Francisco: ¿un Papa "woke"? (1)

La pregunta puede parecer impertinente o incluso insultante, pero hay muchas pruebas que apoyan una respuesta afirmativa. Según el diccionario Le Robert en línea, el término wokismo, además de su connotación histórica, debería traducirse, según una recomendación oficial, como "cultura de la deconstrucción": una forma de decir "hagamos borrón y cuenta nueva del pasado".
La primera pista se encuentra en la última autobiografía del Papa Francisco -la tercera en dos años...-, que contiene un pasaje vitriólico contra quienes se sienten atraídos por la celebración de la misa "según el misal preconciliar", en las páginas 268 y 269 de la versión francesa, disponible desde el 15 de enero de 2025.
Utilizando un análisis psicoanalítico dudoso, por decir lo menos, el texto critica esta celebración por tratarse de "una ideología". Basta con conocer la génesis del Novus ordo missae, y su posterior desarrollo anárquico, para saber dónde está la ideología. Incluso sus firmes partidarios, al menos al principio, lo reconocieron sin vacilar. Pero pasemos al segundo elemento.
La siguiente acusación es aún más asombrosa: el Papa encuentra curiosa "esta fascinación por lo que no se comprende, que tiene un aire ligeramente ocultista". ¿Así que la Misa, que puede presumir orgullosamente de ser la "Misa de siempre", es una especie de ocultismo? Y lo que es más, atrae "incluso a las generaciones más jóvenes".
Ocultismo, pues. ¿Los que asisten no la entienden, sin duda porque no entienden latín? ¿A quién quieren engañar? ¿A los fieles que se han santificado durante siglos asistiendo con piedad y han encontrado en ella el alimento de su fe? ¿A los papas, obispos y sacerdotes que la celebraron para gloria de Dios y salvación de sus rebaños?
Lo que sigue es desolador, porque procede de una pluma pontificia, aunque sea a título privado: "A menudo esta rigidez va acompañada de elaborados y costosos artículos de tocador, encajes, cintas y casullas". La pluma no duda en comentar: el desprecio mostrado por los fieles, por la belleza de la liturgia, que siempre ha sido una preocupación declarada de la Iglesia, es abismal.
El Papa prosigue: "No es un gusto por la tradición, sino una ostentación de clericalismo, que no es otra cosa que la versión eclesiástica del individualismo". El santo Cura de Ars, que vivió en la pobreza -como muchos de sus emuladores de hoy-, llenó su sacristía de objetos litúrgicos que nunca fueron lo suficientemente bellos para él. ¿Acaso el Papa ignora esto?
El pasaje concluye con otra chuleta psicoanalítica: "No se trata de un retorno a lo sagrado, sino todo lo contrario, una mundanidad sectaria. A veces estos disfraces ocultan desequilibrios, desviaciones emocionales, problemas de comportamiento, un malestar personal que puede ser instrumentalizado".
En otras palabras, los sacerdotes que celebran según el rito tradicional pertenecen a una "secta" mundana. Y detrás de los "disfraces" de sus ornamentos -había que atreverse a utilizar la palabra- se esconden a veces personas desequilibradas, desviadas, neuróticas, etc.
Francisco continúa con su concepción de la liturgia, que "no puede ser un rito en sí misma, al margen de la pastoral. Tampoco puede ser un ejercicio de espiritualismo abstracto, envuelto en un nebuloso sentido del misterio. La liturgia es un encuentro, un retorno a los otros".
Esto es definir la liturgia únicamente en términos de su dimensión "descendente", omitiendo la dimensión más importante, la dimensión "ascendente", omisión característica de los inmersos en el nuevo rito, que ha borrado, eliminado, oscurecido esta última dimensión. La liturgia ya no es ante todo una oración a Dios, sino "un retorno a los otros".
En un nuevo párrafo en el que el Papa sitúa a San Vicente de Lérins en el siglo XV, envejeciéndolo 1,000 años, cabe destacar esta afirmación: "El flujo de la historia y de la gracia va de abajo hacia arriba". En cuanto a la historia, eso está por ver, pero en cuanto a la gracia, la Sagrada Escritura afirma formalmente lo contrario. Santiago escribe en su epístola canónica: "Todo don excelente, toda gracia perfecta, desciende de lo alto, del Padre de las luces". ¿Cómo podría venir de abajo?
Esta falta de trascendencia, tan característica de la nueva liturgia, contrasta con la Misa tradicional, que expresa esta verdad de muchas maneras: en los textos, en los gestos, en las ceremonias, es decir, en todo lo que constituye el rito. Estar de espalda al altar, el empobrecimiento radical del espíritu litúrgico, la comunión de pie y en la mano, son empobrecimientos que acercan el nuevo rito a la Última Cena protestante.
¿Una cultura de la deconstrucción? Esto es lo que presenciamos desde el Concilio, particularmente en la liturgia, y lo que Francisco defiende celosamente, mostrando en su último libro cuánto desprecia el "misal preconciliar", y dejando claro que le gustaría verlo desaparecer.
Fuente: Espera – FSSPX.Actualités