¡Recen el Rosario!
La meditación de los misterios del Rosario es un gran medio de perfección
Por San Luis María Grignion de Montfort
Los santos hacían objeto principal de su estudio la vida de Jesucristo, meditaban sus virtudes y sufrimientos, y, por este medio, llegaron a la perfección cristiana. San Bernardo empezó por este ejercicio, que continuó siempre. "Desde el principio de mi conversión –dice– hice un ramo de mirra compuesto con los dolores de mi Salvador; puse este ramo sobre mi corazón, pensando en los azotes, las espinas y los clavos de la pasión. Aplicaba todo mi ingenio a meditar todos los días estos misterios". Este es también el ejercicio de los santos mártires; nos admira la forma como triunfaron de los más crueles tormentos, ¿de dónde pudiera venir aquella admirable constancia de los mártires, dice San Bernardo, sino de las llagas de Jesucristo, acerca de las cuales hacían ellos frecuente meditación? ¿Dónde estaba el alma de estos generosos atletas cuando su sangre corría y su cuerpo era triturado por los suplicios? Su alma estaba en las llagas de Jesucristo, y estas llagas los hacían invencibles.
La Santísima Madre del Salvador ocupó toda su vida en meditar las virtudes y sufrimientos de su Hijo. Cuando oyó a los ángeles entonar en su nacimiento cánticos de alegría, cuando vio a los pastores adorarlo en el establo, se llenó de admiración y meditaba sobre todas estas maravillas. Comparaba las grandezas del Verbo encarnado con sus profundos abatimientos; la paja y el pesebre, con su trono y con el seno de su Padre; con el poder de un Dios, con la debilidad de un niño; su sabiduría, con su sencillez. La Santísima Virgen dijo un día a Santa Brígida: "Cuando contemplaba la hermosura, la modestia, la sabiduría de mi Hijo, mi alma se sentía transportada de alegría, y cuando consideraba que sus manos y sus pies habían de ser atravesados con clavos, vertía un torrente de lágrimas, partiéndoseme el corazón de dolor".
Después de la Ascensión de Jesucristo, la Santísima Virgen dedicó el resto de su vida a visitar los lugares que este divino Salvador había santificado con su presencia y con sus tormentos. Allí meditaba sobre el exceso de su caridad y los rigores de su Pasión. Ese era también el ejercicio continuo de María Magdalena durante los treinta años que vivió en la Sainte-Baume . En fin, San Jerónimo dice que esa era la devoción de los primeros fieles. Iban, de todos los países del mundo, a Tierra Santa, para grabar más profundamente en sus corazones el amor y el recuerdo del Salvador de los hombres con la vista de los objetos y lugares por Él consagrados con su nacimiento, sus trabajos, sus sufrimientos y su muerte.
Todos los cristianos tienen una sola fe, adoran a un solo Dios, esperan una misma felicidad en el cielo; solo conocen un mediador, que es Jesucristo; todos deben imitar este modelo divino, y para ello considerar los misterios de su vida, sus virtudes y su gloria. Es un error imaginarse que la meditación de las verdades de la fe y de los misterios de la vida de Jesucristo es sólo para los sacerdotes, religiosos y aquellos que se han retirado fuera del mundo. Si los religiosos y eclesiásticos están obligados a meditar acerca de las grandes verdades de nuestra santa religión, para responder dignamente a su vocación, los seglares están igualmente obligados, a causa de los peligros que tienen diariamente de perderse. Deben, pues, armarse con el frecuente recuerdo de la vida, de las virtudes y de los sufrimientos del Salvador, que nos representan los quince misterios del Santo Rosario.
El Secreto Admirable del Santísimo Rosario