Operación supervivencia de la Tradición: la historia de las consagraciones 30/06/88
El anuncio de las consagraciones
Cuando Monseñor Lefebvre fundó la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en 1969, la campana de la jubilación ya había sonado para el ex misionero convertido en arzobispo de Dakar y, posteriormente, en obispo de Tulle, y que había gobernado durante seis años la Congregación de los Padres del Espíritu Santo. Nacido el 29 de noviembre de 1905, el arzobispo que había recorrido el mundo se encontraba frecuentemente aquejado con distintas enfermedades, atrapado por los achaques de la vejez y la fatiga de una vida completamente dada a la Iglesia. Era inevitable que se analizara la cuestión del futuro de su obra.
Después de la suspensión a divinis que lo golpeó en 1976, "el obispo de hierro" se quedó prácticamente solo. Solamente hay un obispo de Brasil, en la diócesis de Campos, Monseñor Antonio de Castro Mayer, que toma una postura pública a su lado. En 1983, publican conjuntamente un Manifiesto episcopal para denunciar las desviaciones cada vez más graves que los errores eclesiológicos del Concilio Vaticano II no dejan de provocar en la Iglesia, especialmente con ocasión de la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico, el 25 de enero de 1983.
Sin embargo, Monseñor Lefebvre no pierde la esperanza. El 4 de julio de 1984, en la conclusión de su Carta Abierta a los Católicos Perplejos, Monseñor escribe estas líneas: "Se dice también que mi obra desaparecerá conmigo porque no va a haber obispos que me sucedan. Yo estoy convencido de lo contrario. No tengo ninguna inquietud. Yo puedo morir mañana pero Dios tiene todas las soluciones. Sé que en el mundo hay suficientes obispos para ordenar a nuestros seminaristas. Aunque hoy uno u otro de estos obispos no diga nada, recibirá del Espíritu Santo el valor para manifestarse a su vez. Si mi obra es de Dios, Él sabrá conservarla y hacerla servir para el bien de la Iglesia. Nuestro Señor nos ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16, 18).
"Por eso me obstino. Y si se quiere conocer el motivo profundo de esta obstinación, es éste: en la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: "¿Qué has hecho de tu episcopado, y con tu gracia episcopal y sacerdotal?", no quiero oír de su boca estas terribles palabras: "Has cooperado con los demás a destruir mi Iglesia."
Sin embargo, cuatro años más tarde, consagró a cuatro obispos para que lo sucedieran y aseguraran la solidez y durabilidad de su obra de restauración del sacerdocio y de preservación de la Tradición. ¿Qué fue lo que sucedió?
El estado de necesidad grave
Debemos enfrentar lo evidente: la crisis de la Iglesia es mucho más grave de lo que parece. El Sínodo de 1985 confirma el deseo de las autoridades de hacer de Vaticano II, veinte años después de su clausura, "una realidad cada vez más viva". El grito de alarma que dieron Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer a Juan Pablo II el 31 de agosto no produjo ningún efecto. En su carta conjunta, los dos prelados denunciaron los frutos envenenados de la declaración conciliar sobre la libertad religiosa: "el indiferentismo religioso de los Estados, incluso católicos"; "el ecumenismo condenado por el Magisterio de la Iglesia, y, especialmente, por la encíclica Mortalium Animos de Pío XI"; "todas las reformas realizadas desde hace 20 años en la Iglesia para complacer a los herejes, a los cismáticos, a las falsas religiones y a los enemigos declarados de la Iglesia como los judíos, los comunistas y los masones."
Armado con los documentos más solemnes del Magisterio de la Iglesia, como el Símbolo de San Atanasio, los Concilios de Letrán, de Trento y Vaticano I, el Syllabus, etc., el arzobispo francés y el obispo brasileño se atrevieron a escribir al sucesor de Pedro: "Santísimo Padre, su responsabilidad está gravemente comprometida con esta nueva y falsa concepción de la Iglesia que conduce al clero y a los fieles hacia la herejía y el cisma. Si el Sínodo, bajo vuestra autoridad, persevera en esta orientación, usted dejará de ser el Buen Pastor". Por su parte, los autores de la carta afirman que no pueden hacer otra cosa más que "perseverar en la santa Tradición de la Iglesia y realizar todas las acciones necesarias para que la Iglesia conserve un clero fiel a la fe católica..."
Una señal de la Providencia: el escándalo de Asís
El año siguiente fue testigo de la primera reunión interreligiosa de Asís, convocada por Juan Pablo II para el 27 de octubre de 1986 con motivo del Año Mundial de la Paz decretado por la ONU. Monseñor Lefebvre denunció esto como una farsa.
Dos meses antes de su celebración, Monseñor Lefebvre escribió a ocho cardenales para hacer un llamado desesperado, expresándoles su indignación: "son el primer artículo del Credo y el primer mandamiento del Decálogo los que están siendo burlados públicamente por el que está sentado sobre el Trono de San Pedro. En efecto, "si la fe en la Iglesia, única arca de salvación, desaparece, es la Iglesia misma la que desaparece". Monseñor Lefebvre se levanta con fuerza contra estos pecados públicos que arruinan la fe católica poniendo a los cultos falsos y a las falsas religiones en pie de igualdad con la única Iglesia fundada por Jesucristo, y en la ciudad de Asís, santificada por San Francisco.
Este escándalo se añadió a otras muchas iniciativas tomadas por el papa Juan Pablo II, especialmente cuando acudió a la sinagoga de Roma el 13 de abril. En Buenos Aires, Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer se reúnen y publican una declaración, el 2 de diciembre de 1986, en la que critican "esta religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar" que rompe con el Magisterio anterior de la Iglesia católica.
Otra señal de la Providencia: la falsa libertad religiosa justificada
El 9 de marzo de 1987, el cardenal Joseph Ratzinger, en ese entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, notifica la recepción del estudio sobre la libertad religiosa que Monseñor Lefebvre le envió en octubre de 1985. A esto siguió un intercambio de correspondencia que confirma la ruptura entre el nuevo magisterio y el de siempre.
El 29 de junio de 1987, durante las ordenaciones sacerdotales en Ecône, el arzobispo anuncia lo siguiente: "es probable que proporcione a los sucesores que continuarán con esta obra, porque Roma se encuentra en las tinieblas. Roma ya no puede escuchar la voz de la verdad." Sin duda alguna, Monseñor vio la necesidad de no dejar huérfanos a sus seminaristas cuando su obra ya había alcanzado una talla mundial. Pero, sobre todo, Monseñor comprobó la ausencia total de reacción de los obispos del mundo católico, que se dejaron ganar completamente por el modernismo, el espíritu de Asís y las falsas doctrinas. Monseñor explica que el año que acaba de terminar fue un año muy grave para la Iglesia católica, y que había discernido las señales de la Providencia que estaba esperando "para llevar a cabo las acciones que me parecen necesarias para la continuación de la Iglesia católica."
Estaba completamente convencido de que estas señales manifestaban claramente la voluntad de Dios: Asís y la respuesta a las objeciones respecto a la libertad religiosa. Para Monseñor Lefebvre, "la respuesta de Roma a las objeciones que hicimos sobre los errores de Vaticano II sobre el tema de la libertad religiosa, ¡es mucho más grave que Asís! Asís es un hecho histórico, una acción. La respuesta a nuestras objeciones sobre la libertad religiosa es una toma de postura, una afirmación de principios, y esto es mucho más grave. Una cosa es realizar una acción grave y escandalosa, y otra muy distinta es afirmar principios falsos, erróneos, que tienen en la práctica conclusiones desastrosas."
El 8 de julio de 1987, el prelado dirigió al cardenal Ratzinger un estudio refutando la respuesta que le habían dado las autoridades. Monseñor Lefebvre expresó su consternación por la obstinación de justificar la Declaración Dignitatis Humanae, la cual es una flagrante oposición a los documentos del Magisterio más solemne - el Syllabus, Quanta Cura, Libertas præstantissimum. Monseñor insiste en la responsabilidad "ante Dios y ante la historia de la Iglesia" por la ruptura efectuada por el nuevo Magisterio. Monseñor finaliza su carta confirmando lo que había anunciado el 29 de junio en Ecône: "Un deseo pertinaz de la aniquilación de la Tradición es un deseo suicida, que autoriza, por ese mismo hecho, a los verdaderos fieles católicos a realizar todas las iniciativas necesarias para la superviencia de la Iglesia y la salvación de las almas."
Así fue como, en algunos cuantos años, Monseñor Lefebvre se vio obligado a reconsiderar su postura inicial. Ante la ausencia de reacción frente a los escándalos y a la creciente apostasía, la perspectiva de ver aniquilada, a su muerte, la obra de formación y de restauración del sacerdocio católico que había emprendido parecía cada vez más probable. Las señales de la Providencia fueron numerosas para ayudarlo a tomar una decisión sabia. Entre ellas, las principales fueron el escándalo de Asís en 1986, y la confirmación de la nueva doctrina de la libertad religiosa en 1987.
Con poco más de 82 años, Monseñor Lefebvre anunció al mundo que proporcionaría sus sucesores para no dejar huérfanos a sus seminaristas y para asegurar la perennidad del sacerdocio católico. Por su parte, Monseñor Antonio de Castro Mayer, que ya tenía 83 años - nació el 20 de junio de 1904 - no dejaría de asociarse con el importante acto que llevaría a cabo el arzobispo. Pero cuando la Santa Sede decidió reaccionar, hubo un giro en la historia.
El crepúsculo de una solución
El 28 de julio de 1987, el Cardenal Ratzinger agradeció a Monseñor Lefebvre su carta del 8 julio, escribiéndole lo siguiente: "Su gran deseo de salvaguardar la Tradición, procurándole "los medios para que viva y se desarrolle" es un gran testimonio de su apego a la fe de siempre, pero esto sólo puede llevarse a cabo en la comunión con el Vicario de Cristo, a quien le fue confiado el depósito de esta fe y el gobierno de la Iglesia. El Santo Padre comprende vuestra preocupación y la comparte. Es por esto que, en su nombre, le hago llegar una nueva propuesta, deseando darle una última posibilidad de lograr un acuerdo sobre los problemas que considera importantes: la situación canónica de la Fraternidad San Pío X y el futuro de sus seminarios."
Esta propuesta preveía conceder a la Fraternidad una estructura legal adecuada, que permitiría a la Santa Sede asignar auxiliares. Se designaría un cardenal visitante sin demora para lograr una forma legal satisfactoria. La única condición era que los superiores y miembros de la Fraternidad mostraran su reverencia y obediencia al sucesor de Pedro según las normas de la constitución dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, Lumen Gentium, en el n° 25. Roma se declaraba lista "para conceder a la Fraternidad su justa autonomía, garantizarle la continuidad de la liturgia según los libros litúrgicos en vigor en la Iglesia en 1962, concederle el derecho a formar a sus seminaristas en sus propios seminarios, según el carisma particular de la Fraternidad y la ordenación sacerdotal de los candidatos."
No era poca cosa. Por supuesto, la propuesta también tenía como objetivo impedir que Monseñor Lefebvre nombrara a uno o más auxiliares sin el consentimiento del Papa, lo cual ocasionaría inmediatamente una "ruptura definitiva", continuaba la carta. El Cardenal Ratzinger advierte a su destinatario los daños incalculables que ocasionaría a la unidad de la Iglesia por su grave desobediencia, y que tendrían como consecuencia inevitable la ruina de su obra...
Fiel a su conducta, que jamás buscó adelantarse a la Providencia, y en acuerdo con el Consejo dirigido por el Superior General, el Padre Franz Schmidberger, Monseñor Lefebvre decidió tomar la mano extendida, sin hacerse ilusiones pero sin perder tampoco la esperanza...
Una pequeña esperanza
El 1 de octubre de 1987, el Fundador de la Fraternidad San Pío X agradeció al cardenal. Monseñor señalaba varias pistas que permitían esperar "el crepúsculo de una solución", y era particularmente sensible al hecho de que Roma no le exigiera ninguna declaración previa: "la ausencia de una declaración nos hizo pensar que al fin habíamos sido reconocidos como verdaderos católicos." Monseñor se alegró con la visita de un cardenal, el cual acudió para corroborar de primera mano las obras y la vitalidad de la Tradición. El cardenal celebró el hecho de que se garantizara la continuidad de la liturgia de 1962 y reconoció "el derecho de continuar la formación de seminaristas como nosotros lo hacemos actualmente." Monseñor Lefebvre sugirió enérgicamente que el cardenal visitante fuera Edouard Gagnon. La Santa Sede respondió favorablemente a este deseo y el Cardenal Gagnon, prefecto de la Comisión para la Familia, fue nombrado Visitador Apostólico. En el otoño, entre el 11 de noviembre y el 9 de diciembre, visitó varios seminarios, prioratos y las principales casas y escuelas, se reunió con algunos sacerdotes, seminaristas y familiares, monjas y religiosos. En todos los lugares a los que iba, podía apreciar la atmósfera profundamente católica que reinaba.
El 3 de octubre, durante un sermón dado en Ecône con motivo del cuadragésimo aniversario de su episcopado, Monseñor Lefebvre anunció la nueva perspectiva que debía abrirse. Sin caer en un "optimismo exagerado", "hay una pequeña esperanza (...) si Roma está dispuesta, a darnos una verdadera autonomía, la misma que tenemos ahora, pero con la sumisión al Santo Padre. Nosotros la deseamos, siempre hemos deseado ser sumisos al Santo Padre. No es una cuestión de despreciar su autoridad, todo lo contrario, pero fuimos echados de ahí porque éramos tradicionalistas. Pues bien, si, como yo lo he solicitado tantas veces, Roma acepta dejarnos experimentar la Tradición, ya no habrá más problemas, tendremos libertad para continuar el trabajo que llevamos a cabo - como lo hemos hecho hasta ahora - bajo la autoridad del Soberano Pontífice". Éste era su gran deseo, para lo cual exhortó a los sacerdotes y a los fieles a rezar: "que el Buen Dios haga que podamos contribuir de una manera oficial, libre y pública, a la construcción de la Iglesia y a la salvación de las almas..."
En este espíritu, Monseñor Lefebvre dirigió al Cardenal Gagnon una importante carta en la que le hizo las propuestas para un acuerdo canónico.
Sí al reconocimiento canónico de la Fraternidad, pero sin compromisos con las reformas conciliares
En su carta acompañante, con fecha del 21 de noviembre de 1987, el arzobispo insistió en que la gran familia de la Tradición se pudiera desarrollar en un ambiente verdaderamente católico, permaneciendo "adheridos a la Iglesia romana, adheridos a Pedro y a sus sucesores, pero absoluta y radicalmente alejados del espíritu conciliar de la libertad religiosa, del ecumenismo, de la colegialidad, del espíritu de Asís, frutos del modernismo y del liberalismo tantas veces condenados por la Santa Sede."
En este contexto, Monseñor Lefebvre declaró: "Aceptamos gustosos ser reconocidos por el Papa tal cual somos, y tener un asiento en la Ciudad Eterna, para aportar nuestra colaboración para la renovación de la Iglesia; nosotros jamás quisimos romper con el Sucesor de Pedro, ni considerar que la Santa Sede está vacante, a pesar de las pruebas que esto nos ha traído. Por consiguiente, presentamos un proyecto de reintegración y normalización de nuestras relaciones con Roma."
La propuesta de Reglamento evoca el texto conciliar Presbyterorum ordinis (n°10) y expresa un requisito previo sine qua non: "Si la Santa Sede desea sinceramente que nos convirtamos oficialmente en colaboradores eficaces para la renovacion de la Iglesia, bajo su autoridad, es completamente necesario que seamos recibidos tal cual somos, que no se nos exija modificar nuestra enseñanza, ni nuestros medios de santificación, que son los de la Iglesia de siempre." Monseñor Lefebvre también solicitó el establecimiento de una Secretaría romana para promover iniciativas para la conservación de la Tradición. Su autoridad tendría como objetivo normalizar las obras de la Tradición mediante la concesión del episcopado a varios de sus miembros, fomentando al mismo tiempo una colaboración armoniosa con los obispos diocesanos.
En cuanto al estatuto canónico de la Fraternidad y de las diferentes sociedades religiosas asociadas, el Fundador de Ecône propuso agruparlas bajo un Ordinariato, al igual que se hace en el sector militar. Exigía el levantamiento de las sanciones y el reconocimiento de los Estatutos de la Fraternidad. Monseñor Lefebvre no sólo citaba un documento del Concilio, sino que invocaba igualmente las normas de la Constitución Apostólica Spirituali militum curæ de Juan Pablo II (21 de abril de 1986) para encontrar un marco legal que considerara adecuado para el desarrollo de las distintas congregaciones y sociedades que florecían en la Tradición. Finalmente, solicitaba que la jurisdicción de los sacerdotes de la Fraternidad sobre los fieles fuera recibida de Roma por el Superior General, y que lo mismo aplicara para los demás superiores de las sociedades tradicionalistas. Finalmente, Monseñor Lefebvre deseaba que las consagraciones episcopales se celebraran el domingo del Buen Pastor, es decir, el 17 de abril de 1988.
El Cardenal Gagnon finalizó su visita apostólica al seminario de Ecône el 8 de diciembre, donde asistió oficialmente a la Misa pontifical celebrada por Monseñor Lefebvre, aunque éste último seguía suspendido. El Cardenal escribió en el libro de visitas del seminario una evaluación laudatoria sobre el trabajo allí realizado, el cual, en su opinión, debía ser extendido a toda la Iglesia. Algunos meses más tarde, el 15 de febrero de 1988, el Cardenal escribió a Monseñor Lefebvre que el Papa Juan Pablo II había leído cuidadosamente su largo informe y las propuestas que Monseñor le había enviado, y le anunció que un grupo de canonistas se encontraba trabajando en la estructura canónica, por lo que le sería presentado un proyecto legal y doctrinal "a finales de abril". Invitó a su destinatario a guardar la paciencia, así como a mantener la discreción para evitar suscitar oposiciones de aquellos que "no desean una reconciliación."
Las expectativas de Monseñor Lefebvre
El 20 de febrero, Monseñor Lefebvre le respondió al Cardenal, dándole a conocer su temor de que "el procedimiento empleado para una solución se prolongue indefinidamente, poniéndome en la obligación moral de proceder con las consagraciones episcopales sin la autorización de la Santa Sede, lo cual debe evitarse." Sugirió que el Soberano Pontífice tomara "una decisión provisional que no comprometa el futuro y que permita experimentar el ejercicio de la Tradición oficialmente aprobado por la Iglesia. Los problemas doctrinales podrían ser objeto de negociaciones posteriores a la solución canónica, de lo contrario nos encontraremos en el punto de partida." Por último, Monseñor esperaba poder leer el informe del Cardenal Gagnon, a diferencia de los informes de las visitas al seminario de Ecône realizados por tres cardenales en 1974.
A esta carta dirigida al Cardenal Gagnon, el arzobispo adjuntó otra dirigida al Santo Padre. En ella le expresaba la profunda satisfacción que le había ocasionado la visita cardenalicia, y proponía a Juan Pablo II una solución provisional para evitar romper la esperanza que había surgido. A este fin, "parece imposible retomar los problemas doctrinales inmediatamente; sería volver al punto de partida y retomar las dificultades que han prevalecido durante 15 años. La idea de una comisión coadyuvante luego del reglamento jurídico es la más adecuada, si deseamos realmente encontrar una solución práctica."
Concretamente, Monseñor pedía que la Fraternidad San Pio X fuera reconocida "de derecho pontificio" y que se estableciera en Roma una comisión presidida por un cardenal protector. Este organismo regularía "todos los problemas canónicos de la Tradición y mantendría las relaciones con la Santa Sede, los dicasterios y los obispos." Monseñor Lefebvre solicitaba un acuerdo de principio para presentar al Cardenal Gagnon los nombres de los futuros obispos, cuya consagración parecía "indispensable y urgente", e insistía: "debido a mi edad y mi cansancio, ya van dos años que yo no celebro las ordenaciones en el seminario de Estados Unidos (...), ya no tengo la salud necesaria para cruzar los océanos. Es por esto que suplico a Su Santidad resolver este punto antes del 30 junio de este año." Monseñor indicaba que los obispos, "elegidos de entre los sacerdotes de la Tradición", tendrían jurisdicción sobre las personas en lugar de una jurisdicción territorial. Por último, pedía la exención de la jurisdicción de los Ordinarios locales. Para esto, los superiores de las obras de la Tradición entregarían los informes de sus actividades al Ordinario, sin estar "obligados a pedir una autorización" para fundar un nuevo centro. En conclusión, Monseñor Lefebvre resume su postura de siempre: "Nos alegraría mucho poder reanudar las relaciones normales con la Santa Sede, pero sin cambios en lo concerniente a lo que somos; porque así es como estamos seguros de que seguimos siendo hijos de Dios y de la Iglesia romana."
Desde Canadá, el 11 de marzo, el cardenal Gagnon informó a Monseñor Lefebvre que le sería presentado un proyecto a mediados de abril. El 18 de marzo, el Cardenal Ratzinger propone una reunión entre expertos (un teólogo y un canonista) antes de tomar las decisiones finales.
El protocolo del 5 de mayo de 1988
La reunión de expertos se llevó a cabo del martes 12 de abril, al jueves 14 de abril de 1988 en Roma. En presencia del Padre Benoît Duroux, O.P., quien actuó como intermediario, Don Fernando Ocariz, teólogo y Don Tarcisio Bertone, canonista, frente a Monseñor Bernard Tissier de Mallerais, teólogo, y Patrice Laroche, canonista. Se estableció la base para un acuerdo, que fue presentado inmediatamente a Monseñor Lefebvre, quien no ocultó su satisfacción. El 15 de abril, después de haber leído el informe del Padre Duroux, Monseñor Lefebvre escribió desde Albano al Cardenal Ratzinger diciendo sentirse muy feliz por "acercanos cada vez más a un acuerdo."
Monseñor Lefebvre se sentía encantado por el hecho de que la Fraternidad San Pío X fuera erigida como una Fraternidad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio, disfrutando de completa autonomía y de la potestad para formar a sus propios miembros, incardinar a su clero y asegurar la vida de comunidad de sus miembros. Además, según indicaban los términos del informe que serviría como el protocolo para el acuerdo, Roma garantizaba una "cierta exención con respecto a los obispos diocesanos para los asuntos concernientes al culto público, el cura animarum, y otras actividades apostólicas." La jurisdicción sobre los fieles sería conferida por los Ordinarios locales o por la Sede Apóstolica. La Santa Sede crearía una Comisión romana a la cual pertenecerían "sólo uno o dos miembros de la Fraternidad". Por último, el documento mencionaba que "por razones prácticas y psicológicas", parecía ser conveniente la consagración de un miembro de la Fraternidad como obispo. En esencia, esto significaba que las propuestas de Monseñor Lefebvre habían sido escuchadas.
Y en su carta al Cardenal Ratzinger, Monseñor expresó su gran alegría por poder tener finalmente un sucesor en el episcopado. Pero, señaló, "un solo obispo no será suficiente para toda la carga de trabajo; ¿no sería posible tener dos, o por lo menos, la posibilidad de elevar la cifra en los próximos seis meses o un año?" También mencionó una idea que un día tendría un gran futuro: con este acuerdo "¿no sería conveniente que se concediera la posibilidad de usar los libros litúrgicos de Juan XXIII a todos los obispos y sacerdotes?" Le tomaría a Roma casi veinte años reconocer que todos los sacerdotes del mundo católico tienen derecho a usar la liturgia anterior al Concilio...
La firma
Finalmente, Monseñor Lefebvre aceptó el principio y contenidos de una declaración doctrinal breve, aunque inicialmente se había negado rotundamente a hacerlo. Envió el documento ese mismo día, el 15 de abril de 1988. Con excepción de algunos detalles, se trataba del mismo texto que firmaría en Roma tres semanas después, el 5 de mayo, el cual incluía cinco puntos:
1 - "¨Prometemos ser siempre fieles a la Iglesia Católica y al Pontífice Romano, su Pastor Supremo, Vicario de Cristo, Sucesor de San Pedro en su primado como cabeza del Colegio de Obispos;
2 - "Declaramos nuestras aceptación de la doctrina contenida en §25 de la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II sobre el magisterio eclesiástico y la adherencia que le es debida;
3 - "Respecto a ciertos puntos enseñados por el Concilio Vaticano II o concernientes a reformas posteriores hechas a la liturgia y a la ley, y que no parecen poderse reconciliar fácilmente con la Tradición, prometemos tener una actitud positiva de estudio y comunicación con la Sede Apstólica, evitando toda polémica;
4 - Además, tomando en cuenta lo que se establece en §3, declaramos que reconocemos la validez del Sacrificio de la Misa y los Sacramentos celebrados con la intención de hacer lo que la Iglesia hace, y de acuerdo con los ritos indicados en las versiones típicas del Misal Romano y los rituales de los sacramentos promulgados por los Papas Pablo VI y Juan Pablo II;
5 - "Finalmente, prometemos respetar la disciplina común de la Iglesia y, por tanto, las leyes disciplinarias contenidas en el Código de Derecho Canónico promulgado por el Papa Juan Pablo II, sin prejuicios hacia la disciplina especial concedida a la Fraternidad mediante una ley particular." http://www.sspxasia.com/Documents/Archbishop-Lefebvre/Archbishop_Lefebv…
Entre el 15 de abril y el 5 de mayo, Monseñor Lefebvre estaba convencido de haber obtenido un buen acuerdo que garantizaba la estabilidad y permanencia de su obra. Escribió al respecto entusiásticamente a uno de sus sacerdotes el 20 de abril diciendo que las negociaciones "parecían dirigirse hacia una solución aceptable que nos concedería lo que siempre hemos pedido. Sería difícil no ver en esta acción de Roma la mano de Nuestra Señora de Fátima. Dentro de poco tendré que ir a Roma para firmar el acuerdo final, si no se opera ningún cambio en lo que se acordó la semana pasada."
En consecuencia, Monseñor participó el 4 de mayo en una reunión final en Albano, cerca de Roma, y firmó la declaración del Protocolo del Acuerdo el 5 de mayo, fiesta de San Pío V. Ese mismo día, escribió al Papa Juan Pablo II para agradecerle por su iniciativa que "ha logrado una solución aceptable para ambas partes." Monseñor Lefebvre creía que el documento que acababa de firmar podía "ser el punto de partida para distintas medidas que nos concederán un estatus legal en la Iglesia: el reconocimiento legal de la Fraternidad San Pío X como una sociedad de derecho pontificio, el uso de los libros litúrgicos de Juan XXIII, la constitución de una comisión romana y otras acciones indicadas en el Protocolo del Acuerdo." Todavía faltaba mucho por hacer. Monseñor le aseguró al Soberano Pontífice que "los miembros de la Fraternidad y todas las personas moralmente unidas a ella comparten nuestra alegría por este acuerdo y agradecen a Dios y a usted."
Se preparó un comunicado de prensa para el 7 de mayo, junto con otra carta para el papa donde se detallaban cuáles serían los siguientes pasos. Pero a la mañana siguiente, el 6 de mayo, después de una noche terrible, Monseñor Lefebvre se retractó. ¿Qué fue lo que sucedió?
Inquietud, Decepción, Solicitud de Aclaraciones
Casi hasta el final, Monseñor Lefebvre pensó que podía firmar el documento y confiar en que sus interlocutores le concederían al menos un sucesor y le garantizarían la permanencia de su obra. Lo fundamental era obtener una o más consagraciones episcopales con la autorización de la Santa Sede. El Protocolo del Acuerdo que Monseñor Lefebvre aceptó firmar el 5 de mayo de 1988, establecía que "por razones prácticas y psicológicas, se cree que sería conveniente la consagración de un miembro de la Fraternidad como obispo" (#5.2). No se fijó ninguna fecha para esto. Pero después de la firma del protocolo, el Cardenal Ratzinger entregó a Monseñor Lefebvre una carta con fecha del 28 de abril de 1988, que suscitó inquietud y decepción en la mente del arzobispo.
En esta carta, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe escribió que la nominación de un obispo "no será posible en este momento, aunque no hubiera otra razón para esto más que la preparación y análisis de los archivos." Como hemos visto, Monseñor Lefebvre creía muy importante que esto se hiciera lo más pronto posible. Durante las discusiones realizadas a mediados de abril en Roma, Monseñor había pedido que la consagración epsicopal de un sacerdote de la Fraternidad se celebrara inmediatamente, como lo había mencionado en su carta a Juan Pablo II el 20 de febrero de ese mismo año. La urgencia de la nominación de un sucesor se debía, principalmente, a "la edad avanzada de Monseñor Lefebvre y a su agotamiento físico durante los últimos meses" (Nota sobre el episcopado en la Fraternidad, anexada al informe del 15 de abril de 1988). Lo que estaba ya casi al alcance de la mano ("la consagración de un obispo parece conveniente") se había pospuesto indefinidamente.
Podemos entender por qué Monseñor Lefebvre escribió el 6 de mayo al Cardenal Ratzinger estas palabras que expresan tan bien lo que pasaba por su mente: "Ayer firmé con mucha satisfacción el Protocolo elaborado durante los días precedentes. Sin embargo, usted mismo ha sido testigo de mi profunda decepción al leer la carta que me envió, donde se especificaba la respuesta del Santo Padre sobre las consagraciones episcopales. Volver a posponer las consagraciones a una fecha indefinida sería la cuarta vez que se posponen. En mis cartas anteriores, se indica claramente la fecha del 30 de junio como la última posible. Ya le he proporcionado un archivo con los nombres de los candidatos. Todavía quedan dos meses para hacer el mandato. Dadas las circunstancias particulares de esta propuesta, el Santo Padre puede acortar los procedimientos sin ningún problema para anunciar el mandato a mediados de junio. En caso de que la respuesta sea negativa, me veré obligado en conciencia a proceder con las consagraciones, amparándome en el acuerdo logrado con la Santa Sede en el Protocolo para la consagración de un obispo miembro de la Fraternidad."
Monseñor Lefebvre hizo mención de la reticencia romana expresada tanto oralmente como por escrito, que contrastaba con las expectativas de los sacerdotes y fieles, quienes no entenderían las razones para un nuevo aplazamiento, y que estaban "deseosos de tener obispos realmente católicos, para transmitirles la fe verdadera y comunicárselas en un modo seguro para recibir las gracias de salvación a las que tanto ellos como sus hijos aspiran." Monseñor finalizó expresando su "deseo de que esta solicitud no se convierta en un obstáculo insuperable para la reconciliación en proceso."
Ese mismo día, el Cardenal Ratzinger pospuso la publicación del comunicado de prensa y pidió a Monseñor Lefebvre reconsiderar su posición, afirmando que sus intenciones respecto a la consagración episcopal de un miembro de la Fraternidad para el 30 de junio representaban una contradicción completa a lo que había aceptado en el protocolo. El Cardenal se estaba enfocando en detalles sin importancia e ignorando las repetidas solicitudes del fundador de Ecône pidiendo un sucesor episcopal. Monseñor Lefebvre regresó muy decepcionado.
"Quieren tomarnos el pelo"
En la conferencia de prensa realizada en Ecône el 15 de junio, Monseñor Lefebvre reveló algunos detalles sobre las discusiones que habían tenido lugar.
Monseñor Lefebvre: "Tienen tiempo para prepararse antes del 30 de junio, para hacer la investigación y darme el mandato..."
Cardenal Ratzinger: "¡Oh, no! ¡No, no! Es imposible; tener todo listo para el 30 de junio es imposible."
"Entonces, ¿cuándo? ¿El 15 de agosto? ¿Al final del Año Mariano?"
"¡Oh, no! No, no, Su Excelencia. Sabe bien que no habrá nadie en Roma el 15 de agosto. Todos estarán de vacaciones del 15 de julio al 15 de septiembre; el 15 de agosto queda descartado, es imposible."
"Entonces, ¿puede ser el 1 de noviembre? ¿Día de Todos los Santos?"
"No lo sé, no puedo darle una respuesta."
"¿Para Navidad?"
"Realmente no sabría decirle."
Mas tarde, Monseñor Lefebvre diría que la impresión general era que estaban tomándole el pelo, por lo que perdió toda confianza y dejó de creer en las promesas de sus interlocutores... También tenía la impresión de que estaban desperdiciando su energía, aun cuando los preparativos ya estaban en marcha en Ecône.
Nuevas exigencias de Roma
El 17 de mayo, el Cardenal Ratzinger dio al Padre Emmanuel du Chalard, el intermediario de Monseñor Lefebvre en Roma, el borrador de una carta "más en conformidad con los requisitos del estilo de la Curia romana."
De hecho, la carta que Monseñor había enviado al Papa Juan Pablo II ya no era suficiente. Necesitaba "pedir perdón humildemente por todo lo que, a pesar de mi buena fe, hubiera podido causar un disgusto al Vicario de Cristo." Y, sobre todo, tenía que limitarse a sugerir "sin exigir una fecha definitiva" ("senza esigere alcuna data"), la consagración de un obispo como su sucesor. He aquí los términos exactos de la carta que tenía que enviar al Santo Padre: "Sé muy bien que la regularización canónica de la Fraternidad no prevé la consagración de un obispo para ser mi sucesor, porque no es necesario per se. Sin embargo, poniendo atención especialmente a la necesidad práctica de un obispo que celebre todas las funciones pontificias según el rito anterior a la reforma litúrgica, me sentiría muy feliz si Su Santidad nominara un obispo que pudiera, en cierto sentido, ser mi sucesor." La carta debía tener un tono humilde e incondicional, para que el Papa concediera sus pedidos más fácilmente. Una vez más, lo que parecía estar al alcance de la mano seguía siendo discutido y pospuesto.
Cuando el Padre du Chalard confirmó la intención del fundador de Ecône de consagrar tres obispos el 30 de junio, el cardenal Ratzinger le pidió hacer llegar a Monseñor una invitación a Roma, por lo que se agendó una nueva cita para el 24 de mayo.
Esperando el regreso de Roma a la Tradición
Desde Ecône, Monseñor Lefebvre redactó una carta para el Papa, en la que señalaba: "surge una grave dificultad respecto al episcopado acordado para la Fraternidad para sucederme en mi función episcopal". Monseñor entendía que, para la Santa Sede, la cuestión del episcopado era "fuente de inquietud y preocupaciones", "las cuales provocan retrasos, respuestas evasivas (...) desde hace más de un año." Todo está listo para el 30 de junio, fecha última: "Los acuerdos han sido firmados y los nombres de los candidatos ya han sido propuestos. Si el cardenal Ratzinger está demasiado ocupado para preparar los mandatos, el cardenal Gagnon podría encargarse. Muy Santo Padre, por favor ponga fin a este problema tan doloroso..."
Una vez más, el prelado explicó la renovación que tendría lugar si el Papa daba a la Iglesia "obispos libres para poder revivir la fe y la virtud cristianas a través de los medios que Nuestro Señor ha confiado a su Iglesia para la santificación de los sacerdotes y los fieles. Sólo un entorno completamente libre de los errores y vicios modernos puede permitir esta renovación". Depende únicamente del Papa producir, a través de sus decisiones, este entorno renovado, el cual sería el medio para proporcionar a la Iglesia, con la gracia de Dios, "una nueva juventud" que "transformará a la sociedad pagana en una sociedad cristiana."
De vuelta al Palacio del Santo Oficio
El 24 de mayo, Monseñor Lefebvre viajó a Roma donde se reunió con el cardenal Ratzinger y sus secretarios. Allí entregó su carta al Papa, y una carta adicional, dirigida al cardenal, que había escrito ese mismo día. En esta carta del 24 de mayo, Monseñor reiteró lo que había escrito el 6 de mayo, al otro día de la firma de la declaración doctrinal. "Después de haberlo reflexionado, parece evidente que el objetivo de estos diálogos es reintegrarnos en la Iglesia conciliar, la única Iglesia a la que han hecho alusión durante todas las entrevistas". Ha habido una confusión, pues "pensamos que nos proporcionarían los medios para continuar y desarrollar las obras de la Tradición, especialmente otorgándome algunos coadjutores, tres, por lo menos, y dando también en el organismo romano una mayoría a la Tradición." Porque el objetivo era mantenerse "ajenos a toda influencia progresista y conciliar". Monseñor Lefebvre nunca cambió de opinión en este punto. Desde el inicio de las negociaciones, un año antes, Monseñor creyó que sería posible para la Fraternidad trabajar oficialmente siendo reconocida tal cual es, sin necesidad de adoptar las novedades de Vaticano II.
Finalmente, Monseñor Lefebvre toma las riendas de la situación: "Es por esto que, con gran pesar nuestro, nos vemos obligados a pedir que antes del 1 de junio se nos indique claramente cuáles son las intenciones de la Santa Sede sobre estos dos puntos: la consagración de los tres obispos postulados para el 30 de junio y la mayoría de los miembros de la Tradición en la Comisión romana. Si no recibo respuesta a estas preguntas, procederé a la publicación de los nombres de los candidatos que consagraré el 30 de junio, con la ayuda de Su Excelencia Monseñor de Castro Mayer. Mi salud y las necesidades apostólicas para el crecimiento de nuestras obras, ya no permiten más retrasos adicionales."
Durante la entrevista, el Cardenal hizo alusión a la fecha del 15 de agosto, sin responder a los otros asuntos pendientes. Una semana más tarde, Monseñor Lefebvre acudió a Pointet, cerca de Vichy, para informar a los responsables de las diferentes comunidades y explicarles los pormenores de lo que Roma llamaba una "reconciliación". Allí, hizo mención también de la consagración de los cuatro obispos y de la promesa de Monseñor de Castro Mayer de acudir a Ecône para ayudarlo en este acto tan importante.
Ese mismo día, 30 de mayo, el Cardenal Ratzinger escribe a Monseñor Lefebvre para darle a conocer la respuesta de Juan Pablo II a su carta del 20 de mayo y a la carta enviada al Cardenal el 24 de mayo. Sobre la cuestión de la Comisión romana, el Papa afirmaba que lo más conveniente era ceñirse a los términos - por imprecisos que fueran - del protocolo, y que el Santo Padre sabría nominar a las personas que hicieran falta. Sobre la cuestión de la consagración episcopal, la respuesta fue que el Papa estaba dispuesto a designar un obispo miembro de la Fraternidad, "y a acelerar el proceso habitual de designación, para que la consagración pudiera celebrarse para la clausura del Año Mariano, el 15 de agosto siguiente". Por último, el Cardenal Ratzinger pidió a Monseñor Lefebvre renunciar a la consagración de tres obispos el 30 de junio, aunque ya lo hubiera anunciado públicamente. Era la primera vez que Roma proponía una fecha precisa, después de haber afirmado que el 15 de agosto, durante las vacaciones, era imposible. Pero ya era muy tarde. Monseñor Lefebvre estaba cansado de tantas demoras y de haber obtenido tan poco después de tantos esfuerzos. Desde hacía varias semanas, el vínculo de la confianza pendía de un hilo.
La ruptura del proceso de reconciliación
Monseñor Lefebvre sacó inmediatamente las conclusiones de la carta del Cardenal Ratzinger. El 2 de junio, escribe al Santo Padre una carta donde se declara convencido, al término de los intercambios que han tenido lugar, "en una atmósfera de cortesía y caridad" que "el momento de una colaboración franca y eficaz no ha llegado todavía."
Monseñor recuerda la validez y fundamentos de su empresa, que sigue siendo incomprendida por las autoridades romanas: "si todo cristiano está autorizado a pedir a las autoridades competentes de la Iglesia mantener la fe de su bautismo, ¿qué puede decirse de los sacerdotes, los religiosos y las religiosas?" "Para mantener intacta la fe de nuestro bautismo es que nos hemos tenido que oponer al espíritu de Vaticano II y a las reformas inspiradas por éste último. El falso ecumenismo, que es la causa de todas las innovaciones del Concilio, en la liturgia, en las nuevas relaciones de la Iglesia y del mundo, en la concepción de la Iglesia misma, conducen a ésta a su ruina y a los católicos a la apostasía."
Dado que, explica Monseñor Lefebvre "nos oponemos radicalmente a esta destrucción de nuestra fe, y estamos decididos a permanecer en la doctrina y la disciplina tradicionales de la Iglesia, especialmente en lo concerniente a la formación sacerdotal y a la vida religiosa, sentimos la absoluta necesidad de tener autoridades eclesiásticas que coincidan con nuestras preocupaciones y que nos ayuden a protegernos contra el espíritu de Vaticano II y el espíritu de Asís."
"Es por esto que solicitamos varios obispos, elegidos en la Tradición, y la mayoría de los miembros de la Comisión romana, para protegernos de cualquier tipo de compromiso. Debido al rechazo a considerar nuestras peticiones, y siendo evidente que el objetivo de esta reconciliación no es el mismo para la Santa Sede que para nosotros, creemos preferible esperar a que vengan tiempos más propicios para el regreso de Roma a la Tradición."
"Por esta razón, nos proporcionaremos a nosotros mismos los medios de continuar con la obra que la Providencia nos ha confiado, seguros, gracias a la Carta de Su Eminencia el Cardenal Ratzinger del 30 de mayo, de que la consagración episcopal no es contraria a la voluntad de la Santa Sede, puesto que ya ha sido acordada para el 15 de agosto. Nosotros seguiremos rezando para que la Roma moderna, infestada de modernismo, vuelva a ser la Roma católica y recupere su Tradición bimilenaria. Sólo entonces, el problema de la reconciliación ya no seguirá existiendo y la Iglesia encontrará una nueva juventud."
La intervención del Papa Juan Pablo II
La reacción romana fue similar a la de los años 1975-1976, cuando el Papa Pablo VI se decidió a escribir una carta personalmente. El 9 de junio, Juan Pablo II dirigió a Monseñor Lefebvre una carta solemne, en la que retomaba las soluciones acordadas el 5 de mayo: "éstas permitirían a la Fraternidad San Pío X existir y obrar en la Iglesia en comunión plena con el Soberano Pontífice, guardián de la unidad y la Verdad. Por su parte, la Sede Apostólica sólo tiene un objetivo en vista a partir de las conversaciones mantenidas con usted: favorcer y salvaguardar esta unidad en obediencia a la Revelación divina, traducida e interpretada por el Magisterio de la Iglesia, especialmente en los 21 Concilios ecuménicos, desde Nicea hasta Vaticano II."
El problema doctrinal planteado por Vaticano II, Concilio atípico debido a su naturaleza pastoral, había sido evacuado. Si la intención del Santo Padre era obligar al prelado francés a obedecer Vaticano II, estaba en un gran error. Por tanto, la petición del arzobispo respecto a las ordenaciones episcopales parecía "un acto cismático dadas las consecuencias teológicas y canónicas inevitables que usted ya conoce muy bien. Lo invito fervientemente a que regrese, con humildad, a la obediencia plena al Vicario de Cristo."
La incomprensión total ocasionó que las tensiones resurgieran. Todo esto fue cubierto por los medios de comunicación de un modo dramático, a medida que se aproximaban las consagraciones del 30 de junio de 1988.
El 30 de junio de 1988
Monseñor Lefebvre realizó una conferencia de prensa el 15 de junio en Ecône, que fue respondida al día siguiente con una Nota informativa de la Santa Sede, y el 17 del mismo mes con un discurso canónico del Cardenal Bernardin Gantin, que en ese entonces era Prefecto de la Congregación de Obispos.
Frente a los periodistas, el prelado proporcionó numerosos detalles de las discusiones orales que tuvieron lugar en Roma. Por ejemplo, la cuestión de la iglesia Saint Nicolas du Chardonnet, en París. El Cardenal Ratzinger explicó a su estupefacto interlocutor, que a partir de ese momento sería necesario celebrar una nueva misa todos los domingos.
Monseñor Lefebvre repartió a los periodistas una corta presentación de cada uno de los sacerdotes que había elegido para asegurar la perennidad de la Tradición, especialmente dispensando los sacramentos de confirmación y orden sacerdotal. Se trataba de los Padres Bernard Tissier de Mallerais, un francés ordenado en 1975, Richard Williamson, un inglés ordenado en 1976, Alfonso de Galarreta, un español ordenado en 1980, y Bernard Fellay, un suizo ordenado seis años antes.
Las razones del fracaso
El 19 de junio, el prelado francés recordó en un comunicado de prensa las razones por las que habían fracasado las conversaciones. En él, explicaba haber mantenido "una cierta esperanza de que a medida que la autodemolición de la Iglesia se acelerara, fuéramos vistos por ellos con cierta benevolencia". La carta del 28 de julio de 1987 del Cardenal Ratzinger parecía abrir "nuevos horizontes". Como Monseñor Lefebvre había anunciado que se proporcionaría a sí mismo sus sucesores, súbitamente parecía como si "Roma nos mirara más favorablemente."
En efecto, en la propuesta romana inicial, no era "cuestión de firmar un documento doctrinal ni cuestión de pedir perdón, sino que se había anunciado finalmente un visitante, la Fraternidad podría ser reconocida, la liturgia sería la anterior al Concilio, ¡los seminaristas conservarían el mismo espíritu!... Por tanto, aceptamos retomar este nuevo diálogo, pero con la condición de que nuestra identidad estuviera bien protegida contra las influencias liberales por los obispos elegidos en la Tradición, y por una mayoría de miembros en la Comisión romana para la Tradición. Sin embargo, tras la visita del Cardenal Gagnon, del cual seguimos sin saber nada, las decepciones se fueron acumulando."
La decepción provino del texto doctrinal que debía firmarse repentinamente, de la mínima representación en el organismo de la Tradición en Roma, de la ausencia de una fecha para la consagración episcopal de un sacerdote de la Fraternidad, acordada in extremis. Pero, sobre todo, el Cardenal Ratzinger no cesaba de insistir en la necesidad de pertenecer a la única Iglesia, la de Vaticano II, y, por tanto, de sugerir que la reconciliación en curso no era más que una etapa que precedía a la aceptación total del Concilio, sus reformas, su espíritu, sus novedades... A pesar de esto, Monseñor Lefebvre firmó el protocolo del 5 de mayo, deseando poder confiar, en vista de los importantes avances acordados (liturgia, estatuto canónico, formación y ordenación de los candidatos, sucesión en el episcopado).
La fecha de la consagración episcopal, que, como ya hemos visto, creó tantos problemas, y las nuevas exigencias de Roma - el borrador para la carta definitiva que el Cardenal Ratzinger prácticamente dictó a Monseñor Lefebvre el 17 de mayo - aclararon el panorama al arzobispo.
Aunque logró obtener a causa de su insistencia y obstinación una fecha para la consagración (15 de agosto), Monseñor reconoció que "el ambiente ya no es el de una colaboración fraterna y un simple reconocimiento de la Fraternidad. Para Roma el objetivo de este diálogo es la reconciliación, como lo declaró el Cardenal Gagnon, en una entrevista realizada para el diario italiano L'Avvenire, es decir, el retorno de las ovejas perdidas al redil. Esto es lo que escribí en la carta al Papa del 2 de junio: "El objetivo de las conversaciones no es el mismo para ustedes que para nosotros."
El prelado octogenario finaliza el comunicado diciendo: "La actual Roma conciliar y modernista jamás podrá tolerar la existencia de una rama vigorosa de la Iglesia católica que la condena a través de su vitalidad. Por tanto, sin duda, será necesario esperar algunos años para que Roma recupere su Tradición bimilenaria. Mientras tanto, nosotros continuaremos demostrando que, con la gracia de Dios, esta Tradición es la única fuente de santificación y salvación para las almas, y la única posibilidad de renovación para la Iglesia."
¿Una Iglesia paralela?
Como era de esperarse, los medios de comunicación empezaron a anunciar un "cisma" y a difundir los llamamientos de Roma para que Monseñor Lefebvre renunciara a las consagraciones. Éste último se encontraba lleno de serenidad, recuperada gracias a la certeza de poder llevar a cabo la voluntad de Dios. La adhesión de los fieles y del clero sólo confirmaban su valiente convicción.
Sin embargo, era necesario responder a las objeciones y acusaciones difundidas. Respecto al Protocolo del Acuerdo, Monseñor Lefebvre jamás se arrepintió o rechazó los contenidos del texto doctrinal que había firmado. Durante la conferencia de prensa del 15 de junio, Monseñor declaró:"el artículo 3 nos ha dejado satisfechos". Afirmó que aunque algunos aspectos "enseñados por el Concilio Vaticano II o concernientes a las reformas posteriores de la liturgia y del derecho" eran "difícilmente conciliables con la Tradición", "en cierto modo, nos dejaron satisfechos en este aspecto. Teníamos permitido discutir los temas del Concilio, de la liturgia y del Derecho Canónico. Esto fue lo que nos permitió firmar el protocolo doctrinal; sin esto, jamás lo hubiéramos firmado."
Respecto a la acusación de construir una Iglesia paralela, mismas acusaciones que, posteriormente, fueron hechas en varias ocasiones por el Cardenal Ratzinger, en un intento por doblegar al arzobispo, éste último respondió cortando la acusación de raíz: "Eminencia, no somos nosotros los que estamos construyendo una Iglesia paralela, porque nosotros seguimos estando en la Iglesia de siempre. Son ustedes los que la están construyendo, con la invención de la "Iglesia del Concilio", la llamada "Iglesia conciliar" por el Cardenal Benelli. Son ustedes los que han inventado una iglesia nueva, son ustedes los que han elaborado nuevos catecismos, nuevos sacramentos, una nueva misa, una nueva liturgia... no somos nosotros. Nosotros sólo seguimos haciendo lo que se ha hecho siempre. No somos nosotros los que estamos construyendo una nueva Iglesia."
Además de las circunstancias extraordinarias y del estado de necesidad en que se encontraba la Iglesia, la legitimidad de las consagraciones residía, sobre todo, en el hecho de que Monseñor Lefebvre hizo una clara distinción entre el poder de las Órdenes y el poder de la jurisdicción. Monseñor suministró obispos a la Iglesia para poder continuar el sacerdocio y dispensar los sacramentos, con una doctrina completamente segura y ortodoxa, pero estos obispos no tienen ningún poder de gobierno, ninguna jurisdicción propia. Por tanto, no se trata de fundar una jerarquía paralela, de sustituir la jurisdicción ordinaria o de atribuir territorios al apostolado de los cuatro obispos que consagró el 30 de junio. Se trata de proporcionar a la Tradición los medios para continuar, para sobrevivir.
Pero esta Tradición no está construida sobre las nubes, sino que está anclada a las realidades que existen visiblemente en la Iglesia visible, la Iglesia sobre la tierra, empezando por esta sociedad fundada legítimamente, y suprimida abusiva e injustamente, es decir, la Fraternidad San Pío X.
Obispos auxiliares, no rebeldes
Los obispos consagrados por Monseñor Lefebvre son católicos porque son auxiliares de la Fraternidad. De lo contrario, sólo serían vagabundos, como lo son los obispos de los grupos sedevacantistas, consagrados sin un verdadero estado de necesidad, dispersos y formando un grupo estéril.
Para comprender bien que los obispos que Monseñor consagraría no tendrían ningún poder gubernamental, Monseñor Lefebvre insistía en el papel del Superior General de la Fraternidad, al cual los obispos estarían sujetos. Al término de la conferencia de prensa que se llevó a cabo en Ecône el 15 de junio, Monseñor explicó: "por tanto, en principio, el responsable de las relaciones con Roma cuando yo haya muerto, será el Superior General de la Fraternidad, el Padre Schmidberger, a quien todavía le quedan seis años como Superior General. Él es quien, eventualmente, estará en contacto con Roma para continuar las conversaciones, si es que continúan, o si se mantiene el contacto - lo cual será poco probable durante algún tiempo, pues, seguramente L'Osservatore Romano publicará el encabezado: "Cisma de Monseñor Lefebvre, excomunión..." Durante algunos años, tal vez dos, tres, no lo sé exactamente, esa será la separación". Separación sin ruptura, con el fin de organizar la Tradición después de su muerte, que sucedería alrededor de dos años más tarde, el 25 de marzo de 1991.
El fundador de la Fraternidad pronosticó una pausa en los contactos y conversaciones con Roma, pero una pausa breve. Se mostraba demasiado optimista, pues serían necesarios doce años para que Roma volteara a ver de nuevo a la Fraternidad. El Cardenal Darío Castrillón Hoyos, presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei desde el año 2000, constató que las consagraciones episcopales, lejos de haber provocado la ruina anunciada de la obra de Monseñor Lefebvre, como se había predicho, habían permitido providencialmente su desarrollo en un entorno preservado de los errores y prácticas modernas.
En una palabra, las consagraciones sirvieron para edificar y construir la Iglesia, a diferencia de "quienes la destruyen" difundiendo ideas condenadas por el Magisterio constante de los pontífices romanos: "Éste es el fondo de los eventos que estamos viviendo (...), y habrá una multitud gigantesca en la ceremonia del 30 de junio para la consagración de los cuatro jóvenes obispos que estarán al servicio de la Fraternidad."
Al servicio de la Fraternidad
El 4 de julio de 1988, justo después de las consagraciones, Monseñor Lefebvre volvió a hablar sobre el papel y lugar de los obispos. En Ecône, delante de los Superiores de Distritos y Seminarios reunidos a su alrededor, Monseñor dio este discurso: "Los Estatutos de la Fraternidad siguen siendo la regla de nuestra misión providencial. Las consagraciones episcopales no suplen la estructura de la Fraternidad. Se ha dejado muy en claro, y los obispos lo entienden muy bien, que sólo son los auxiliares de la Fraternidad, que no pueden suplantar la jerarquía de la Fraternidad, que no tienen ninguna jurisdicción, propiamente hablando, en tanto obispos. Aunque se llegara a dar la situación de que un obispo ocupara el cargo de Superior General, esto no es la norma. Los obispos están consagrados al servicio de la Fraternidad y a los grupos unidos a ella, según el criterio que Roma aceptó, es decir, para las confirmaciones y ordenaciones. El Superior General será el responsable de decidir sobre la ordenación de los candidatos externos a la Fraternidad, de sociedades constituidas, en la medida en que sus Constituciones sean dignas de ser aprobadas por la Iglesia. Los Superiores de Distritos y de las Casas Autónomas organizarán las confirmaciones. La jurisdicción se ha dado a los obispos a causa del estado de necesidad en que se encuentran los fieles."
Cabe precisar que esta jurisdicción no es más que la jurisdicción que la Iglesia suple en ausencia de una jurisdicción ordinaria o delegada, para asegurar la validez de los sacramentos en estas circunstancias extraordinarias. No se trata en ningún modo de atribuirse una jurisdicción propia.
Ese mismo día, Monseñor Lefebvre habló sobre la organización que deseaba dejar tras de sí: "Es el Superior General quien mantendrá el vínculo con Roma. En una palabra, él será el responsable de la Tradición, pues es la estructura de la Fraternidad la que existe ante los ojos de la Iglesia. Jamás ha sido nuestra intención organizar o presidir esta asociación; pero es un hecho que la Fraternidad es la columna vertebral de la Tradición, su instrumento providencial, sobre la que deben apoyarse todas las iniciativas de la Tradición. "Los obispos no tienen ninguna jurisdicción territorial, pero, por razones prácticas, ejercerán su ministerio frecuentemente en países de habla francesa, inglesa, alemana y española, respectivamente." La idea era responder a las necesidades del apostolado, debido a que el exmisionero ya no podía hacerse cargo.
Ni cisma, ni ruptura con la Roma católica
Las consagraciones de 1988 fueron muy bien pensadas. Respondían a una situación extraordinaria. No eran el fruto de una sedición, sino un acto para garantizar el orden a medida que la anarquía se difundía. El arzobispo explicó esto muy claramente durante una conferencia de prensa. El Espíritu de Asís, "las ideas modernas y modernistas que surgieron con el Concilio" y que corrompen la fe, justifican un acto de esta clase, a pesar de las sanciones aparentes. Monseñor Lefebvre jamás incurrió en cisma con el sucesor de Pedro, sino con el Papa modernista, es decir, "con las ideas que difunde por doquier, las ideas de la Revolución, las ideas modernas, sí." E insistió: "No tenemos personalmente la menor intención de romper con Roma. Queremos estar unidos a la Roma de siempre, y estamos convencidos de estar unidos a la Roma de siempre, porque en nuestros seminarios, en nuestras predicaciones, en toda nuestra vida y en la vida de los cristianos que nos siguen, continuamos la vida tradicional como ésta era antes del Concilio Vaticano II, como ha sido vivida durante veinte siglos. Por lo tanto, no veo por qué estaríamos en ruptura con Roma, ya que hacemos lo que Roma misma nos ha aconsejado hacer durante veinte siglos. Simplemente no es posible."
Por otro lado, la infracción contra una ley eclesiástica de naturaleza disciplinaria no constituye un cisma, es decir, un pecado contra la unidad de la Iglesia. No estamos formando una "pequeña Iglesia" que se niega a reconocer el fundamento petrino de la Institución fundada por Nuestro Señor Jesucristo y se separa formalmente de ella." Las leyes de la Iglesia no pueden servir para su destrucción cuando los errores corrompen la fe y las costumbres. Frente a un problema de este tipo, el telegrama del Cardenal Ratzinger del 29 de junio, ordenando al prelado de Ecône "partir hoy mismo para Roma sin proceder con las consagraciones episcopales", parece sumamente futil.
El mandato de la Iglesia
Durante la ceremonia histórica del 30 de junio, Monseñor Lefebvre leyó un mandato donde explicó que el modernismo de las autoridades de la Iglesia volvía nulas las penalidades y castigos en los que pudiera estar incurriendo. Al contrario, es la Iglesia romana "siempre fiel a las santas tradiciones recibidas de los Apóstoles", la que "nos ordena transmitir fielmente estas santas tradiciones, es decir, el depósito de la fe, a todos los hombres para la salvación de sus almas."
Los mandamientos de la Iglesia - la Iglesia a la que Monseñor Lefebvre solía llamar "la Iglesia de siempre", para referirse a la Iglesia romana fiel a sus tradiciones, en oposición a la Iglesia conciliar infestada de novedades destructoras de la fe - obligaban en conciencia al arzobispo: "Por lo tanto, teniendo compasión de esta multitud, tengo el grave deber de transmitir mi gracia episcopal a estos queridos sacerdotes aquí presentes, para que ellos mismos puedan, a su vez, conferir la gracia sacerdotal a numerosos santos clérigos, según las santas tradiciones de la Iglesia católica."
Finalmente, ese 30 de junio de 1988, Monseñor Lefebvre realizó un acto heroico en la más pura continuidad con lo que había escrito el 4 de julio de 1984, donde en algunas cuantas líneas resumió el espíritu que lo animaba: "Es por esto que persisto, y si desean conocer la razón profunda de esta persistencia, hela aquí. Quiero que a la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: "¿Qué hiciste de tu episcopado, qué hiciste de tu gracia episcopal y sacerdotal?", no escuche de su boca estas palabras terribles: "Tú contribuiste junto con los demás a destruir la Iglesia."
Padre Christian Thouvenot
Fuente: FSSPX.Actualidad - 02/07/2018