Hace 30 años, la operación de supervivencia de la Tradición: las consagraciones (5)

El 30 de junio de 1988
Monseñor Lefebvre realizó una conferencia de prensa el 15 de junio en Ecône, que fue respondida al día siguiente con una Nota informativa de la Santa Sede, y el 17 del mismo mes con un discurso canónico del Cardenal Bernardin Gantin, que en ese entonces era Prefecto de la Congregación de Obispos.
Frente a los periodistas, el prelado proporcionó numerosos detalles de las discusiones orales que tuvieron lugar en Roma. Por ejemplo, la cuestión de la iglesia Saint Nicolas du Chardonnet, en París. El Cardenal Ratzinger explicó a su estupefacto interlocutor, que a partir de ese momento sería necesario celebrar una nueva misa todos los domingos.
Monseñor Lefebvre repartió a los periodistas una corta presentación de cada uno de los sacerdotes que había elegido para asegurar la perennidad de la Tradición, especialmente dispensando los sacramentos de confirmación y orden sacerdotal. Se trataba de los Padres Bernard Tissier de Mallerais, un francés ordenado en 1975, Richard Williamson, un inglés ordenado en 1976, Alfonso de Galarreta, un español ordenado en 1980, y Bernard Fellay, un suizo ordenado seis años antes.
Las razones del fracaso
El 19 de junio, el prelado francés recordó en un comunicado de prensa las razones por las que habían fracasado las conversaciones. En él, explicaba haber mantenido "una cierta esperanza de que a medida que la autodemolición de la Iglesia se acelerara, fuéramos vistos por ellos con cierta benevolencia". La carta del 28 de julio de 1987 del Cardenal Ratzinger parecía abrir "nuevos horizontes". Como Monseñor Lefebvre había anunciado que se proporcionaría a sí mismo sus sucesores, súbitamente parecía como si "Roma nos mirara más favorablemente."
En efecto, en la propuesta romana inicial, no era "cuestión de firmar un documento doctrinal ni cuestión de pedir perdón, sino que se había anunciado finalmente un visitante, la Fraternidad podría ser reconocida, la liturgia sería la anterior al Concilio, ¡los seminaristas conservarían el mismo espíritu!... Por tanto, aceptamos retomar este nuevo diálogo, pero con la condición de que nuestra identidad estuviera bien protegida contra las influencias liberales por los obispos elegidos en la Tradición, y por una mayoría de miembros en la Comisión romana para la Tradición. Sin embargo, tras la visita del Cardenal Gagnon, del cual seguimos sin saber nada, las decepciones se fueron acumulando."
La decepción provino del texto doctrinal que debía firmarse repentinamente, de la mínima representación en el organismo de la Tradición en Roma, de la ausencia de una fecha para la consagración episcopal de un sacerdote de la Fraternidad, acordada in extremis. Pero, sobre todo, el Cardenal Ratzinger no cesaba de insistir en la necesidad de pertenecer a la única Iglesia, la de Vaticano II, y, por tanto, de sugerir que la reconciliación en curso no era más que una etapa que precedía a la aceptación total del Concilio, sus reformas, su espíritu, sus novedades... A pesar de esto, Monseñor Lefebvre firmó el protocolo del 5 de mayo, deseando poder confiar, en vista de los importantes avances acordados (liturgia, estatuto canónico, formación y ordenación de los candidatos, sucesión en el episcopado).
La fecha de la consagración episcopal, que, como ya hemos visto, creó tantos problemas, y las nuevas exigencias de Roma - el borrador para la carta definitiva que el Cardenal Ratzinger prácticamente dictó a Monseñor Lefebvre el 17 de mayo - aclararon el panorama al arzobispo.
Aunque logró obtener a causa de su insistencia y obstinación una fecha para la consagración (15 de agosto), Monseñor reconoció que "el ambiente ya no es el de una colaboración fraterna y un simple reconocimiento de la Fraternidad. Para Roma el objetivo de este diálogo es la reconciliación, como lo declaró el Cardenal Gagnon, en una entrevista realizada para el diario italiano L'Avvenire, es decir, el retorno de las ovejas perdidas al redil. Esto es lo que escribí en la carta al Papa del 2 de junio: "El objetivo de las conversaciones no es el mismo para ustedes que para nosotros."
El prelado octogenario finaliza el comunicado diciendo: "La actual Roma conciliar y modernista jamás podrá tolerar la existencia de una rama vigorosa de la Iglesia católica que la condena a través de su vitalidad. Por tanto, sin duda, será necesario esperar algunos años para que Roma recupere su Tradición bimilenaria. Mientras tanto, nosotros continuaremos demostrando que, con la gracia de Dios, esta Tradición es la única fuente de santificación y salvación para las almas, y la única posibilidad de renovación para la Iglesia."
¿Una Iglesia paralela?
Como era de esperarse, los medios de comunicación empezaron a anunciar un "cisma" y a difundir los llamamientos de Roma para que Monseñor Lefebvre renunciara a las consagraciones. Éste último se encontraba lleno de serenidad, recuperada gracias a la certeza de poder llevar a cabo la voluntad de Dios. La adhesión de los fieles y del clero sólo confirmaban su valiente convicción.
Sin embargo, era necesario responder a las objeciones y acusaciones difundidas. Respecto al Protocolo del Acuerdo, Monseñor Lefebvre jamás se arrepintió o rechazó los contenidos del texto doctrinal que había firmado. Durante la conferencia de prensa del 15 de junio, Monseñor declaró:"el artículo 3 nos ha dejado satisfechos". Afirmó que aunque algunos aspectos "enseñados por el Concilio Vaticano II o concernientes a las reformas posteriores de la liturgia y del derecho" eran "difícilmente conciliables con la Tradición", "en cierto modo, nos dejaron satisfechos en este aspecto. Teníamos permitido discutir los temas del Concilio, de la liturgia y del Derecho Canónico. Esto fue lo que nos permitió firmar el protocolo doctrinal; sin esto, jamás lo hubiéramos firmado."
Respecto a la acusación de construir una Iglesia paralela, mismas acusaciones que, posteriormente, fueron hechas en varias ocasiones por el Cardenal Ratzinger, en un intento por doblegar al arzobispo, éste último respondió cortando la acusación de raíz: "Eminencia, no somos nosotros los que estamos construyendo una Iglesia paralela, porque nosotros seguimos estando en la Iglesia de siempre. Son ustedes los que la están construyendo, con la invención de la "Iglesia del Concilio", la llamada "Iglesia conciliar" por el Cardenal Benelli. Son ustedes los que han inventado una iglesia nueva, son ustedes los que han elaborado nuevos catecismos, nuevos sacramentos, una nueva misa, una nueva liturgia... no somos nosotros. Nosotros sólo seguimos haciendo lo que se ha hecho siempre. No somos nosotros los que estamos construyendo una nueva Iglesia."
Además de las circunstancias extraordinarias y del estado de necesidad en que se encontraba la Iglesia, la legitimidad de las consagraciones residía, sobre todo, en el hecho de que Monseñor Lefebvre hizo una clara distinción entre el poder de las Órdenes y el poder de la jurisdicción. Monseñor suministró obispos a la Iglesia para poder continuar el sacerdocio y dispensar los sacramentos, con una doctrina completamente segura y ortodoxa, pero estos obispos no tienen ningún poder de gobierno, ninguna jurisdicción propia. Por tanto, no se trata de fundar una jerarquía paralela, de sustituir la jurisdicción ordinaria o de atribuir territorios al apostolado de los cuatro obispos que consagró el 30 de junio. Se trata de proporcionar a la Tradición los medios para continuar, para sobrevivir.
Pero esta Tradición no está construida sobre las nubes, sino que está anclada a las realidades que existen visiblemente en la Iglesia visible, la Iglesia sobre la tierra, empezando por esta sociedad fundada legítimamente, y suprimida abusiva e injustamente, es decir, la Fraternidad San Pío X.
Obispos auxiliares, no rebeldes
Los obispos consagrados por Monseñor Lefebvre son católicos porque son auxiliares de la Fraternidad. De lo contrario, sólo serían vagabundos, como lo son los obispos de los grupos sedevacantistas, consagrados sin un verdadero estado de necesidad, dispersos y formando un grupo estéril.
Para comprender bien que los obispos que Monseñor consagraría no tendrían ningún poder gubernamental, Monseñor Lefebvre insistía en el papel del Superior General de la Fraternidad, al cual los obispos estarían sujetos. Al término de la conferencia de prensa que se llevó a cabo en Ecône el 15 de junio, Monseñor explicó: "por tanto, en principio, el responsable de las relaciones con Roma cuando yo haya muerto, será el Superior General de la Fraternidad, el Padre Schmidberger, a quien todavía le quedan seis años como Superior General. Él es quien, eventualmente, estará en contacto con Roma para continuar las conversaciones, si es que continúan, o si se mantiene el contacto - lo cual será poco probable durante algún tiempo, pues, seguramente L'Osservatore Romano publicará el encabezado: "Cisma de Monseñor Lefebvre, excomunión..." Durante algunos años, tal vez dos, tres, no lo sé exactamente, esa será la separación". Separación sin ruptura, con el fin de organizar la Tradición después de su muerte, que sucedería alrededor de dos años más tarde, el 25 de marzo de 1991.
El fundador de la Fraternidad pronosticó una pausa en los contactos y conversaciones con Roma, pero una pausa breve. Se mostraba demasiado optimista, pues serían necesarios doce años para que Roma volteara a ver de nuevo a la Fraternidad. El Cardenal Darío Castrillón Hoyos, presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei desde el año 2000, constató que las consagraciones episcopales, lejos de haber provocado la ruina anunciada de la obra de Monseñor Lefebvre, como se había predicho, habían permitido providencialmente su desarrollo en un entorno preservado de los errores y prácticas modernas.
En una palabra, las consagraciones sirvieron para edificar y construir la Iglesia, a diferencia de "quienes la destruyen" difundiendo ideas condenadas por el Magisterio constante de los pontífices romanos: "Éste es el fondo de los eventos que estamos viviendo (...), y habrá una multitud gigantesca en la ceremonia del 30 de junio para la consagración de los cuatro jóvenes obispos que estarán al servicio de la Fraternidad."

Al servicio de la Fraternidad
El 4 de julio de 1988, justo después de las consagraciones, Monseñor Lefebvre volvió a hablar sobre el papel y lugar de los obispos. En Ecône, delante de los Superiores de Distritos y Seminarios reunidos a su alrededor, Monseñor dio este discurso: "Los Estatutos de la Fraternidad siguen siendo la regla de nuestra misión providencial. Las consagraciones episcopales no suplen la estructura de la Fraternidad. Se ha dejado muy en claro, y los obispos lo entienden muy bien, que sólo son los auxiliares de la Fraternidad, que no pueden suplantar la jerarquía de la Fraternidad, que no tienen ninguna jurisdicción, propiamente hablando, en tanto obispos. Aunque se llegara a dar la situación de que un obispo ocupara el cargo de Superior General, esto no es la norma. Los obispos están consagrados al servicio de la Fraternidad y a los grupos unidos a ella, según el criterio que Roma aceptó, es decir, para las confirmaciones y ordenaciones. El Superior General será el responsable de decidir sobre la ordenación de los candidatos externos a la Fraternidad, de sociedades constituidas, en la medida en que sus Constituciones sean dignas de ser aprobadas por la Iglesia. Los Superiores de Distritos y de las Casas Autónomas organizarán las confirmaciones. La jurisdicción se ha dado a los obispos a causa del estado de necesidad en que se encuentran los fieles."
Cabe precisar que esta jurisdicción no es más que la jurisdicción que la Iglesia suple en ausencia de una jurisdicción ordinaria o delegada, para asegurar la validez de los sacramentos en estas circunstancias extraordinarias. No se trata en ningún modo de atribuirse una jurisdicción propia.
Ese mismo día, Monseñor Lefebvre habló sobre la organización que deseaba dejar tras de sí: "Es el Superior General quien mantendrá el vínculo con Roma. En una palabra, él será el responsable de la Tradición, pues es la estructura de la Fraternidad la que existe ante los ojos de la Iglesia. Jamás ha sido nuestra intención organizar o presidir esta asociación; pero es un hecho que la Fraternidad es la columna vertebral de la Tradición, su instrumento providencial, sobre la que deben apoyarse todas las iniciativas de la Tradición. "Los obispos no tienen ninguna jurisdicción territorial, pero, por razones prácticas, ejercerán su ministerio frecuentemente en países de habla francesa, inglesa, alemana y española, respectivamente." La idea era responder a las necesidades del apostolado, debido a que el exmisionero ya no podía hacerse cargo.
Ni cisma, ni ruptura con la Roma católica
Las consagraciones de 1988 fueron muy bien pensadas. Respondían a una situación extraordinaria. No eran el fruto de una sedición, sino un acto para garantizar el orden a medida que la anarquía se difundía. El arzobispo explicó esto muy claramente durante una conferencia de prensa. El Espíritu de Asís, "las ideas modernas y modernistas que surgieron con el Concilio" y que corrompen la fe, justifican un acto de esta clase, a pesar de las sanciones aparentes. Monseñor Lefebvre jamás incurrió en cisma con el sucesor de Pedro, sino con el Papa modernista, es decir, "con las ideas que difunde por doquier, las ideas de la Revolución, las ideas modernas, sí." E insistió: "No tenemos personalmente la menor intención de romper con Roma. Queremos estar unidos a la Roma de siempre, y estamos convencidos de estar unidos a la Roma de siempre, porque en nuestros seminarios, en nuestras predicaciones, en toda nuestra vida y en la vida de los cristianos que nos siguen, continuamos la vida tradicional como ésta era antes del Concilio Vaticano II, como ha sido vivida durante veinte siglos. Por lo tanto, no veo por qué estaríamos en ruptura con Roma, ya que hacemos lo que Roma misma nos ha aconsejado hacer durante veinte siglos. Simplemente no es posible."
Por otro lado, la infracción contra una ley eclesiástica de naturaleza disciplinaria no constituye un cisma, es decir, un pecado contra la unidad de la Iglesia. No estamos formando una "pequeña Iglesia" que se niega a reconocer el fundamento petrino de la Institución fundada por Nuestro Señor Jesucristo y se separa formalmente de ella." Las leyes de la Iglesia no pueden servir para su destrucción cuando los errores corrompen la fe y las costumbres. Frente a un problema de este tipo, el telegrama del Cardenal Ratzinger del 29 de junio, ordenando al prelado de Ecône "partir hoy mismo para Roma sin proceder con las consagraciones episcopales", parece sumamente futil.
El mandato de la Iglesia
Durante la ceremonia histórica del 30 de junio, Monseñor Lefebvre leyó un mandato donde explicó que el modernismo de las autoridades de la Iglesia volvía nulas las penalidades y castigos en los que pudiera estar incurriendo. Al contrario, es la Iglesia romana "siempre fiel a las santas tradiciones recibidas de los Apóstoles", la que "nos ordena transmitir fielmente estas santas tradiciones, es decir, el depósito de la fe, a todos los hombres para la salvación de sus almas."
Los mandamientos de la Iglesia - la Iglesia a la que Monseñor Lefebvre solía llamar "la Iglesia de siempre", para referirse a la Iglesia romana fiel a sus tradiciones, en oposición a la Iglesia conciliar infestada de novedades destructoras de la fe - obligaban en conciencia al arzobispo: "Por lo tanto, teniendo compasión de esta multitud, tengo el grave deber de transmitir mi gracia episcopal a estos queridos sacerdotes aquí presentes, para que ellos mismos puedan, a su vez, conferir la gracia sacerdotal a numerosos santos clérigos, según las santas tradiciones de la Iglesia católica."
Finalmente, ese 30 de junio de 1988, Monseñor Lefebvre realizó un acto heroico en la más pura continuidad con lo que había escrito el 4 de julio de 1984, donde en algunas cuantas líneas resumió el espíritu que lo animaba: "Es por esto que persisto, y si desean conocer la razón profunda de esta persistencia, hela aquí. Quiero que a la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: "¿Qué hiciste de tu episcopado, qué hiciste de tu gracia episcopal y sacerdotal?", no escuche de su boca estas palabras terribles: "Tú contribuiste junto con los demás a destruir la Iglesia."
Padre Christian Thouvenot
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Fuente: FSSPX.Actualités - 30/06/2018