¡Recuerda, hombre, que eres polvo!
Palabras espirituales dirigidas a los fieles por el Padre Pascal Schreiber, superior del Distrito de Suiza de la Fraternidad San Pío X.
Queridos fieles,
Hace dos semanas, la liturgia nos recordaba la gran fragilidad humana: "Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris - Recuerda, hombre, que polvo eres, y en polvo te convertirás". El sacerdote unió a estas palabras un signo muy fuerte, marcando nuestras frentes con la señal de la cruz, hecha de cenizas benditas.
¿Quién hubiera pensado entonces que, dos semanas después, el mundo entero se vería sacudido por un pequeño virus, y que descubriría su fragilidad como pocas veces lo ha hecho?
Tratemos, por tanto, de considerar estos eventos a través de una profunda mirada de fe, por un lado, para sobrenaturalizarlos y considerarlos a la luz de la Divina Providencia, sin ceder a las oleadas de pánico, ni caer en una trivialización irresponsable, y por el otro, para actuar como cristianos y discernir lo que Dios espera de cada uno de nosotros en estos tiempos difíciles.
1.
¿Qué nos dice la fe? La fe afirma que Dios es nuestro Creador, que Él es para nosotros un Padre infinitamente amoroso, pero también que este Padre nos ha dado su ley, sus mandamientos y que, si bien nos llama a una felicidad infinita, la Suya, sin embargo, también nos pide que acudamos a Él, que dependamos de Él, que le obedezcamos.
Desde hace décadas, nuestro mundo le ha dado la espalda a Dios. Fortalecido por sus descubrimientos científicos, creyó que podría prescindir de Él. Miremos todos los logros de la ciencia moderna: pensó que tenía un poder casi infinito de dominación sobre la naturaleza, ya imaginaba poder extender indefinidamente la vida del hombre en la tierra. Pero llega un virus diminuto y todo ese poder se sacude desde sus cimientos.
Qué bueno sería para el hombre moderno, y para nosotros, queridos fieles, meditar ese texto en el que Dios se dirige al hombre santo Job: "Entonces dirigió Dios a Job su palabra en medio de un torbellino, diciendo: ¿Quién es este que empaña mi providencia con imprudentes discursos? Cíñete como varón tus lomos. Voy a preguntarte, respóndeme tú. ¿Dónde estabas al fundar Yo la tierra? Dímelo, si tanto sabes. ¿Quién determinó, si lo sabes, sus dimensiones?"
En un estilo maravillosamente gráfico y profundo, Dios le recuerda a Job su pequeñez, no para aplastarlo o desanimarlo, sino para llevarlo de regreso al lugar que le correspondía frente a la grandeza de Dios. ¿No deberíamos aprovechar nosotros también esta repentina toma de conciencia de la fragilidad de nuestro mundo moderno, para ponernos en el lugar que nos corresponde? ¿Para recordarnos que dependemos en todas las cosas de Dios y que, sin Él, no somos nada?
Job había sido profundamente afectado en su salud, en sus posesiones, pero tenía el sentido de Dios: "Dios me lo dio, Dios me lo quitó, ¡Bendito sea Dios!" Este es el significado de nuestra dependencia de Dios.
2.
Sin embargo, este sentido de dependencia de Dios, queridos fieles, nosotros también podemos perderlo de alguna manera en los tiempos de crisis, y reaccionar desproporcionadamente a los eventos.
Es por esta razón que me parece importante mostrarles que hay un justo medio que debemos mantener frente a esta pandemia, y cuando digo "justo medio", en realidad significa que debemos ganar altura. ¡Tenemos que subir para ver todo el panorama! ¿Por qué?
Porque podríamos ser tentados a pensar que toda esta conmoción alrededor del coronavirus es exagerada, que no es más que una simple gripe como todas las demás, que no hay peligro, que la oración basta para no enfermarnos, que poner en práctica todos estos medios de protección es una falta de fe o ¿qué sé yo? ¡Pero esto es falso! Pensemos, por ejemplo, que dos de los niños de Fátima, Francisco y Jacinta, murieron a causa de la gripe española. Por lo tanto, debemos enfrentar la realidad de frente: este virus tiene una mortalidad más alta que la gripe estacional, afecta a una porción de la población que es más débil, especialmente los ancianos y los enfermos, mientras que a los niños no los ataca de gravedad, y el contagio es mucho mayor que el de la gripe habitual. Por consiguiente, nuestras autoridades civiles tienen razón en hacer lo que les corresponde: proteger a los más débiles.
No obstante, podríamos caer en el exceso opuesto y exagerar los peligros de contagio, entrar en una especie de pánico, enclaustrarnos en nuestras casas y olvidar, finalmente, que estamos en las manos de Dios, olvidar la hermosa virtud de la esperanza. Las palabras de Cristo son completamente verdaderas cuando dice: "Ni un solo cabello de tu cabeza caerá", o cuando consuela a sus Apóstoles a tan solo unos momentos de que iniciara su Pasión diciéndoles: "¡No temáis, rebañito mío!"
De hecho, nuestra actitud debe simplemente unirse a la altura de Nuestro Señor, cuando dijo a los fariseos: "Dad al César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios".
Nuestras autoridades nos prescriben medidas inéditas y draconianas, cuyas repercusiones afectan incluso nuestras prácticas religiosas. Al ordenarlas, no hacen más que velar por el bien común de la sociedad que ha sido confiada a su autoridad. En la época de la gripe española, en 1918, las autoridades de Porrentruy decretaron: "los servicios divinos y las reuniones religiosas solo pueden celebrarse al aire libre y lejos de las zonas urbanizadas; los entierros se realizarán sin cortejos ni funerales. Solo pueden participar en ellos los parientes cercanos". Entonces, esto no es nada nuevo, y no hay por qué asumir una persecución contra la Iglesia. Por lo tanto, seguiremos a nuestras autoridades en sus decisiones. "Demos a César lo que le pertenece..."
Pero primero y, antes que nada, queremos dar a Dios lo que le corresponde.
Por el momento, nadie sabe cuánto durará esta situación, y es probable que las medidas de los gobiernos se endurezcan o duren más tiempo. Por la gracia de Dios, aún podemos recibirlos en nuestras iglesias, pero puede llegar el momento en que nos veamos obligados, muy a pesar de nosotros mismos, a no poder celebrar más misas públicas. ¡Oremos para que el buen Dios nos libre de esta prueba!
Pero pase lo que pase, ¿no encontramos acaso todo nuestro consuelo, nuestra esperanza y fortaleza, a pesar de nuestra debilidad, en estas palabras de San Pablo: "Todo contribuye al bien de los que aman a Dios"?
Es por eso que los alentamos, con todo nuestro corazón, a tomar y aprovechar el instrumento dado por Nuestra Señora para unirnos a su Hijo: el santo rosario. Récenlo con más fervor, ya sea en familia o individualmente; presten más atención y pongan todo su corazón en la contemplación de los misterios de Jesús, amarlo con la Virgen María, a través de ella. ¡Cuántas victorias han sido obtenidas a través del Rosario! Ella es nuestra madre amorosa. Ella es la "Omnipotencia Suplicante". Acudamos a ella, y sin duda, ella nos sostendrá sin importar lo que pase: si conservamos nuestra salud, para practicar mejor la caridad; si nos enfermamos, para estar con ella al pie de la Cruz y rezar por los pobres pecadores.
Sursum corda – ¡Arriba los corazones!°
Padre Pascal Schreiber, 15 de marzo de 2020.
District de Suisse - FSSPX.Actualités 15.03.2020