Santa Margarita María: su vida y sus misiones (1)
Un artículo anterior explicó que la devoción al Sagrado Corazón no nació en Paray-le-Monial, sino que tiene su origen en el Evangelio y la Tradición de la Iglesia. Lo cierto es que cobró un impulso considerable gracias a las apariciones de Santa Margarita María.
Con la celebración de uno de los jubileos más importantes (350 años, de diciembre de 2023 a junio de 2025), resulta conveniente aprender más sobre la figura relativamente poco conocida de esta santa, su vida y las misiones que le fueron confiadas por el Cielo.
El contexto
Nos permitimos hacer referencia al artículo El Sagrado Corazón antes de Paray, para mostrar que Santa Margarita María fue enviada por Dios en un momento en que la devoción al divino Corazón estaba experimentando un fuerte auge, especialmente gracias a San Francisco de Sales y a la orden de la Visitación.
Y más aún gracias a San Juan Eudes que fue el primero en componer un oficio y una misa en honor del Sagrado Corazón. Podemos comparar así los hechos de Paray-le-Monial con una flor que florece al final de todo el proceso de crecimiento de la planta, e inmediatamente después de una fuerte oleada de savia.
Estas apariciones de finales del siglo XVII se produjeron también en plena crisis jansenista. El jansenismo marchitó la devoción, presentando solo un Dios vengativo y justiciero. Como reacción a este error, apareció una doctrina contraria –también errónea–, la del quietismo, que negaba el esfuerzo necesario para la santificación y la salvación bajo el manto de una falsa noción de abandono en el amor de Dios.
El culto al Sagrado Corazón es un contraveneno providencial a estas dos desviaciones al recordarnos que si bien Dios es justicia infinita, también es, y ante todo, amor y misericordia. Toda la doctrina de Santa Margarita María encuentra el justo equilibrio entre el exceso del jansenismo y el defecto del quietismo.
Infancia y vocación
Margarita Alacoque nació en Verosvres, localidad situada a quince kilómetros al este de Charolles, y a treinta de Paray-le-Monial, en lo que hoy es Saona y Loira. Este origen rural le proporcionaría un sólido sentido común que inspiraría confianza en las revelaciones que afirmaba haber recibido, incluso antes de su aprobación oficial.
Antes de los 7 años, mientras asistía a la misa celebrada en la pequeña capilla del castillo de Corcheval donde vivía su madrina, se sintió impulsada interiormente a consagrarse totalmente a Dios.
Entre las dos consagraciones, pronunció esta fórmula, sin comprenderla del todo, pero muy seriamente: "Oh Dios mío, te consagro mi pureza y te hago voto de castidad perpetua". Es evidente que tal acto solo es concebible bajo un influjo especial del Espíritu Santo.
Su padre murió cuando ella tenía 8 años. Alojada con las hermanas urbanistas de Charolles, recibió la Sagrada Eucaristía por primera vez al año siguiente, una edad muy temprana para aquella época. Poco después cayó gravemente enferma, y durante cuatro años tuvo que guardar cama debido a un reumatismo y una especie de parálisis.
Finalmente, prometió a la Santísima Virgen que sería una de sus hijas si recuperaba la salud: “Tan pronto como pedí este deseo”, escribió más tarde, "recibí la curación". La curación no significó el fin de sus pruebas. En efecto, vivía con su madre bajo el mismo techo que varios de sus tíos y tías que las maltrataban sin reparos.
“No teníamos ninguna autoridad en la casa y no nos atrevíamos a hacer nada sin permiso. Era una guerra continua ya que todo estaba bajo llave, hasta el punto de que muchas veces ni siquiera podía encontrar qué ponerme para ir a la santa misa, y me veía obligada a pedir prestado mi tocado y mis vestimentas. Fue entonces cuando comencé a sentir mi cautiverio, en el que me hundí tan profundamente que no podía hacer nada y no salía a ningún lado sin la aprobación de tres personas.[1]”
Lejos de encerrarse en sí misma, este período de persecución fue una oportunidad para abrirla al misterio de la cruz. Tenía constantemente ante sus ojos la imagen del Ecce Homo, y Nuestro Señor la animaba a unir sus sufrimientos a los suyos. Se sentía cada vez más atraída por la oración –Cristo mismo fue su maestro de oración– y por la Eucaristía.
Alrededor de los 18 años, el ambiente doméstico se tranquilizó un poco. Fue entonces el comienzo de otra batalla interior, la de la propia vocación. En efecto, su madre quería brindarle una buena pareja y esperaba poder pasar una vejez tranquila con su hija ya establecida. Los jóvenes de agradable compañía pasaban regularmente por la casa familiar, donde el estilo de vida era bastante festivo.
Margarita se sentía atraída por esto y se encontraba fuertemente dividida entre el llamado a la vida religiosa que había reconocido desde hace mucho tiempo y que Nuestro Señor le recordaba enfáticamente, y el deseo de casarse. Esto era más que un conflicto de preferencias; era un tormento de conciencia.
Quienes la rodeaban enfatizaban el hecho de que su presencia era esencial para su madre, y que esta última moriría de pena si se convertía en religiosa. El demonio también desempeñaba su papel exagerando la dificultad de la vida religiosa y presentando obstáculos aparentemente insuperables. Durante 6 años dudó. Se entregó a los placeres mundanos, sin gravedad objetiva, pero con la idea de huir del llamado de Dios.
“En vano”, escribió más tarde; "porque en medio de compañías y entretenimientos, me arrojaba flechas tan ardientes que traspasaban mi corazón y lo consumían dejándome como transida de dolor. Pasando esto, volvía a mis resistencias y vanidades.
“Y no siendo aún esto suficiente para hacer soltar su presa a un corazón tan ingrato como el mío, me sentía como ligada y arrastrada con cordeles de tal fuerza, que al fin me era preciso seguir al que interiormente me llamaba a un sitio apartado, donde me hacía severas reconvenciones por estar celoso de mi miserable corazón, que sufría persecuciones espantosas.[2]”
Para compensar sus infidelidades, se autoimpuso pesadas penitencias corporales. Poco a poco, el Señor tomó el control. En lugar de pedirle a Margarita penitencias extraordinarias, le mostró la belleza de las virtudes y los votos religiosos.
Finalmente, se decidió y obtuvo, no sin dificultades, el acuerdo de su familia –en particular de su hermano mayor– sobre su vocación y sobre el monasterio donde quería ingresar [3]: el 20 de junio de 1671 ingresó en la Visitación de Santa María de Paray-le-Monial.
Primeros pasos en la vida religiosa – preparación para las apariciones
Durante los primeros años de su vida religiosa, Margarita estuvo llena de consuelos interiores. Era guiada interiormente por Nuestro Señor. “Mi divino Maestro me dio a entender que estábamos en días de nuestros desposorios, los cuales le daban un nuevo imperio sobre mí; que recibía también el doble compromiso de amarlo con un amor de preferencia.[4]”
En el exterior, sin embargo, sufría muchas pruebas; su maestra de novicias, llena de celo y buena voluntad, carecía sin embargo de flexibilidad. La hermana Thouvant –así se llamaba– pretendía comprobar que la piedad manifiesta de Margarita era solo una apariencia. Tanto más cuanto que siguiendo el espíritu de los santos fundadores de la Visitación, San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal, mantenían una sana sospecha respecto a todo aquello que saliera de lo ordinario.
Ambas habían rogado un día a Dios, de rodillas ante el altar, que nunca enviara gracias extraordinarias a su orden (¡lo menos que podemos decir es que no fueron escuchadas sobre este punto!). El motivo de la maestra de novicias era completamente encomiable y sensato; sin embargo, fue demasiado lejos en el modo.
Poco antes de la fecha prevista para los votos de Margarita, llegó una nueva superiora de primera clase: la Madre de Saumaise. Esta sería más tarde una de los primeras en apoyar y difundir la devoción al Sagrado Corazón. Por el momento, tenía algunas dudas sobre las disposiciones de la hermana Alacoque.
Para asegurar la humildad de la novicia, retrasó su profesión, y pidió, como garantía de la autenticidad de las locuciones que decía recibir, que nunca la hicieran desobedecer el espíritu de la orden. Nuestro Señor dio esta admirable respuesta: “De ahora en adelante ajustaré mis gracias al espíritu de la regla, a la voluntad de tus superioras y a tu debilidad.
"De suerte que has de tener por sospechoso cuanto te separe de la práctica exacta de la regla, la cual quiero que prefieras a todo. Además, me contento de que antepongas a la mía, la voluntad de tus superiores, cuando te prohíben ejecutar lo que te hubiere mandado. Déjales hacer cuanto quisieren de ti: Yo sabré hallar el medio de cumplir mis designios. [5]" Margarita transmitió el mensaje a sus superioras, quienes se tranquilizaron.
Finalmente pudo pronunciar sus votos unos meses más tarde (6 de noviembre de 1672), pero la oposición de sus hermanas no había terminado. ¡La hermana Thouvant, bajo cuya responsabilidad permaneció durante algún tiempo, se aseguraba de verificar que la hermana Margarita María practicaba lo que Nuestro Señor le dijo sobre la obediencia!
Fue durante este período – poco antes de sus votos – que, atormentada exteriormente y profundamente consolada interiormente por el sentimiento casi constante de la presencia de Dios, recibió la gracia de un gran amor a la cruz. Se recogía en el jardín del monasterio, cerca de un avellano que desde entonces se ha hecho famoso.
"En este tiempo fue cuando recibí gracias tan grandes, que jamás las he recibido semejantes en todo cuanto me ha dado a conocer, especialmente sobre el misterio de su santa muerte y pasión. Pero lo suprimo todo porque sería demasiado largo para escribirlo. Solamente diré que esto fue lo que produjo en mí tanto amor a la cruz, que no puedo vivir sin sufrir.
"Pero sufrir en silencio, sin ningún consuelo ni alivio, y morir con este Soberano de mi alma, abrumada bajo la cruz de toda clase de oprobios, humillaciones, olvidos, desprecios. [6]" Posteriormente recibiría consuelos menos sensibles, y estos siempre iban acompañados de un gran sufrimiento interior.
Santa Margarita María y el sufrimiento
A este respecto, y antes de abordar las grandes apariciones, resulta conveniente tratar la cuestión del asombroso deseo de sufrimiento de Margarita María y de las acciones no menos asombrosas que a veces se vio impulsada a realizar.
Santa Margarita María deseaba sinceramente sufrir, hasta el punto de que el sufrimiento era para ella una alegría, y la ausencia de una cruz la angustiaba profundamente. Esta es sin duda la razón por la que, si la devoción al Sagrado Corazón es popular, la santo que propagó esta devoción no lo es tanto...
Este deseo de sufrir era fruto de un amor ferviente a Nuestro Señor que la empujaba a participar de su pasión. Así como Cristo estuvo, a lo largo de su existencia terrena, enteramente vuelto hacia "su hora", así la vida de Margarita estaba enteramente vuelta hacia la cruz para encontrar allí a Cristo y participar en la obra de la salvación de las almas.
Le sucedió así, por ejemplo, pasar cincuenta días sin beber “para honrar la sed ardiente que siempre había padecido su Sagrado Corazón por la salvación de los pecadores, y la que había padecido en el madero de la cruz[7 ]," lo cual obviamente fue un milagro.
Por otra parte, cuanto más se acercan los santos a Dios, más comprenden el horror al pecado y perciben vivamente la necesidad de ser purificados, y más desean serlo; por eso, escribe nuestra santa: “los consideraba [sus castigos] como un justo castigo de mis pecados, los cuales me parecían tan enormes, que me hubiera sido dulce el sufrir todos los tormentos imaginables para expiarlos y satisfacer a la divina justicia. [8]"
Buscaba también el sufrimiento para vencerse a sí misma y superar todas sus repugnancias, para convertirse en un instrumento perfectamente dócil en manos del Divino Maestro; es por eso que un día realizó esta impresionante acción – hay que decirlo – de limpiar con su lengua el vómito de un enfermo.
Dicho esto, esta actitud es un misterio y habría que ser un santo para hablar de ello correctamente. Además, no debemos intentar desmitificar este deseo de la cruz atribuyéndolo a un desequilibrio personal [9], o simplemente a una forma de pensar anticuada, marcada por el dolorismo.
Esto no significa, sin embargo, que la santa de Paray sea imitable en todos los sentidos, y que solo se pueda alcanzar la santidad practicando penitencias extraordinarias. Lo que sigue siendo cierto siempre y en todas partes es que la santidad es inseparable de la cruz y que Dios hace pasar a sus amigos por caminos sembrados de espinas.
El espíritu de penitencia sin el cual es imposible la santificación es el que hace aceptar, ofrecer y luego desear poco a poco todas las pruebas que a Dios le place enviar. Este espíritu de penitencia interior presupone una cierta mortificación exterior. Es en este último punto donde la prudencia desempeña su papel y la intensidad y el número de estas penitencias pueden variar –a veces mucho– según las personas, los lugares y las épocas[10].
Las penitencias extraordinarias siguen siendo, por definición, extraordinarias y no deben realizarse sin una moción especial del Espíritu Santo y sin la aprobación del superior, confesor o director de conciencia.
Ilustremos esta afirmación con una anécdota de la vida de nuestra santa: "Un día que tomaba disciplina, al terminar el Ave maris stella, que era el tiempo concedido para esto, Nuestro Señor me dijo: 'He ahí mi parte', y como yo continuaba, me dijo: 'He ahí la parte del demonio'".
Padre Bernard Jouannic
Continuará...
[1] Santa Margarita María, Autobiographie, n°7.
[2] Ibid. n°16.
[3] Más precisamente, donde Dios la quería. Durante una visita anterior al salón del monasterio, escuchó una voz que decía: "Aquí es donde te quiero".
[4] Autobiographie, n°38.
[5] Ibid. n°43.
[6] Ibid. n°50.
[7] Ibid. n°87.
[8] Ibid. n°43.
[9] Santa Margarita María fue tratada a menudo como loca, primero por los jansenistas y luego por los racionalistas del siglo XIX. No abordaremos esta cuestión y remitimos a nuestros lectores al capítulo IV de la obra Les Faits de Paray-le-Monial, del Padre Ladame. Nos limitaremos a decir que, junto con algunos hechos sorprendentes, su vida, sus escritos y el testimonio de sus hermanas demuestran un profundo equilibrio y un sentido común dignos de una muchacha del campo de Charolles.
[10] Llama la atención que los niños de Fátima, que fueron para el Corazón de María lo que Santa Margarita María fue para el Corazón de Jesús, también practicaban penitencias extraordinarias. Esto demuestra que la reparación no puede prescindir del sufrimiento.
Fuentes: Abbé Jouannic – FSSPX.Actualités
Imagen: Domaine public, via Wikimedia Commons