Santa Ana y la Inmaculada Concepción

Sainte Anne, la Très Sainte Vierge avec l’Enfant Jésus
Santa Ana era el santuario interior en el que se formó el tabernáculo viviente para recibir al Hijo de Dios hecho hombre. La definición solemne del dogma de la Inmaculada Concepción de María nos hace comprender aún más la maravillosa dignidad de Santa Ana.
La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen tuvo lugar en el vientre de Santa Ana, así como la Encarnación del Dios-hombre por el poder del Espíritu Santo tuvo lugar en el vientre casto de María. Por supuesto, la diferencia entre las dos es grande, pero hay un paralelo muy estrecho: la Madre Inmaculada, que iba a ser la Madre de Dios, fue formada de la carne y la sangre de Santa Ana, así como el Dios-hombre fue formado de la carne y la sangre de María. En ambos casos el Espíritu Santo intervino y obró un tremendo milagro de gracia.
En el momento de su Concepción, María recibió de sus padres Ana y Joaquín la carne y la sangre de sus antepasados, que luego transmitiría a su hijo Jesús. Pero esta carne y esta sangre, que habían recibido manchadas por el pecado original, las dieron a su hija sin ninguna mancha. Bossuet dirá: "La concepción de María (en la que participaron Ana y Joaquín) es la primera y original fuente de la sangre de Jesús que fluye por nuestras venas a través de los sacramentos y lleva el aliento de vida a cada parte del Cuerpo místico de Cristo - la Iglesia".
La Santísima Virgen María fue inmaculada en su Concepción; y como resultado, su padre y su madre fueron los servidores de Dios en la realización de una obra que permanecerá por siempre única en la historia de la humanidad.
Éste es el fundamento para la gloria de Santa Ana. Para crear ángeles y seres humanos, la Santísima Trinidad no necesitaba, por así decirlo, ayuda externa. Para la realización de la Inmaculada Concepción, la misma Santísima Trinidad llamó en su ayuda a los dos que serían padres de la Santísima Virgen. A través de esta participación se les confirió una grandeza singular.
No podemos hablar del Verbo hecho carne sin mencionar al mismo tiempo a María, a quien Dios ha destinado para ser su Madre. El no hacerlo abre la puerta, como lo han demostrado los Padres de la Iglesia, a ataques heréticos contra la persona de Cristo mismo. Hablar también de la Inmaculada Concepción sin pensar en Santa Ana, que participó tan maravillosamente en esta admirable creación, significaría disminuir la dignidad y la grandeza de la Madre de Dios.