Hace 110 años, la muerte de Péguy

Fuente: FSSPX Actualidad

Memorial con el nombre de Charles Péguy, arriba a la derecha

El teniente de un regimiento de infantería, Charles Péguy, escritor y poeta católico, murió el 5 de septiembre de 2014, hace 110 años. En este artículo echaremos una mirada retrospectiva a los últimos días de la vida de un hombre extraordinario: admirador de Juana de Arco, anticlerical y peregrino de Notre-Dame de Chartres, recuperó la amistad divina tres semanas antes de su muerte.

"Quien sea nombrado, debe marchar. Quien sea llamado debe responder. Es la ley, es la regla, es el nivel de nuestras vidas heroicas, es el nivel de las vidas santas". Este ideal de vida, expresado algunos años antes de la Primera Guerra Mundial en obras que magnifican a los santos que hicieron Francia, el propio Charles Péguy lo llevó a cabo cuando ordenó el fuego, el sábado 5 de septiembre de 1914, cerca del pueblo de Villeroy, no lejos de Meaux, donde la ofensiva alemana había alcanzado su punto culminante.

Como señala Michel Laval, autor de Matar al enemigo, la última guerra de Charles Péguy (Calmann-Lévy, 2013), premio de la Academia francesa, "a partir de 1905, Péguy comprendió que esta guerra era inevitable, que Francia estaba amenazada por la “kaiserliche”, amenaza militar alemana; desde el principio, Péguy comprendió que la guerra alemana sería una guerra de invasión e incluso de aniquilación, una “guerra total”, una gran lección inaugural de inhumanidad, una “inmensa avalancha de barbarie”.

La muerte del escritor se produjo en un momento en que el ejército francés, aturdido por el avance relámpago liderado por el ejército alemán, intentaba escapar del vasto movimiento de cierre y bloqueo diseñado por los estrategas del plan Schlieffen: "En menos de dos semanas, infantes, soldados, artilleros, ingenieros y jinetes de ambos campos recorrieron un camino que los llevó desde las fronteras del norte y noreste hasta las orillas del Marne y del Sena.

“Una marcha interminable por caminos polvorientos atestados de refugiados y de convoyes de heridos. Del lado alemán, la victoria parecía segura y ya casi conseguida. Innumerables olas de feldgrau recorrían Francia al son de tambores y pífanos, dejando a su paso una terrible procesión de atrocidades y abusos”, escribe Michel Laval en Le Monde.

Péguy y sus hombres, al caer en el campo del honor, permitieron a Francia resistir y recuperarse: al día siguiente de su muerte, el 6 de septiembre, el general Joffre, entonces al mando, decidió lanzar un contraataque general: “Cuandfo se comienza una batalla de la que depende la salvación del país, es importante recordar a todos que ya no es momento de mirar atrás.

“Debe hacerse todo lo posible para atacar y repeler al enemigo. Una tropa que pronto ya no podrá avanzar tendrá que conservar el terreno ganado y morir en el acto en lugar de retirarse. En las circunstancias actuales no se puede tolerar ningún fracaso”.

En ese momento de nuestra historia, Francia rara vez había estado más unida, reuniendo, como escribe Augustin Thierry, estos “veinte siglos de reyes, veinte siglos de pueblos, de pruebas y de santidad, de ejercicios, de oraciones, de trabajo, de sangre, lágrimas” que se suceden como la “larga carrera abierta desde hace tantos siglos, donde seguimos a nuestros padres, donde precedemos a nuestros hijos”.

Pero ¿qué pasa con el regreso de Péguy a la fe de sus antepasados? En 1908, le reveló a un amigo que había “redescubierto” su fe. Pero no recibía los sacramentos: no estaba casado por la Iglesia, así que no recibía la comunión. “Entre los católicos de su tiempo, era totalmente marginal”, subraya Claire Naudin, normaliana y presidenta de la Amitié Charles Péguy, citada por La Croix.

Sin embargo, la gracia prevalecerá y el 15 de agosto, después de haberse reconciliado con su Dios, finalmente se unirá a Él. Una primera y una última vez… “Si no vuelvo”, añadió, “irán a Chartres una vez al año por mí”, confió al reducido círculo de sus seres queridos cuando partía hacia el frente. ¿Se imaginaba cuántos católicos fieles a la Tradición todavía se levantarían, ciento diez años después, para cumplir esta promesa?

Bienaventurados los que murieron, porque han regresado / Al primer barro y a la primera tierra. Bienaventurados los que murieron en una guerra justa / Bienaventurados las espigas maduras y el trigo cosechado." (Víspera)