Reparar la Iglesia: el gran reto del nuevo pontificado

Desde su elección, Jorge Mario Bergoglio, convertido en Francisco, encarnó una ruptura. Primer Papa jesuita, procedente de América, el difunto pontífice eligió un nombre hasta entonces inusitado, el de Francisco: ahí ya estaban, de forma virtual, todas las tensiones, los trastornos y las heridas de un reinado de doce años que el futuro pontífice romano deberá intentar reparar.
¿Una tarea hercúlea? Eso es lo que le espera a aquel cuya elección pronto anunciará el humo blanco. Porque el rostro de la Iglesia, que el reinado de Francisco (2013-2025) ha intentado remodelar —una Iglesia "en salida", "hospital de campaña", "profética" para los cantores del ala progresista— ha suscitado dudas entre quienes temen una dilución de la esencia misma del catolicismo.
Una de las tareas más ambiciosas de Francisco ha sido la reforma de la Curia romana, el aparato administrativo del Vaticano. Esta empresa, culminada con la constitución apostólica Praedicate Evangelium (2022), tenía por objeto hacer que la Curia fuera más transparente, eficaz y al servicio de las Iglesias locales.
Al colocar a laicos y mujeres en puestos clave y reestructurar los dicasterios, el Papa Francisco pretendía romper con el burocratismo y promover un gobierno colegiado. Pero estas rupturas, que ignoraban el derecho canónico y la esencia misma del poder de orden y gobierno en la Iglesia, se encontraron con numerosos obstáculos: resistencias internas, lentitud administrativa y, en ocasiones, falta de claridad en su aplicación.
Otro ámbito de reforma, más mediático, es el de la moral y la pastoral. La exhortación Amoris Laetitia (2016) y la declaración Fiducia Supplicans (2023) suscitaron controversias teológicas tan intensas como inéditas. Para los defensores del antiguo régimen, debía considerarse como una "flexibilidad" que reflejaba la "misericordia".
Para los guardianes de la ortodoxia, no hacía falta tener un doctorado en teología para identificar una amenaza a la doctrina cristiana. Por otra parte, esta tensión orquestada entre la supuesta pastoral y la doctrina se ha convertido en un rasgo característico del último pontificado, provocando profundas fracturas en el seno de la Iglesia.
Por no hablar de aquellas causadas por las restricciones a la liturgia tradicional o la declaración conjunta del pontífice romano con el rector de la mezquita de al-Azhar (Egipto): la labor de reparación moral y doctrinal es inmensa...
Otro hecho destacado del pontificado: el caso del juicio al cardenal Angelo Maria Becciu revela una confusión entre el derecho canónico y el derecho penal. En este caso, la incertidumbre jurídica, ilustrada por la falta de claridad sobre la situación de Becciu —que anunció el 29 de abril de 2025 que aceptaba retirarse del cónclave "por el bien superior de la Iglesia"— alimenta las divisiones. La gestión del caso, marcada por el retraso en la presentación de las cartas firmadas por Francisco contra el cardenal Becciu, no contribuye a tranquilizar los ánimos.
Además, la actitud del cardenal Pietro Parolin, percibido como alguien que se excede en sus funciones tras la muerte de Francisco —ha recibido a personalidades políticas de primer orden, como Volodymyr Zelensky, a pesar de que no tiene mandato durante la vacante— contribuye a acentuar el malestar y deja entrever la magnitud de la tarea que espera al sucesor del pontífice argentino.
Fuentes: Reuters/The Kyiv Independant – FSSPX.Actualités
Imagen: © Vatican Média