Ni cismáticos ni excomulgados (6)

San Roberto Belarmino
El sitio FSSPX.Actualidad reproduce un artículo de 1988 que, al ser difícil de encontrar, merece una nueva presentación. El texto recoge la constatación de la crisis de la Iglesia y su gravedad, que obliga a los fieles a elegir entre su fe y la obediencia a las nuevas orientaciones eclesiales.
Situación extraordinaria en la Iglesia
La fractura entre la unidad de fe y una pretendida unidad de comunión con la jerarquía que omite, calla o altera la doctrina recibida de Dios y transmitida por la Iglesia, determina en la Iglesia militante una situación "extraordinaria", es decir, anómala e irregular.
El estado normal y ordinario de la Santa Iglesia Católica es que la jerarquía, en su misión de proporcionar la orientación desde fuera, favorezca, o cuando menos no contradiga la orientación que le imprimió originalmente su Cabeza invisible y sigue dándole mediante la Gracia1.
Si, por el contrario, la jerarquía contradice la orientación que Cristo ha dado y da continuamente a su Iglesia, y que nadie tiene autoridad para cambiar, es inevitable que surja un conflicto y haya malestar entre los católicos.
Un conflicto entre la orientación que se quiere imponer y el sensus fidei de los católicos; entre el rumbo marcado por la autoridad y la conciencia que todo obispo tiene, o debería tener, de su propia misión.
Malestar para los fieles, que se sienten atacados en la fe por parte de quienes deberían ser custodios y maestros, y están por tanto obligados en conciencia a quienes querrían y, en circunstancias normales, incluso tendrían el deber de obedecerlos como pastores.
Malestar en los obispos que señalan el deber de resistir en conciencia a la autoridad (que luego, por diversos motivos, no lo hagan es otra cuestión), autoridad que tiene la obligación de garantizar unidad de gobierno en la Iglesia; autoridad con la que querrían y, en circunstancias normales, deberían estar en comunión. Por otro lado, esta situación "extraordinaria" de la Iglesia impone a todos deberes extraordinarios.
Deberes extraordinarios de los laicos
A la acusación de no estar en comunión con la Iglesia militante, los seglares responden con Santa Juana de Arco: "Sí, estoy unida a la Iglesia, pero sirvo a Dios antes que a nadie". A la acusación de desobedecer al Papa, objetan que «no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con sus asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la Fe2», y que «el poder del Papa no es ilimitado; no sólo no puede cambiar nada que haya sido instituido por Dios (por ejemplo, no puede suprimir la jurisdicción episcopal), sino que, nombrado para construir y no para destruir, está obligado por la ley natural a no sembrar confusión en la grey de Cristo»3.
Y gimen con Santa Catalina compartiendo su sentir4: «Santidad, que no tenga que lamentarme de vos ante Jesús crucificado. No tendré, de hecho, nadie más ante quien lamentarme, porque Vuestra Santidad no tiene superiores en la Tierra.»
En la práctica, afirmados en la praxis y la doctrina tradicional de la Iglesia, resisten las "novedades" deseadas, favorecidas o permitidas desde arriba, creyendo contra toda apariencia humana y esperando contra toda esperanza humana que pasará la desorientación, porque «portae inferi non prevalebunt» y la esposa de Cristo «no puede perder la memoria» de la divina Tradición5.
Su santa "objeción de conciencia" aparenta lacerar la unidad visible de la Iglesia: los católicos sufren por ella, pero saben que no es culpa de ellos. Y sobre todo, saben que no les es lícito obrar de otro modo.
Aman a la Iglesia y creen firmemente en el Primado de S. Pedro, están dispuestos a obedecer al sucesor de San Pedro en cuanto actúa como tal, pero saben que en las circunstancias extraordinarias actuales tienen el deber de resistirle también a él o a quien haga las veces de él, "en nombre de Alguien mayor que él"6.
La decisión tomada por su sensus fidei encuentra consuelo en los grandes teólogos católicos: San Agustín, San Cipriano, San Gregorio en su comentario al célebre episodio de Antioquía, Turrecremata, Báñez, Suárez, Vitoria, Cayetano, San Roberto Belarmino, Santo Tomás de Aquino y otros autores de probada autoridad enseñan que el peligro para la fe y el escándalo público, de manera especial en materia de doctrina, no sólo hacen lícito sino obligatorio resistir públicamente a la jerarquía y al mismísimo Pontífice.
Lícito, porque «así como es lícito resistir al pontífice que ataca el cuerpo, también es legítimo resistir al papa que agrede las almas o altera el orden, y con más razón al papa que intenta destruir la Iglesia7».
Obligatorio, porque junto con la Fe está en juego la salvación eterna propia y ajena, y con ella, la glorificación que según el plan divino debe el hombre a su Creador, a cuya ley eterna debe ordenarse toda relación natural y sobrenatural entre las criaturas, sin excepción alguna8.
Por eso dice Santo Tomás: «Obsérvese que, de haber peligro para la Fe, los súbditos tendrían el deber de amonestar a sus prelados incluso públicamente9».
Y Cayetano: Si un papa destruye abiertamente la Iglesia, debe ser resistido10».
- 1
V. Journet, op. cit. vol.I, p.525, nota 1 sobre la Iglesia monocéfala
- 2
Concilio Vaticano I, constitución dogmática De Ecclesia Christi, Dz 1836
- 3
Dictionaire de Théologie catholique, t.II, col. 2039-2040
- 4
Carta a Gregorio XI.
- 5
P. Calmel, OP
- 6
Cardenal Journet, op.cit.
- 7
San Roberto Belarmino, De Romano Pontifice.
- 8
cf. Dictionaire de Théologie catholique, t. X, col. 876-877
- 9
S. Tomás, II, II q.33 a 4 ad 2
- 10
Cayetano, De comparata auctoritate Papae et concilii
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Fuente: Courrier de Rome/Sì sì no no – FSSPX.Actualités
Imagen: Musée Plantin-Moretus, CC0, via Wikimedia Commons