Papúa, orgullosa de su cristianismo

Fuente: FSSPX Actualidad

Parlamento de Papúa Nueva Guinea

Papúa Nueva Guinea, una nación insular del Pacífico con aproximadamente 11.8 millones de habitantes, acaba de dar un paso histórico al adoptar una enmienda constitucional que la designa oficialmente como un país "cristiano". Un proyecto que, sorprendentemente, suscita reservas dentro de la jerarquía católica.

Aprobada el 12 de marzo de 2025 por una abrumadora mayoría de 80 votos contra 4 por los parlamentarios, la nueva enmienda inscribe en la Constitución el explícito reconocimiento del cristianismo como fundamento del joven Estado papú: "Nosotros, el pueblo de Papúa Nueva Guinea, reconocemos y declaramos a Dios Padre, a Jesucristo Hijo y al Espíritu Santo como nuestro Creador y Conservador del universo entero, fuente de todo poder y autoridad", detalla ahora la ley fundamental del país.

Y el sitio de noticias The Pillar añade que el Parlamento también ha decidido reconocer la Biblia como un símbolo nacional oficial e inscribir los "valores cristianos" en la categoría de "valores fundamentales" del país.

El primer ministro James Marape, ferviente defensor de esta reforma, aplaudió una decisión que, según él, refleja el papel central del cristianismo en la historia y el desarrollo de la nación. "En medio de tal diversidad de lenguas, culturas y etnias, nadie puede negar que las diferentes confesiones cristianas han sido la base de la unidad y la cohesión de nuestro país", declaró el jefe del ejecutivo papú. Una medida que ha dejado escéptico al clero católico local.

Sin embargo, si nos ceñimos a un plano puramente estadístico, Papúa Nueva Guinea es sin duda un país cristiano. Según el último censo de 2011, el 95.6 % de la población se identificaba como tal, una proporción que podría haber evolucionado ligeramente, pero que sigue siendo abrumadora.

Los católicos constituyen el grupo más importante, con alrededor del 27% de la población, es decir, 2.5 millones de fieles según el Vaticano en 2024, seguidos por los luteranos (19.5 %) y un mosaico de otras confesiones afiliadas en mayor o menor medida al movimiento pentecostal o evangélico. Esta predominancia se explica por el pasado misionero de la región, que se remonta al siglo XIX, cuando los primeros misioneros, en particular los maristas franceses, sentaron las bases de la evangelización en la década de 1840.

Sin embargo, en una contribución crítica publicada el 18 de marzo de 2025, el Padre Giorgio Licini, ex secretario general de la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea y actual responsable de la rama papú de Caritas Internationalis, analiza esta enmienda como un intento de responder a una crisis de identidad nacional.

Según él, tres fuerzas se enfrentan en el país: una rica herencia ancestral, la influencia del colonialismo occidental y la revolución digital del siglo XXI. Al inscribir su identidad cristiana en la Constitución, el gobierno intenta unificar el país en torno a un pilar común, al tiempo que se distinguiría de sus vecinos: la Indonesia musulmana al oeste, por un lado, y Australia y Nueva Zelanda, por otro, ambos percibidos como marcados por el sello de la secularización y un estilo de vida progresista.

Los partidarios de la enmienda, en su mayoría procedentes de corrientes evangélicas y pentecostales, consideran que el reconocimiento formal del cristianismo podría favorecer el bien común al luchar contra los flagelos de la violencia, la corrupción y la ignorancia: "Cuando el cristianismo sea plenamente reconocido por la Constitución, todos se unirán en torno a esta nueva identidad para superar las divisiones", estima un pastor protestante cuyas palabras son citadas por el Padre Licini.

Una visión que no comparte la jerarquía católica. Durante la visita del Papa Francisco en septiembre de 2024, el cardenal John Ribat, primer cardenal papú, al referirse a la violencia del "Miércoles Negro" de enero de 2024, que se cobró 22 vidas, dijo que declarar al país "cristiano" no resolvería los problemas estructurales.

Al mismo tiempo, la Conferencia Episcopal había descalificado el proyecto de inscripción en la Constitución: "Aunque la Biblia ocupa un lugar destacado en el Parlamento desde 2015 y más del 90% de los papúes se declaran cristianos, no observamos ninguna reducción de la corrupción, la violencia, la anarquía o los debates parlamentarios ofensivos", escribieron los prelados. Se podría objetar que, por el contrario, tal inscripción no corre el riesgo de aumentar las estadísticas de violencia en el país...

El Padre Licini es más severo: sugiere que esta reforma podría exacerbar las tensiones entre las confesiones cristianas. Porque ahí es donde está el problema: los evangélicos y pentecostales, a menudo más militantes, podrían, según el sacerdote, tratar de imponer su visión muy "comprometida" del cristianismo, en detrimento de un enfoque católico actual que ha abandonado la evangelización, tachada de proselitismo por el Papa Francisco, para centrarse en la justicia social y el diálogo interreligioso.

Una nueva manifestación del espejismo conciliar que quería ver a toda costa una fuente de progreso humano y religioso en el hecho de empujar a los países a dejar de reconocer la soberana realeza de Cristo. Incluso si eso significaba limitarse a la función de una ONG que ayuda a los más desfavorecidos. Una tentación a la que Cristo respondió al comienzo de la Cuaresma, exhortando a los fieles a no olvidar que "el hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".