio es verdadero. Y él sabe que dice la verdad, y la atestigua para que vosotros también creáis; pues estas cosas sucedieron, en cumplimiento de la Escritura: no le quebraréis ni un hueso, y del otro lugar de la Escritura que dice: 'Dirigirán sus ojos hacia aquel que traspasaron'" (Jn 19, 34-37).

Citemos también las palabras de Nuestro Señor relatadas por San Mateo: "Venid a Mí todos los agobiados y los cargados, y Yo os haré descansar. Tomad sobre vosotros el yugo mío, y dejaos instruir por Mí, porque manso soy y humilde en el corazón; y encontrareis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo es suave; y mi carga es liviana” (Mt. 11, 28-30).

Terminemos con la Epístola de San Pablo a los Filipenses: “Es justo que yo piense así de todos vosotros; pues tengo impreso en mi corazón el que todos vosotros sois compañeros de mi gozo en mis cadenas, y en la defensa y confirmación del Evangelio. Dios me es testigo de la ternura con que os amo a todos en las entrañas de Jesucristo".

Vemos así que todo lo que se dirá más adelante sobre el Sagrado Corazón está contenido en la Sagrada Escritura: es fuente de gracia, sede del amor y de las virtudes de Nuestro Señor.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres de la Iglesia son los doctores cuya autoridad proviene del conocimiento que tenían de las Sagradas Escrituras, de su santidad, pero sobre todo de su antigüedad. Son los preciosos testigos de la Tradición, que nos conectan con los apóstoles y, a través de ellos, con Cristo.

A partir del siglo II, los vemos hablar sobre el Sagrado Corazón. Citemos a San Justino que, después de los apóstoles, es la referencia más antigua que tenemos sobre el tema. Comenta el Salmo 22: "La expresión 'soy como agua derramada, todos mis huesos se han descoyuntado; mi corazón, como cera, se diluye en mis entrañas' (Sal 22, 15) fue también una predicción, y esto es lo que le sucedió aquella noche cuando vinieron contra Él en el monte de los Olivos para prenderle.

“Porque en las 'Memorias' que he dicho que compusieron sus apóstoles y sus discípulos[5], está escrito que un sudor como de coágulos de sangre fluía de Él mientras oraba, diciendo: 'Si es posible, que pase de mí este cáliz'. 

“Era evidente que su Corazón temblaba; igualmente sus huesos; su Corazón era como cera derretida que fluía en sus entrañas, para que supiéramos que el Padre, por nuestra causa, quería que su Hijo sufriera realmente dolores similares y para que no dijéramos que, siendo hijo de Dios, no sentía lo que le estaba pasando y ocurriendo. […]

“Nosotros, los cristianos, somos el verdadero Israel, nacido de Cristo; porque hemos sido labrados en su corazón como piedras tomadas de la Roca.[6]”

A lo largo de los siglos siguientes, los más grandes Padres, San Cipriano, San Atanasio o San Ambrosio, por hablar solo de los más conocidos, nos señalaron, siguiendo a San Juan, la herida del costado atravesado por la lanza. “Oh cristiano, mira la profundidad de esta herida y, por tanto, la magnitud del amor de Cristo; a través de él se os abre la verdadera fuente, es decir, el Corazón de Jesús, en el que podéis entrar; entra en él, porque puede contenerte por completo.[7]”

Otros se centran más en el episodio de San Juan quien descansó su cabeza sobre el Corazón de Cristo: “San Juan ve más alto que cualquier criatura, porque bebe del pecho del Señor. Es él, Juan, el santo evangelista, aquel a quien Jesús prefirió tanto que reposó sobre su pecho. Allí estaba escondido el secreto donde debía beber lo que nos restauraría en su Evangelio.[8]”

El período de los Padres de la Iglesia finaliza hacia el siglo VIII. Uno de los últimos en llevar este título, San Beda el Venerable, transmite a su vez la devoción al Sagrado Corazón en un sermón sobre San Juan: “Que este discípulo apoyara su cabeza en el pecho del Maestro, era signo no solo de la dilección presente, sino del misterio futuro.

“En esto se prefiguraba que el Evangelio que iba a escribir este mismo discípulo contendría los secretos de la divina Majestad con más riqueza y elevación que todas las demás páginas de la Sagrada Escritura. Puesto que todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia están escondidos en el Corazón de Jesús, es justo que descanse sobre su pecho aquel que Él había llenado de incomparable sabiduría y ciencia.[9]”

Los Doctores de la Edad Media

A principios del siglo XI y XII, dos grandes Doctores nos hablan del Corazón de Jesús. En primer lugar, es San Anselmo. Meditando la Pasión de Cristo, se maravilla de la ternura del Corazón de Jesús, lleno de dulzura para con las almas fatigadas, y de misericordia para con los pecadores: “Jesús fue dulce cuando inclinó la cabeza y exhaló su último suspiro; dulce, cuando extendió los brazos; cuando su costado fue abierto por la lanza; cuando sus dos pies fueron traspasados ​​con un clavo. […]

“Dulce, cuando extendió los brazos. Al extender sus brazos, nos muestra que desea ardientemente tenernos cerca de su Corazón, y creo oírle decirnos: ¡Oh vosotros! que estáis cansados ​​y que lleváis el peso del día, venid a descansar en mi pecho y entre mis brazos, vuestras fuerzas agotadas. Mirad, estoy listo: mis brazos pueden contenerlos a todos. Venid, pues, sin excepción, y que nadie tema ser rechazado.

“No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; mis delicias más preciadas son morar con los hijos de los hombres. Dulce, cuando su costado fue abierto por la lanza. ¿No nos ha revelado esta herida los infinitos tesoros de su bondad, es decir, toda la caridad de su Corazón para con nosotros[10]?"

En otra parte, en la misma línea de los Padres de la Iglesia, vuelve a mencionar a San Juan recostado en el Corazón del Señor: “Examinad, os ruego, quién es el discípulo que reposa en su Corazón y apoya su cabeza en su pecho glorioso. ¡Ah!, ¡qué digno de envidia es su destino!, pero ahora lo reconocí. Juan es su nombre.

¡Oh Juan! ¡Qué dulzura, qué gracia, qué luz y qué devoción extraéis de esta fuente inefable! Allí, ciertamente, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento divinos. De allí fluye la fuente de la infinita misericordia; ahí está el tabernáculo de la ternura sin límites; ahí está el rayo de la dulzura eterna[11].”

Unos años después, San Bernardo, cantor de la Santísima Virgen, prestó su voz lírica para alabar al Sagrado Corazón. No podemos dejar de citar este largo pasaje, que es uno de los hitos de la devoción al Corazón de Jesús: "Puesto que hemos llegado al dulcísimo Corazón de Jesús, y nos conviene estar allí, no nos separemos fácilmente de Aquel de quien está escrito: Quien se aparte de Ti, será escrito en la tierra.

“Y quienes se acerquen, ¿qué suerte tendrán? Tú mismo nos lo enseñas, diciendo a quienes recurren a Ti: Sus nombres están escritos en el cielo. Acerquémonos, pues, a Él, y temblaremos y nos alegraremos en Él, al recordar su Corazón. ¡Oh, qué bueno y qué dulce es habitar en ese Corazón! Tu corazón, ¡oh buen Jesús!, es un verdadero tesoro, una perla preciosa, que hemos encontrado profundizando en el conocimiento de tu cuerpo. ¿Quién la rechazaría? 

"Más bien, lo daría todo; a cambio, entregaré todos mis pensamientos y todos mis deseos para obtenerla, depositando todas mis preocupaciones en el corazón de mi Señor Jesús, y sin duda este corazón me alimentará con su amor. En este templo, en este Lugar Santísimo, ante esta arca de la alianza, adoraré y alabaré el nombre del Señor, diciendo con David: 'He encontrado mi corazón para pedir al Señor'. Y yo, he encontrado el corazón de Jesús, mi Rey, mi hermano y mi tierno amigo. Y yo ¿no rezaré? 

Habiendo encontrado, muy dulce Jesús, este corazón, que es el tuyo y el mío, te rezaré a ti que eres mi Dios. Recibe mis oraciones en este santuario donde nos escuchas, o más bien, atráeme enteramente hacia tu Corazón. Jesús, el más hermoso de toda la belleza humana, lávame aún más de mi iniquidad y purifícame de mis pecados para que, purificado por ti, me pueda me acercar a ti, pureza infinita, para habitar todos los días de mi vida en tu Corazón y pueda siempre ver y realizar tu voluntad.

“Tu costado ha sido traspasado, ¿no es así que la entrada permanece abierta para nosotros? Sí, tu Corazón fue herido, para que, escondiéndonos de las agitaciones externas, pudiéramos habitar en él, en ti. Fue herido para que esta herida visible nos revelara la herida invisible de tu amor.

“¿Podrías haber revelado mejor tu ardiente caridad que permitiendo que no solo tu cuerpo, sino también tu Corazón mismo fueran heridos por la lanza? ¡Herida carnal que revela la herida espiritual! ¿Quién no devolvería amor por amor? ¿Quién rechazaría sus castos abrazos?

“Nosotros, pues, encerrados todavía en este cuerpo perecedero, amamos con todas nuestras fuerzas, pagamos algo a cambio, abrazamos con ternura nuestra divina Herida, cuyas manos, pies, costado, Corazón han sido traspasados ​​por verdugos impíos; y le pedimos encarecidamente que se digne estrechar el vínculo y herir con su amor nuestros corazones aún duros e impenitentes.[12]”

¿Habló del Sagrado Corazón el gran doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino? No explícitamente, hasta donde sabemos, pero, en su tratado sobre el Verbo Encarnado de la Summa Theologica, estableció los principios fundamentales que nos permiten comprender esta devoción. Veremos esto más adelante.

Padre Bernard Jouannic
 


[1] Isaías, 55,1.
[2] Zacarías, 13,1.
[3] Juan, 7, 37-38. La interpretación de esta frase es discutible, dependiendo de la puntuación que se le dé. La que aquí se presenta, propuesta por autores serios, no es la de la Vulgata, que escribe: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva".
[4] Juan, 13, 23.
[5] Se trata de los Evangelios.
[6] Diálogo con Trifón (CIII, comentario al salmo 21).
[7] San Cipriano, Homilía sobre la Pasión de Cristo
[8] San Agustín, De la Trinidad (IX, 10, 15).
[9] Homília 8 sobre el apóstol Juan.
[10] Meditación 10 sobre la Pasión de Cristo.
[11] Meditación 15.
[12] Tratado sobre la Pasión del Señor, ch. III, 18Encontramos un texto muy similar (casi palabra por palabra), aunque un poco más breve, de la pluma de San Buenaventura, que se utilizó para el oficio de maitines de la Fiesta del Sagrado Corazón.