El prestigioso destino de un texto fundador (1)

Fuente: FSSPX Actualidad

La célebre Declaración de Monseñor Lefebvre del 21 de noviembre de 1974 cumple 50 años. Los artículos de prensa se multiplican para honrar este aniversario, celebrando la exactitud y la profundidad de un texto verdaderamente histórico.
Sin embargo, en este esfuerzo por resaltar dicho texto, ¿no hay una cierta forma de énfasis anacrónico, o incluso de "recuperación política"? ¿Tiene realmente este texto la importancia que se le da? ¿Comprendió el propio monseñor Lefebvre la importancia de su Declaración?
La pregunta merece ser formulada, puesto que las circunstancias de su redacción parecen tan humildes y discretas.

Un "acto de indignación", no una "declaración de guerra"

Tras la repentina visita apostólica del 11 al 13 de noviembre de 1974, monseñor Lefebvre viajó a Roma para visitar las tres Congregaciones romanas que habían participado en la visita. El 2 de diciembre, recién llegado de su viaje, monseñor Lefebvre se dirigió a los seminaristas reunidos a su alrededor:

"Queridos amigos, se me ha pedido que les hable un poco de la posición de la Fraternidad y del seminario después de la visita de los dos visitadores apostólicos que ha tenido lugar, y he pensado que sería útil leerles una pequeña Declaración, que he redactado para afirmar rotundamente los principios que nos guían, y así evitar las vacilaciones".

En efecto, el 21 de noviembre, de vuelta en su casa de Albano, después de algunas reuniones con las Congregaciones, al comprender que no había mucho que esperar por el momento y "en un acto de indignación", como él mismo diría, escribió de un tirón un resumen de su posición.

Pero no hay que equivocarse. Este "movimiento" no era un capricho. "Evidentemente", prosigue, "se trata de asuntos serios, pero la situación es grave. En consecuencia, cuando los acontecimientos son graves, también hay que tomar las decisiones que correspondan y adoptar una actitud firme y clara".

Monseñor Lefebvre no sabía cómo evolucionarían las cosas. Pero juzgando inútil entregarse a ociosas especulaciones sobre el futuro, dijo: "Yo no sé más que ustedes sobre lo que puede o no puede suceder. [...] Dejemos que los acontecimientos se desarrollen como lo permita la Providencia, y recemos. [...]

"Pero aún así he querido adoptar una posición de principio que no necesita estar condicionada por los acontecimientos. Esta posición de principio, me parece, ha sido siempre la del seminario y la Fraternidad. Los términos son quizá más firmes, más claros, más definitivos, porque la gravedad de la crisis sigue aumentando...".

Luego, con voz serena, tranquila y fuerte a la vez, leyó sosegadamente su texto y concluyó: "Esta Declaración puede parecerles muy fuerte, pero creo que es necesaria".

Lo que motiva esta postura tajante, que trasciende por su claridad las circunstancias particulares, es la conciencia de la gravedad de la situación: "Un desastre que afecta a las almas. Porque eso es lo que hay que ver: ¡almas que se pierden! ¡La cantidad de almas que se van al infierno por culpa de esta reforma! ¡Y todos esos conventos desiertos, religiosas dispersas, seminarios vacíos! [...] Frente a esta ola de neoprotestantismo y neomodernismo, ¡hay que decir no!"

Deteniéndose un momento en la santidad del sacrificio de la misa, tesoro de la Iglesia y fuente de todas las virtudes sacerdotales y cristianas, concluyó: "Estas cosas son tan valiosas que me parece que no podemos hablar con suficiente fuerza para tratar de preservarlas y conservarlas para la Iglesia y para las almas".

"¡Preferiría haber muerto antes que tener que enfrentarme a Roma, al Papa!", dijo al Padre Aulagnier el 11 de noviembre, mientras esperaba a los visitadores enviados por Pablo VI.

La posición que adoptó no fue una fría declaración de guerra contra Roma, ni una reacción demasiado fuerte o mal gestionada. Es un "non possumus » serio, plenamente consciente de sus responsabilidades, pronunciado para proporcionar a sus seminaristas, en la creciente confusión, una línea de conducta clara y firme. Es una santa indignación llena de fe; una profesión humilde y fuerte, inspirada únicamente por su profundo amor a la Iglesia y a las almas.