¿Estar en el error con el Papa o tener razón con la Tradición yendo en contra de él?

Fuente: FSSPX Actualidad

Esta es una objeción hecha frecuentemente a la "Tradición": un católico debe estar en completa unión con el Papa. Debería elegir equivocarse con él antes que estar en contra de él, ¡pues incluso será juzgado en base a este apego al Papa antes que por su adhesión a la verdad! ¿Cómo podemos responder a esto?

Esta objeción podría apelar a la autoridad de San Ambrosio: “Ubi Petrus, ibi Ecclesia; donde está Pedro, también está la Iglesia". O de San Cipriano: "Hay un solo Dios, un Cristo, una Iglesia y una silla fundada sobre Pedro". Y, en efecto, es esencial para la Iglesia ser dirigida por el papa, el vicario de Cristo. Incluso podríamos citar las palabras de Cristo mismo: “Y Yo, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del abismo no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos, lo que desatares sobre la tierra, estará desatado en los cielos" (Mt. 16, 18-19).

Pero, ¿no fue también al mismo San Pedro a quien Nuestro Señor dijo: “¡Vete de Mí, atrás, Satanás!” (Mc. 8,33)? Palabras que únicamente dirigió al demonio mismo ¿No fue San Pedro quien negó a su Maestro tres veces? El objetivo de estas afirmaciones no es socavar la dignidad del sucesor de Pedro, sino recordar que tiene un cargo que es ciertamente de una dignidad incomparable, pero que, como todo cargo, tiene sus derechos y deberes.

Como explica el Concilio Vaticano I: "Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles (Constitución Pastor Aeternus, Cap. 4). Esto quiere decir que el poder del soberano pontífice está regulado por la Revelación, y las palabras que San Pablo se aplicó a sí mismo también pueden aplicarse a él: "Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gál. 1, 8).

La sumisión al papa, por lo tanto, está condicionada por la obediencia a la Revelación, de la cual él es el siervo y protector. La historia de la Iglesia muestra que, con excepción del caso de un ejercicio infalible del Magisterio, cuyas condiciones fueron establecidas por este mismo Concilio, un Papa puede desviarse de la verdad o del camino correcto, aunque esto siempre ha sido raro. En este caso, los fieles pueden, y deben, obedecer a Dios antes que a los hombres. Tomemos el ejemplo de San Pablo: "Mas cuando Cefas (San Pedro) vino a Antioquía le resistí cara a cara, por ser digno, de reprensión" (Gál. 2, 11). También está el caso de San Atanasio, quien fue excomulgado por el Papa Liberio. Y el Papa Juan XXII que predicó una falsa doctrina sobre la visión beatífica en una iglesia en Aviñón.

Según los objetores, sería mejor haberse adherido al arrianismo moderado con Liberio que haberse mantenido firmes con San Atanasio. Haber creído con Juan XXII que las almas de los fieles difuntos tienen que esperar a la resurrección para poder recibir la visión beatífica, en lugar de haber mantenido, con la inmensa mayoría de doctores y teólogos, que esta recompensa se otorga a aquellos que son dignos de comparecer ante Dios, sin tener que esperar a la resurrección, una doctrina que fue definida por el sucesor de Juan XXII, el Beato Benedicto XII. O haber preferido judaizar con San Pedro en lugar de compartir la desaprobación de San Pablo.

Efectivamente, una oposición al Papa debe tener fundamentos muy graves y debe seguir reglas de prudencia muy particulares. Pero cuando dos enseñanzas son claramente opuestas, como lo son la de la crisis actual y la de los papas pasados, ¿cuál debe ser considerada como la correcta? El Commonitorium de San Vicente de Lérins responde: "¿Qué hará el cristiano católico si... algún nuevo contagio del error se difunde y trata de envenenar a la Iglesia entera a la vez? En este caso, lo mejor será aferrarse a la antigüedad que, obviamente, ya no puede ser seducida por ninguna novedad engañosa en absoluto” (III, 1, 2).