Mes del Sagrado Corazón - Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios
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La razón por la que la Iglesia otorga un culto de latría al Corazón del Divino Redentor es doble. La primera, que se relaciona igualmente con otros miembros santos del cuerpo de Jesucristo, se funda en este principio por el cual sabemos que su Corazón, por ser la parte más noble de su naturaleza humana, está unido hipostáticamente a la persona del Verbo Divino; es por esto que debemos tributarle el mismo culto de adoración con que la Iglesia honra a la persona del mismo Hijo de Dios encarnado.
Cristo unió verdaderamente a su Persona Divina una naturaleza humana, individual, íntegra y perfecta, concebida en el seno purísimo de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo. Por tanto, esta naturaleza humana unida al Verbo de Dios no carecía absolutamente de nada; Él mismo la asumió plena e íntegra, sin ninguna disminución ni cambio, tanto en los elementos constitutivos espirituales como en los corporales, conviene a saber: dotada de inteligencia, de voluntad y de todas las demás facultades cognoscitivas, internas y externas; dotada, asimismo, de las potencias afectivas sensibles y de todas las pasiones naturales.
La segunda razón, que se relaciona de manera especial con el Corazón del Divino Redentor, y, que por un motivo igualmente particular, exige que le rindamos un culto de latría, se deriva del hecho de que su Corazón, más que cualquier otro miembro de su cuerpo, es un signo o símbolo natural de su inmensa caridad hacia el género humano. En el Sagrado Corazón se encuentra el símbolo y la imagen expresa del amor infinito de Jesucristo, que nos obliga a amarnos los unos a los otros.
Luego si no hay duda alguna de que Jesucristo poseía un verdadero Cuerpo humano que gozaba de todos los sentimientos que le son propios, y entre los cuales el amor supera a todos los demás, tampoco puede haber duda de que fue dotado con un corazón físico, en todo semejante al nuestro, ya que, sin esta parte tan noble del cuerpo, no puede haber vida humana, incluso en lo relacionado con los afectos.
Pío XII, Encíclica Haurietis aquas, 15 de mayo de 1956.
Fuente: FSSPX.Actualités - 13/06/2018