Ni cismáticos ni excomulgados (13)

Fuente: FSSPX Actualidad

El sitio FSSPX.Actualidad reproduce un artículo de 1988 que, al ser difícil de encontrar, merece una nueva presentación. El texto recoge la constatación de la crisis de la Iglesia y su gravedad, que obliga a los fieles a elegir entre su fe y la obediencia a las nuevas orientaciones eclesiales.

La excomunión

Con todo lo dicho, queda claro:

Que no hay un "cisma" lefebvriano, como se ha declarado con extrema superficialidad, grandes dosis de mala fe y, hay que decirlo, mucha precipitación.

Que la excomunión no afecta a monseñor Lefebvre porque el estado de necesidad crea el derecho de necesidad y elimina la imputabilidad de la infracción material de la ley, tanto en el Código antiguo de Derecho Canónico como en el nuevo.

Que la excomunión no afecta a los fieles que «quieren adherirse al cisma de monseñor Lefebvre;1

1º) porque no hay tal cisma; 

2º) porque los tradicionalistas no quieren adherirse a cisma alguno; por el contrario, tienen la firme intención de resistir a quien sea para permanecer en la Iglesia Católica. No siguen a la persona de monseñor Lefebvre; siguen a Cristo y su Iglesia, resuelto a no desviarse «ni a diestra ni a siniestra» (Éxodo).

Si siguen también a monseñor Lefebvre es porque «sciunt vocem Eius» (Jn. 10,4). Reconocen en sus palabras la Palabra del Pastor Eterno, en sintonía con la cual los pastores que se suceden a lo largo del tiempo tienen el deber de gobernar. 

Y cuando resisten a los otros pastores, no es por el gusto de rebelarse, de desobedecer ni por algo peor; es porque «al extraño no le seguirán, antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (íbid.). 

Si actualmente hay crisis en la Iglesia, como reconoció el propio Pablo VI, como ha reconocido el propio Juan Pablo II, y como ha admitido el mismo cardenal Ratzinger, es precisamente porque la voz de los pastores se ha convertido en la voz de extraños, y las ovejas de Cristo ya no reconocen en ella la voz de su único Pastor, la voz de su Madre la Iglesia.

 Cuando Cristo Nuestro Señor dijo a los Apóstoles:  «Quien a vosotros escucha a Mí me escucha», no concedió a los miembros de la jerarquía atribuciones para que digan lo que se les antojara. Así como Él sólo nos ha enseñado lo que oyó del Padre2, la Iglesia enseña solamente lo que ha oído de Cristo3. Toda deformación, superposición, desviación o contradicción, en suma, toda injerencia personal indebida de los pastores, no pertenece a la Iglesia, y los hijos de la Iglesia tienen el deber de no prestar su adhesión a ellas, a no ser que quieran realmente apartarse de la comunión con la Esposa del Verbo Encarnado.

Conclusión

Esperamos, y es nuestra oración, que los recientes acontecimientos sean motivo de reflexión y de claridad para todos.

Para los fieles, a fin de que cobren nuevamente plena conciencia de su deber de glorificar a Dios santificándose y del correspondiente derecho –ciertamente inalienable– de recibir de los pastores de la Iglesia todos los medios necesarios para alcanzar dicho fin: una doctrina íntegra y sana, sacramentos rectamente administrados y una liturgia que sea inequívoca confesión de fe católica.

Para los pastores, a fin de que tomen conciencia nuevamente de su deber de proporcionar a las almas todos los medios necesarios para la salvación eterna, porque en ese solo deber se cimenta el correspondiente derecho de ser escuchados y seguidos por la grey.

Para todos,a fin de que se restablezca por fin el concepto preciso de obediencia, por el que se debe obedecer a los hombres con la intención de obedecer a Dios, y, en caso de conflicto, se obedece «a Dios antes que a los hombres4».

Por lo que si los pastores se arrogan, como llevan casi veinte años arrogándose, la potestad de callar, menguar y borrar aunque sea un solo punto de la Verdad recibida de Cristo y transmitida por la Iglesia, de alterar la administración aunque sea de un solo sacramento, de imponer un rito litúrgico ambiguo, potestad que no les ha dado Cristo y que es contraria a su cometido pastoral, el católico tiene la obligación de morir antes que renegar de una sola verdad de fe o de transgredir un solo mandamiento de Dios. Tiene el deber de resistir a la autoridad en nombre de Dios. De lo contrario, ninguna "obediencia" podrá justificarlo ante Dios de una apostasía más o menos larvada.

Hirpinus

  • 1

    V. L’Osservatore Romano del pasado 2 de julio, traducción italiana del Decreto de la Congregación para los Obispos

  • 2

    Jn. 8,28

  • 3

    Mt. 28,20

  • 4

    Hch. 5,29: cf. Roberto Palazzini, Dizionario di Teologia morale, cit., voz obbedienza