Hace 30 años, la operación de supervivencia de la Tradición: las consagraciones (1)
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Monseñor Marcel Lefebvre, el 30 junio de 1988 en Ecône.
El anuncio de las consagraciones
Cuando Monseñor Lefebvre fundó la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en 1969, la campana de la jubilación ya había sonado para el ex misionero convertido en arzobispo de Dakar y, posteriormente, en obispo de Tulle, y que había gobernado durante seis años la Congregación de los Padres del Espíritu Santo. Nacido el 20 de noviembre de 1905, el arzobispo que había recorrido el mundo se encontraba frecuentemente aquejado con distintas enfermedades, atrapado por los achaques de la vejez y la fatiga de una vida completamente dada a la Iglesia. Era inevitable que se analizara la cuestión del futuro de su obra.
Después de la suspensión a divinis que lo golpeó en 1976, "el obispo de hierro" se quedó prácticamente solo. Solamente hay un obispo de Brasil, en la diócesis de Campos, Monseñor Antonio de Castro Mayer, que toma una postura pública a su lado. En 1983, publican conjuntamente un Manifiesto episcopal para denunciar las desviaciones cada vez más graves que los errores eclesiológicos del Concilio Vaticano II no dejan de provocar en la Iglesia, especialmente con ocasión de la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico, el 25 de enero de 1983.
Sin embargo, Monseñor Lefebvre no pierde la esperanza. El 4 de julio de 1984, en la conclusión de su Carta Abierta a los Católicos Perplejos, Monseñor escribe estas líneas: "Se dice también que mi obra desaparecerá conmigo porque no va a haber obispos que me sucedan. Yo estoy convencido de lo contrario. No tengo ninguna inquietud. Yo puedo morir mañana pero Dios tiene todas las soluciones. Sé que en el mundo hay suficientes obispos para ordenar a nuestros seminaristas. Aunque hoy uno u otro de estos obispos no diga nada, recibirá del Espíritu Santo el valor para manifestarse a su vez. Si mi obra es de Dios, Él sabrá conservarla y hacerla servir para el bien de la Iglesia. Nuestro Señor nos ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16, 18).
"Por eso me obstino. Y si se quiere conocer el motivo profundo de esta obstinación, es éste: en la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: "¿Qué has hecho de tu episcopado, y con tu gracia episcopal y sacerdotal?", no quiero oír de su boca estas terribles palabras: "Has cooperado con los demás a destruir mi Iglesia."
Sin embargo, cuatro años más tarde, consagró a cuatro obispos para que lo sucedieran y aseguraran la solidez y durabilidad de su obra de restauración del sacerdocio y de preservación de la Tradición. ¿Qué fue lo que sucedió?
El estado de necesidad grave
Debemos enfrentar lo evidente: la crisis de la Iglesia es mucho más grave de lo que parece. El Sínodo de 1985 confirma el deseo de las autoridades de hacer de Vaticano II, veinte años después de su clausura, "una realidad cada vez más viva". El grito de alarma que dieron Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer a Juan Pablo II el 31 de agosto no produjo ningún efecto. En su carta conjunta, los dos prelados denunciaron los frutos envenenados de la declaración conciliar sobre la libertad religiosa: "el indiferentismo religioso de los Estados, incluso católicos"; "el ecumenismo condenado por el Magisterio de la Iglesia, y, especialmente, por la encíclica Mortalium Animos de Pío XI"; "todas las reformas realizadas desde hace 20 años en la Iglesia para complacer a los herejes, a los cismáticos, a las falsas religiones y a los enemigos declarados de la Iglesia como los judíos, los comunistas y los masones."
Armado con los documentos más solemnes del Magisterio de la Iglesia, como el Símbolo de San Atanasio, los Concilios de Letrán, de Trento y Vaticano I, el Syllabus, etc., el arzobispo francés y el obispo brasileño se atrevieron a escribir al sucesor de Pedro: "Santísimo Padre, su responsabilidad está gravemente comprometida con esta nueva y falsa concepción de la Iglesia que conduce al clero y a los fieles hacia la herejía y el cisma. Si el Sínodo, bajo vuestra autoridad, persevera en esta orientación, usted dejará de ser el Buen Pastor". Por su parte, los autores de la carta afirman que no pueden hacer otra cosa más que "perseverar en la santa Tradición de la Iglesia y realizar todas las acciones necesarias para que la Iglesia conserve un clero fiel a la fe católica..."
Una señal de la Providencia: el escándalo de Asís
El año siguiente fue testigo de la primera reunión interreligiosa de Asís, convocada por Juan Pablo II para el 27 de octubre de 1986 con motivo del Año Mundial de la Paz decretado por la ONU. Monseñor Lefebvre denunció esto como una farsa.
Dos meses antes de su celebración, Monseñor Lefebvre escribió a ocho cardenales para hacer un llamado desesperado, expresándoles su indignación: "son el primer artículo del Credo y el primer mandamiento del Decálogo los que están siendo burlados públicamente por el que está sentado sobre el Trono de San Pedro. En efecto, "si la fe en la Iglesia, única arca de salvación, desaparece, es la Iglesia misma la que desaparece". Monseñor Lefebvre se levanta con fuerza contra estos pecados públicos que arruinan la fe católica poniendo a los cultos falsos y a las falsas religiones en pie de igualdad con la única Iglesia fundada por Jesucristo, y en la ciudad de Asís, santificada por San Francisco.
Este escándalo se añadió a otras muchas iniciativas tomadas por el papa Juan Pablo II, especialmente cuando acudió a la sinagoga de Roma el 13 de abril. En Buenos Aires, Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer se reúnen y publican una declaración, el 2 de diciembre de 1986, en la que critican "esta religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar" que rompe con el Magisterio anterior de la Iglesia católica.
Otra señal de la Providencia: la falsa libertad religiosa justificada
El 9 de marzo de 1987, el cardenal Joseph Ratzinger, en ese entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, notifica la recepción del estudio sobre la libertad religiosa que Monseñor Lefebvre le envió en octubre de 1985. A esto siguió un intercambio de correspondencia que confirma la ruptura entre el nuevo magisterio y el de siempre.
El 29 de junio de 1987, durante las ordenaciones sacerdotales en Ecône, el arzobispo anuncia lo siguiente: "es probable que proporcione a los sucesores que continuarán con esta obra, porque Roma se encuentra en las tinieblas. Roma ya no puede escuchar la voz de la verdad." Sin duda alguna, Monseñor vio la necesidad de no dejar huérfanos a sus seminaristas cuando su obra ya había alcanzado una talla mundial. Pero, sobre todo, Monseñor comprobó la ausencia total de reacción de los obispos del mundo católico, que se dejaron ganar completamente por el modernismo, el espíritu de Asís y las falsas doctrinas. Monseñor explica que el año que acaba de terminar fue un año muy grave para la Iglesia católica, y que había discernido las señales de la Providencia que estaba esperando "para llevar a cabo las acciones que me parecen necesarias para la continuación de la Iglesia católica."
Estaba completamente convencido de que estas señales manifestaban claramente la voluntad de Dios: Asís y la respuesta a las objeciones respecto a la libertad religiosa. Para Monseñor Lefebvre, "la respuesta de Roma a las objeciones que hicimos sobre los errores de Vaticano II sobre el tema de la libertad religiosa, ¡es mucho más grave que Asís! Asís es un hecho histórico, una acción. La respuesta a nuestras objeciones sobre la libertad religiosa es una toma de postura, una afirmación de principios, y esto es mucho más grave. Una cosa es realizar una acción grave y escandalosa, y otra muy distinta es afirmar principios falsos, erróneos, que tienen en la práctica conclusiones desastrosas."
El 8 de julio de 1987, el prelado dirigió al cardenal Ratzinger un estudio refutando la respuesta que le habían dado las autoridades. Monseñor Lefebvre expresó su consternación por la obstinación de justificar la Declaración Dignitatis Humanae, la cual es una flagrante oposición a los documentos del Magisterio más solemne - el Syllabus, Quanta Cura, Libertas præstantissimum. Monseñor insiste en la responsabilidad "ante Dios y ante la historia de la Iglesia" por la ruptura efectuada por el nuevo Magisterio. Monseñor finaliza su carta confirmando lo que había anunciado el 29 de junio en Ecône: "Un deseo pertinaz de la aniquilación de la Tradición es un deseo suicida, que autoriza, por ese mismo hecho, a los verdaderos fieles católicos a realizar todas las iniciativas necesarias para la superviencia de la Iglesia y la salvación de las almas."
Así fue como, en algunos cuantos años, Monseñor Lefebvre se vio obligado a reconsiderar su postura inicial. Ante la ausencia de reacción frente a los escándalos y a la creciente apostasía, la perspectiva de ver aniquilada, a su muerte, la obra de formación y de restauración del sacerdocio católico que había emprendido parecía cada vez más probable. Las señales de la Providencia fueron numerosas para ayudarlo a tomar una decisión sabia. Entre ellas, las principales fueron el escándalo de Asís en 1986, y la confirmación de la nueva doctrina de la libertad religiosa en 1987.
Con poco más de 82 años, Monseñor Lefebvre anunció al mundo que proporcionaría sus sucesores para no dejar huérfanos a sus seminaristas y para asegurar la perennidad del sacerdocio católico. Por su parte, Monseñor Antonio de Castro Mayer, que ya tenía 83 años - nació el 20 de junio de 1904 - no dejaría de asociarse con el importante acto que llevaría a cabo el arzobispo. Pero cuando la Santa Sede decidió reaccionar, hubo un giro en la historia.
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Fuente: FSSPX.Actualités - 26/06/2018