La plenitud de la gracia en la Virgen María
La Sagrada Escritura ha conservado celosamente para nosotros el saludo del Ángel Gabriel a la Virgen María en el día de la Anunciación. Nos lo dice todo en pocas palabras: “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1, 28).
Partiendo de este tesoro, el Papa Pío IX, al definir la Inmaculada Concepción de María, nos describe esta plenitud: “Así, la colmó [Dios] tan maravillosamente con los tesoros de su divinidad, más que a todos los espíritus angélicos, más que a todos los santos, con la abundancia de todas las gracias celestiales, y la enriqueció con una profusión maravillosa, (…) y en tal plenitud de inocencia y santidad que no se puede, exceptuando la de Dios, concebir una mayor”, bula Ineffabilis Deus.
La definición de Pío IX confirma la santidad excepcional de la Virgen María desde su concepción. Es una verdad de fe que la Madre de Dios tuvo la plenitud de la gracia, en grado superior a cualquier otra criatura.
Retomando lo que dice Santo Tomás (III, 7, 1; 27, 5) sobre la santa humanidad de Cristo, podemos plantear los dos argumentos siguientes:
1. Cuanto más cerca está un ser de la causa de un efecto, más apropiado es que reciba ese efecto abundantemente. Ahora bien, Cristo es el principio de la gracia habitual (en tanto Dios, como principio absolutamente fundamental, en tanto hombre, como instrumento de Dios), y María es la persona más cercana a Cristo. Por tanto, era conveniente que María recibiera la mayor plenitud de la gracia.
2. Conviene que quien comunica la gracia tenga la gracia habitual. María comunica la gracia (como mediadora). Por tanto, debe tener un alto grado de gracia habitual.
¿Qué es esta plenitud?
Surge la cuestión cuando se habla sobre el Verbo Encarnado. Lo que conduce a dos distinciones (III, 7, 9-11).
La gracia es un don de Dios que se inserta en nosotros y nos transforma
Esta transformación puede ser más o menos radical, más o menos intensa, al igual que el calor es más o menos fuerte en un cuerpo calentado por el fuego.
Este cambio también nos permite actuar en una forma nueva. La gracia recibida nos dispone a actuar en mayor o menor medida, abarca más o menos acciones sobrenaturales: se extiende en diversos grados.
La plenitud de la gracia se puede encontrar en cualquier caso.
Esta plenitud puede ser perfecta o imperfecta
Si es perfecta, la plenitud es absoluta. No tiene límite.
Pero si está limitada por la capacidad del receptor, entonces es imperfecta, relativa. Dios la da en la medida en que puede ser recibida, tanto como es necesario para su plan divino.
Según Santo Tomás, la posesión de la gracia en su plenitud absoluta, tanto en intensidad como en extensión, pertenece solo a Cristo. Nuestra Señora, por tanto, tenía una plenitud relativa de gracia (cf. III, 27, 5, ad 1m): en otras palabras, toda la gracia necesaria para ser una digna Madre de Dios.
Dado que esta misión es la más noble de todas, porque se refiere al cumplimiento de la Encarnación, se trata de la plenitud relativa de la gracia más grande conferida a los hombres o ángeles.
Cabe añadir que la gracia santificante nos convierte en hijos adoptivos de Dios. Este es el caso de la Santísima Virgen. La adopción da derecho a la herencia, el Cielo, poseído según el grado de caridad en el momento de la muerte. Siendo la caridad de Nuestra Señora la mayor después de la de Cristo, ella tiene el grado de gloria más alto en el Cielo.
Finalmente, Cristo no es el hijo adoptivo del Padre, porque es su Hijo natural desde toda la eternidad (III, 23, 4). Uno excluye al otro. Por eso, en el orden de filiación adoptiva, Nuestra Señora posee el primer lugar. Ella es la primera hija adoptiva de Dios.
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Illustration : Flickr / lisabelle3 (CC BY-NC-ND 2.0)