Los secretos de la serenidad en los tiempos de epidemia
Un clima de preocupación atraviesa el mundo actualmente. Un viento de pánico afecta a una parte de nuestros contemporáneos frente a la propagación del virus y la incapacidad para contenerlo rápidamente. A fin de no caer en la depresión ni perder la calma, es importante recordar que Dios tiene pleno dominio de la situación. Él permite las epidemias para castigar al hombre por sus infidelidades.
En la Misa votiva para los tiempos de epidemia, la Iglesia ha elegido como Introito este pasaje del Libro de los Reyes: "Acuérdate, Señor, de tu pacto, y dile al Ángel exterminador: Detén tu mano, no hagas que la tierra quede desolada, y no destruyas a todo ser viviente" (2Rey. 24, 16).
Este Ángel exterminador nos recuerda a aquel otro que golpeó a Egipto con las diez plagas, la última de las cuales fue la muerte de todos los primogénitos de los egipcios. "Detén tu mano": la mano de Dios se refiere a su justicia. No olvidemos lo que dijo Nuestra Señora de La Salette en 1846, antes del terrible aumento de los pecados de los hombres: "El brazo de mi Hijo es ya tan fuerte y tan pesado, que no puedo contenerlo más. ¡Hace tanto tiempo que sufro por vosotros! Y ustedes no toman esto como una verdadera advertencia".
Por lo tanto, es hacia Nuestro Señor a quien debemos volvernos para que cese el flagelo, como sucedió gracias a las oraciones de San Roque. Una oración para las letanías de San Roque contiene estas palabras: "Dios todopoderoso y eterno, que, por una gracia especial, concediste a los méritos y las oraciones de San Roque el cese de una cruel plaga que devastó el universo, dígnate, te suplicamos, conceder a quienes llenos de confianza recurrimos a ti para pedirte que nos libres de esta misma plaga [del coronavirus ndlr], que encontremos, en la protección del Bienaventurado San Roque, la preservación de esta enfermedad y de cualquier otra tribulación".
La Iglesia atribuye el fin de la plaga a la oración del santo confesor. ¡Así de poderosa es la oración! Recemos, entonces, hoy al buen Dios para que tenga misericordia de nosotros y ponga fin a la epidemia. Entre tanto, refugiémonos cerca de Él y demos muestra de una fe inquebrantable, una firme esperanza y una fortaleza invencible mientras esperamos la hora de la liberación.
Una fe inquebrantable
A menudo, en el momento de la prueba, pareciera que el Buen Dios se esconde. Sin embargo, permanece muy presente en nosotros, incluso si no lo sentimos. Así nos lo dice el mismo Dios: "Me invocará y yo le oiré; estaré con él [el justo] en la tribulación, le sacaré y le honraré" (Sal 90, 15).
Dios nos librará de todo mal a la hora de la muerte y nos glorificará en el cielo si somos fieles. Mientras tanto, Él está con nosotros en la prueba. ¡No dudemos de esto!
El Salmista dice en otra parte: "El Señor está junto a los que tienen el corazón atribulado, y salva a los de espíritu compungido" (Sal. 33, 19).
En otro salmo, el Salmista incluso llega a afirmar: "Cuando lo invoqué, el Dios de mi justicia me escuchó; en la tribulación, me salvó" (Sal. 4, 2).
Si hablamos únicamente a nivel humano, parecería que las pruebas nos aprietan como una prensa, nos humillan, nos reducen, pero el Salmista dice, al contrario, que la prueba lo ha dilatado. Una prueba mal soportada nos disminuye, pero una prueba sobrenaturalmente aceptada nos engrandece.
Una firme esperanza
El Salmista, al sentir que la turbación invade su alma, recurre a una ardiente oración: "¿Por qué, pues, estás triste, alma mía, y por qué me turbas? Espera en Dios, porque todavía lo celebraré, a Él, salud de mi rostro y mi Dios" (Sal 41, 6).
San Agustín comenta este pasaje diciendo: "Me turbo en mí mismo, me apaciguo en Dios". La esperanza es una virtud teologal que nos ayuda a salir de nosotros mismos y a refugiarnos en Dios, que es nuestro Maestro y nuestro dulce Salvador. A imitación del Salmista, no permitamos que la turbación invada nuestras almas, a menos que se trate de una turbación saludable que nos permita despertar de nuestra somnolencia espiritual y regresar con todo nuestro corazón a Dios nuestro Padre.
El Salmista permanece lleno de esperanza en lo más encarnizado del combate.
"Que un ejército acampe contra mí, mi corazón no tendrá miedo; y aunque la guerra estalle contra mí, tendré confianza" (Sal 26,3).
La firme esperanza disipa los temores estériles, como lo muestra el Rey David en el Salmo 90. Este salmo ha sido elegido por la Iglesia como el Tracto del primer domingo de Cuaresma para ayudarnos a superar este período de combate en las mejores condiciones posibles. En él, el Salmista relata los beneficios que se derivan de un alma que lleva una vida oculta en Dios:
"El que descansa bajo la guarda del Altísimo, morará seguro bajo la protección del Dios del Cielo" (Sal 90, 1).
Este primer versículo establece el tono del resto. Los siguientes versículos describen los maravillosos efectos de esta vida interior: "Caerán mil a tu lado, y diez mil a tu diestra; más a ti no se acercarán. Antes bien, con tus propios ojos contemplarás, y verás el castigo de los pecadores" (Sal 90: 7-8).
Esto no significa que solo los malvados se ven afectados por la enfermedad del coronavirus, sino que hay gracias especiales de protección que Dios concede a quienes confían en Él cuando considera que es más conveniente para el bien de sus almas. Y el motivo que da el Salmista es el siguiente: "Tú eres, Señor, mi esperanza" (Sal 90: 9).
A Dios le gusta que confiemos en Él. La esperanza atrae su misericordia sobre nosotros, como el Salmista lo proclama en el Salmo 142, el último salmo de penitencia: "Haz que conozca pronto tu favor, pues en ti espero" (Sal 142: 8).
A medida que el desánimo desaparece, la esperanza ayuda a avanzar con determinación y consistencia.
Una fortaleza invencible
El ejercicio de la fuerza implica la capacidad de superar el miedo. En un sentido general, el miedo es una emoción que nos lleva a huir de un mal.
Uno de los remedios para el miedo es vivir en el momento presente. Dios nos da su gracia día a día. Por eso le pedimos en el Padre Nuestro "nuestro pan de cada día". No tenemos la gracia para mañana, ni para pasado mañana, y mucho menos para los próximos meses. Por tanto, no amplifiquemos las dificultades presentes anticipándonos desproporcionadamente a las que nos pudieran sobrevenir más adelante, ya sea en términos de salud o desde un punto de vista financiero.
Para dominar el miedo, el Salmista recurre a Dios. El Salmo 45 es un ejemplo sorprendente de la serenidad que el Salmista conserva para enfrentar las pruebas con las que se ve amenazado: "Dios es nuestro refugio y nuestra fortaleza; mucho ha probado ser nuestro auxiliador en las tribulaciones. Por eso no tememos si la tierra vacila y los montes son precipitados al mar" (Sal. 45, 2-3).
La resolución del Salmista de mantenerse firme en medio de los futuros ataques, prometiendo esperar solo en Dios, no puede más que agradar a Dios. Sigamos, por tanto, la exhortación de David: "¡Espera en el Señor, y ten ánimo; aliéntese tu corazón y espera en el Señor!" (Sal. 26, 14).
Podemos concluir con este hermoso versículo del Salmo 30 que retoma la misma idea: "Esforzaos y fortaleced vuestro corazón, todos cuantos esperáis en el Señor" (Sal. 30, 25).
Una oración ardiente
En el artículo anterior, que trata sobre las etapas de una verdadera conversión, vimos cómo David imploró la gracia de la misericordia a Dios, pero él no se limitó a pedir ayuda para su propia salvación.
Por la conversión de las almas
En los salmos, David extiende su oración al pueblo de Israel, figura de la Iglesia. David exclama: "Señor, no recuerdes nuestras iniquidades de antaño; sálgannos al encuentro tus misericordias, que estamos muy abatidos" (Sal 78, 8-9).
El Salmista espera fervientemente que una intervención divina acuda en ayuda de su pueblo en su angustia: "¡Despierta! ¿Cómo es que estás dormido, Señor? ¡Despierta, no nos dejes del todo! ¿Por qué escondes tu rostro, olvidado de nuestras miserias, de nuestra opresión? Está nuestra alma postrada en el polvo, está nuestro cuerpo pegado a la tierra. ¡Levántate y ayúdanos! Rescátanos por el honor de tu nombre" (Sal 43, 23-26).
Es muy fácil aplicar estas palabras a la situación actual. Pidamos al buen Dios que nos permita beneficiarnos de sus misericordias al vivir más profundamente de la vida divina depositada en nosotros en nuestro bautismo. Pidámosle que ponga fin a este flagelo que ha provocado la muerte de tantas personas en condiciones muy dolorosas y, a menudo, privadas de todo auxilio religioso. Finalmente, pidámosle la gracia de recuperar nuestra libertad, obstaculizada por el confinamiento, para que en adelante podamos seguir los oficios religiosos con más ardor y celo y participar de los sacramentos con un fervor más encendido.
Por la curación de los enfermos
En muchos salmos, David le pide a Dios que intervenga para sostenerlo. Por ejemplo, en el Salmo 69, dice: "Oh Dios, ven en mi ayuda; ¡Apresúrate, Señor, a socorrerme!" (Sal. 69, 2).
Hoy, es justificable repetir estas palabras en nombre de los enfermos de coronavirus que luchan duramente contra la enfermedad y que se esfuerzan por superarla; y si esta enfermedad me afecta personalmente, oh Dios mío, ayúdame a practicar la santa resignación en el espíritu de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Sales.
La liberación
El fruto de la esperanza es la liberación del mal en la hora elegida por Dios: "El Señor ha escuchado mi súplica, el Señor ha escuchado mi súplica, el Señor ha aceptado mi oración" (Sal 6, 10).
En el Salmo 80, hay un oráculo divino que contiene estas palabras: "En la tribulación me llamaste, y Yo te libré" (Sal 80, 8).
Vemos aquí que Dios atribuye la liberación de su pueblo a la oración. Los Salmos 33 y 39 contienen la misma idea: "Los justos clamaron, y el Señor los escuchó, y los libró de todas sus tribulaciones" (Sal 33, 20).
"El Señor escuchó mi clamor, y me sacó de una fosa mortal, del fango cenagoso; asentó mis pies sobre roca y dio firmeza a mis pasos" (Sal 39, 3).
"Tú soltaste mis ataduras, y yo te ofreceré un sacrificio de alabanza; e invocaré el nombre del Señor" (Sal. 115, 16-17).
El término "ataduras" usado aquí por el Salmista puede referirse a las ataduras que hoy nos impiden movernos libremente debido al confinamiento, pero, sobre todo, se refiere a la atadura del pecado que es la causa. Que este período por el que estamos pasando nos conduzca a romper todos los apegos al pecado que nos impiden acercarnos a Dios.
La acción de gracias
Una vez que hayamos sido liberados de los males que nos afectan y de aquellos que nos amenazan, no olvidemos agradecer al buen Dios siguiendo el ejemplo del Salmista: "Que se alegre mi corazón con tu socorro; cante yo al Señor por su bondad para conmigo" (Sal. 12, 6).
"Yo te ofreceré voluntario sacrificio; y alabaré tu nombre, Señor, porque es bueno. Porque me has liberado de toda angustia" (Sal 53, 8-9).
Los sacrificios que agradan a Dios son nuestros sacrificios unidos al sacrificio sagrado de la Misa, que es el sacrificio por excelencia: "¿Con qué pagaré al Señor todos los beneficios que de Él he recibido? Tomaré el cáliz de la salvación, e invocaré el nombre del Señor" (Sal 115, 12-13).
Este versículo fue elegido por la Iglesia para ser recitado por el sacerdote justo después de haber consumido la hostia sagrada. El celebrante agradece a Dios prometiéndole tomar el cáliz de la salvación que contiene la preciosa Sangre de Nuestro Señor. Este cáliz de salvación también implica la aceptación de las nuevas pruebas que el buen Dios le enviará para su salvación. Alimentados por el Pan de los ángeles y la preciosa Sangre de Jesús, cuando puedan volver a comulgar, queridos fieles, tendrán la fuerza para soportar generosamente estas pruebas y así merecer la corona de gloria en la eternidad bienaventurada del Cielo.
Una lectura cuidadosa del Salterio nos ayuda a comprender mejor el plan de Dios para nosotros. Nos hace conscientes de la justicia divina que no deja el pecado sin castigo, de su misericordia que permite las plagas para que el hombre se arrepienta de sus desórdenes y pueda recuperar en su vida el sentido de las prioridades. Nos muestra también la necesidad de una verdadera conversión para tocar el corazón de Dios, y nos ayuda a conocer las disposiciones que hemos de cultivar para mantener la serenidad en medio de la adversidad mientras esperamos la tan esperada hora de la liberación.
Vemos, entonces, queridos fieles, que hay muchos versículos de los salmos que les pueden servir como tema de meditación, de oración, e incluso de jaculatorias, dependiendo de las circunstancias en las que se encuentren en los próximos días y semanas. Asimismo, les ayudarán a dominar los miedos exagerados para mantener valientemente el camino de la salvación, sostenidos por nuestra buena Madre del Cielo hasta el día en que la contemplemos con su Hijo divino en la bendita eternidad que les deseo.
Padre Patrick Troadec
Fuente: FSSPX - FSSPX.Actualités - 06/04/2020