A propósito de la Carta Abierta a los Obispos de la Iglesia Católica

Fuente: FSSPX Actualidad

El martes 30 de abril de 2019, una veintena de teólogos católicos y profesores universitarios publicaron una Carta Abierta a los Obispos de la Iglesia Católica, invitándolos a intervenir ante el Papa Francisco, para pedirle que renuncie a las herejías de las que se le acusa. En caso de que el Papa persista en ellas, se establecería el crimen canónico de herejía, y entonces quedaría "sujeto a las consecuencias canónicas". El resumen publicado por los autores explica este último punto: "si Francisco se negase con pertinacia, se le pedirá declarar que él mismo, libremente, se ha privado del papado".

Este resumen explica también que la mencionada Carta es el tercer paso de un proceso que comenzó en el verano de 2016. El primer paso consistió en una carta privada firmada por 45 signatarios, dirigida a todos los cardenales y patriarcas orientales, en la que se denunciaban las herejías o errores graves cometidos o apoyados por la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. El segundo paso presentó un texto titulado Correctio filialis (corrección filial), firmado por 250 participantes, publicado en septiembre de 2017, y respaldado por una petición firmada por 14,000 personas. En este texto se pedía al Papa que tomara una posición respecto a las graves desviaciones producidas por sus escritos y declaraciones. Finalmente, la actual Carta Abierta, afirma que el Papa Francisco es culpable del crimen de herejía, y se esfuerza por demostrarlo, porque las palabras y acciones del Papa Francisco constituyen un profundo rechazo a la enseñanza católica sobre el matrimonio, la ley moral, la gracia y el perdón de los pecados. Más de 5,000 personas ya han firmado la petición puesta en línea por los autores.

Esta iniciativa revela el creciente enojo y exasperación de muchos católicos ante los escritos y acciones del actual Soberano Pontífice. Y ciertamente, existen buenas razones para preocuparse por las enseñanzas del Papa Francisco en asuntos morales. Asimismo, actualmente existe una mayor consternación en la opinión católica por un error en esta materia, que por duplicidad en contra de la fe. Aunque las enseñanzas del Papa Francisco también están desviadas, incluso más, en cuestiones de fe.

Frente a una situación aparentemente sin precedentes, aunque la historia de la Iglesia, desafortunadamente, ofrece varios ejemplos de épocas que fueron particularmente problemáticas y lo suficientemente similares a la nuestra, la tentación de recurrir a medidas extremas se puede entender fácilmente. La situación del catolicismo es hoy tan trágica, que difícilmente se podría condenar a los católicos que intentan lograr lo imposible mediante sus reacciones y llamamientos a los pastores a quienes se les ha confiado el rebaño. 

Los frutos del Concilio

Sin embargo, primero hay que señalar que este problema no comenzó hace unos días. Empezó con la "tercera guerra mundial" que fue, según Monseñor Lefebvre, el Concilio Vaticano II. Ese Concilio, a través de sus reformas, provocó “la autodestrucción de la Iglesia” (Pablo VI), al sembrar la ruina y la desolación en materia de fe, moral, disciplina, vida sacerdotal y religiosa, liturgia, catecismo y la vida católica en su totalidad. Pero muy pocos observadores comprenden esto realmente. Más raros aún son aquellos que enfrentan esta destrucción universal de una manera determinada y efectiva.

De hecho, lo que estamos presenciando con el Papa Francisco es solo la maduración del fruto. El fruto envenenado de una planta cuya semilla se desarrolló en los laboratorios teológicos progresistas y modernistas de la década de 1950, como un OGM (organismo modificado genéticamente), una especie de cruce imposible entre la doctrina católica y el espíritu liberal. Lo que vemos hoy no es peor que las novedades de Vaticano II, solo que ahora es una manifestación más visible y más completa. Así como la reunión de Asís, bajo el pontificado de Juan Pablo II en 1986, fue solo el fruto de las semillas del diálogo ecuménico e interreligioso plantadas en el Concilio, el presente pontificado ilustra los inevitables resultados del Concilio Vaticano II.

Un enfoque radical condenado al fracaso

La segunda observación se centra en el modus operandi. Dada la manera radical en que se exhorta a los sucesores de los apóstoles, tenemos que preguntar: ¿cuáles son los resultados que se esperan de tal acción? ¿Es esta una forma prudente de actuar? ¿Tiene posibilidades de éxito?

Hablemos un poco sobre los destinatarios. ¿Quiénes son? ¿Qué tipo de formación han recibido? ¿Qué teología les han enseñado? ¿Cómo fueron elegidos? Dada la forma en que los diversos episcopados en el mundo han recibido los textos incriminatorios, es muy probable, incluso seguro, que la gran mayoría de obispos no reaccionarán. Con algunas pocas excepciones, todos ellos parecen ser prisioneros de su propia formación corrupta y de una colegialidad paralizante si, por alguna casualidad, alguno quisiera ser diferente al resto.

¿Y si los obispos no responden? ¿Qué pasará entonces? ¿Qué se hará? Además de demostrar el fracaso de tal iniciativa que podría ridiculizar a los autores y su causa. Esta Carta Abierta es una pérdida de tiempo: una acción que produce poco efecto, el fruto de una indignación legítima pero que cae en el exceso, corriendo el riesgo de disminuir su buena influencia.

Además, el peligro de este enfoque podría radicar en inducir a sus autores a desviarse de la lucha en curso. Nos arriesgamos a ser cautivados por el mal presente, olvidándonos que tiene raíces, que es el resultado lógico de un proceso contaminado desde su origen. Al igual que un péndulo, hay quienes creen que pueden magnificar el pasado reciente para denunciar mejor el presente, incluido el hecho de recurrir al magisterio de los papas del Concilio, desde Pablo VI hasta Benedicto XVI, para oponerse a Francisco. Esta es la posición de muchos conservadores, que olvidan que el Papa Francisco solo está sacando a la luz las consecuencias de las enseñanzas del Concilio y sus predecesores. No podemos arrancar un árbol malo cortando solo la última rama...

El ejemplo de Monseñor Lefebvre

“¿Qué hacer entonces?”, preguntan algunos. Sin hacer alarde de parroquialismo u orgullo malentendido, podemos decir que hay un ejemplo a seguir, el del Atanasio de los tiempos modernos: Monseñor Marcel Lefebvre. Él siempre habló firmemente contra la dirección tomada por los papas modernos. Pero en su lucha por la fe, evitó caer en los excesos y nunca afirmó querer resolver todos los problemas infligidos a la conciencia católica por la crisis de la Iglesia que ocurre desde hace más de medio siglo. Nunca perdió el respeto debido a la autoridad legítima, pero sabía cómo corregir con firmeza, sin permitirse juzgar como si él fuera superior, al mismo tiempo que dejaba en manos de la Iglesia del futuro la tarea de resolver una cuestión actualmente irresoluble.

Monseñor Lefebvre luchó en el frente doctrinal, primero durante el Concilio, y luego con sus múltiples escritos y conferencias para combatir a la hidra liberal y modernista.

Luchó en el frente de la Tradición, tanto litúrgica como disciplinaria, para preservar el antiguo y augusto Sacrificio de la Iglesia, asegurando la formación de sacerdotes elegidos para perpetuar esta acción esencial para la continuidad de la Iglesia.

Luchó en el frente romano, haciendo un llamamiento a las autoridades eclesiásticas respecto a los excesos cometidos por la barca de Pedro, sin cansarse ni endurecerse jamás, siempre a la luz de una maravillosa prudencia extraída de la oración y fortalecida por los ejemplos y las enseñanzas de 20 siglos de papado.

Los resultados han demostrado que esta era la manera correcta de actuar, como dijo San Pablo: "Predica la Palabra, insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina" (II Tim. 4,2). Que la Santísima Virgen, nuestra Reina, terrible como un ejército en batalla, nos ayude a “trabajar hasta nuestro último aliento para la restauración de todas las cosas en Cristo, para la expansión de su Reino y para la preparación del glorioso triunfo del Corazón Doloroso e Inmaculado de María" (Consagración de la Fraternidad San Pío X).