El prestigioso destino de un texto fundador (5)
Al final de nuestra serie de artículos, ya no es necesario demostrar la importancia histórica de la Declaración del 21 de noviembre de 1974. Tanto por parte de las autoridades romanas como de monseñor Lefebvre, está muy claro que este manifiesto es el que mejor encarna y condensa la posición de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, su identidad doctrinal y moral, y su rechazo inquebrantable de las novedades introducidas por el Concilio Vaticano II.
Para monseñor Lefebvre, no había lugar para el compromiso, ya que se trataba de una cuestión de fe.
Así pues, se mantuvo firmemente fiel a ella, "convencido de que no podía hacer mayor servicio a la santa Iglesia católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones futuras".
La "Carta" de la Fraternidad
En 1985, monseñor Lefebvre, que acababa de cumplir 80 años, echó la vista atrás a los últimos veinte años. Respondiendo a ciertas insinuaciones, se limitó a confesar: "En verdad, no creo haber cambiado absolutamente en nada mi actitud ante todo lo que ha sucedido en la Iglesia".
Releyendo a sus seminaristas, entre otros textos, el del 21 de noviembre de 1974, exclamó: "¡Seguimos diciendo lo mismo! Es la verdad misma".
Pero fue el 9 de junio de 1988, en vísperas de las consagraciones episcopales que celebraría tres semanas más tarde, cuando esta Declaración brilló sobre todo por su luz y su fuerza silenciosa.
"Quizá nos condenen, no es seguro... Tal vez callen, tal vez nos condenen... Nos encontraremos como estábamos en 1976, en el momento del suspenso.
"Quizá algunos nos abandonen. ¡El miedo a Roma! ¡Es extraordinario! Siempre el miedo de tener problemas con Roma, ¡como si Roma fuera todavía la Roma normal!
"Pero al final, ¿por quién hemos sido condenados? ¿Y por qué hemos sido condenados? ¡Eso es lo que tenemos que analizar! Nos condenan personas que ya no tienen la fe católica... ¡Asís es la negación pública de la fe católica! ¡Lo mismo se repitió en la Basílica de Santa María en Trastévere! ¡Es impensable, es inimaginable! ¡Esto ya no es Roma! ¡Esta no es la verdadera Roma!"
Luego, con una serenidad conmovedora en una hora tan grave, el prelado prosiguió:
"Debemos volver siempre a la Declaración del 21 de noviembre de 1974. Es realmente nuestra Carta.
"Acabo de leerla nuevamente para ustedes... Creo que podría haberla firmado todos estos años, y la volvería a firmar ahora: no ha cambiado nada. Estamos exactamente en la misma posición. ¡No hemos cambiado ni un ápice! ¡Eso es lo que defendemos y lo que queremos defender absolutamente! Contra esta Roma modernista.
"Cuando Roma haya cambiado, cuando esta gente se haya ido y haya gente que esté a favor de la Tradición de la Iglesia, ¡entonces ya no habrá problemas, evidentemente!"
En octubre de 1988, volvió a abordar el tema por última vez: "¡Teníamos que elegir! No se podía hacer otra cosa. Hemos tenido que elegir entre la fe que siempre hemos tenido y estas novedades. Por eso pienso en la Declaración que hice el 21 de noviembre, después de la visita de los prelados que vinieron el 11 de noviembre de 1974, cuando dije: ¡Elegimos la Roma de siempre! No queremos la nueva Roma que es modernista".
Conclusión
Monseñor Lefebvre fue fiel a esta Declaración hasta el final. Habiendo asegurado la supervivencia de la Tradición de la Iglesia a través de sus consagraciones episcopales, pudo cantar su Nunc dimittis y entregar su alma a Dios en paz. Había luchado el buen combate hasta el final.
En la cripta de la iglesia del seminario de Écône, sobre la tumba donde reposan sus restos mortales, se leen grabadas estas palabras: "Tradidi quod et accepi. He transmitido lo que he recibido".
¿Qué recibió? Una fe profunda en la persona eterna de Jesucristo, un apego inquebrantable a los tesoros de la Iglesia, es decir, el sacrificio de la Misa y el sacerdocio, una esperanza inquebrantable en el triunfo de la Realeza de Cristo y, coronándolo todo, una caridad que consumía su alma al servicio de la Iglesia, eco vibrante de la caridad de Dios mismo.
Son estas disposiciones fervientes las que tan elocuentemente expresó en su Declaración del 21 de noviembre de 1974, y las que explican su profundidad y sabiduría.
Bajo su efigie de piedra, con los ojos cerrados, el valiente prelado descansa en paz. Pero su Declaración permanece: brilla como un faro, que sigue iluminando el camino de sus hijos.
"Es a la Iglesia a quien pertenece la Tradición; es en ella y para ella que la custodiamos en toda su integridad, 'hasta que la verdadera luz de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna'". (Mensaje del Superior General y de sus Asistentes con ocasión del quincuagésimo aniversario de la declaración del 21 de noviembre de 1974).
Fuente: MG – FSSPX.Actualités