Mes del Sagrado Corazón - Debemos pasar por la Madre para conocer al Hijo

Fuente: FSSPX Actualidad

Un día, Santa Catalina de Siena le preguntó a Nuestro Señor por qué había permitido que abrieran su costado con una lanza. "El objetivo principal que tenía en mente, le respondió el Divino Maestro, era revelar a los hombres el secreto de mi Corazón para que pudieran comprender que mi amor es mayor a los signos exteriores que les doy; porque aunque mis sufrimientos tienen un término, mi amor no tiene fin."

¿Cómo alcanzaremos a conocer el Corazón de Jesús? ¿Cómo podemos estudiarlo? ¡Ah!, en esta cuestión radica un misterio para todo aquel que conoce la importancia de todos los hechos evangélicos, pues a Jesús sólo lo encontramos con María y por María; sólo se puede conocer al Hijo a través de la Madre.

¿Quién conoció a Jesús mejor que María, su Madre? En consecuencia, ¿quién, mejor que ella, puede enseñarnos a conocerlo?

Una madre no solamente conoce los rasgos exteriores, el rostro, la forma de caminar de su hijo; sino que lo conoce a fondo, penetra los pliegues de su Corazón, adivina sus pensamientos más íntimos, sus deseos más ocultos. Así es como María conoció a Jesús. Ella lo estudiaba movida por un doble sentimiento de ternura maternal y de admiración respetuosa como su Hijo e Hijo de Dios. Ella conservaba en su corazón todas sus palabras y se inspiraba del espíritu de todas sus obras.

Nadie conoció como María la vida interior de Jesús, lo que las Escrituras llaman la vida de su Corazón, es decir, la vida verdadera. ¡Nuestra Señora del Sagrado Corazón!, sí, verdaderamente ese nombre te pertenece; porque para ti ese corazón adorable fue completamente transparente, tú viste como descubría todos los pensamientos, todos los movimientos y sentimientos. Pero, ¡qué digo!, si tu Corazón es el espejo donde se reflejan todos los rasgos del Corazón de tu Hijo. Para revelarnos el Corazón de Jesús, lo único que tienes que hacer es revelarnos el tuyo. (Cardenal Pie).

Meditaciones sobre el Sagrado Corazón de Jesús para todos los viernes del año, por un director del Seminario Mayor, Roma, 1909, pp. 5 y 6.