Sermón de Mons. Lefebvre para la fiesta de Cristo Rey - 30/10/1988 en Écône

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Mis muy queridos amigos, mis muy queridos hermanos,
Creo que no es necesario insistir ante ustedes para mostrarles que esta fiesta de Cristo Rey está en el centro mismo de la lucha que libramos. Si hemos tomado la decisión de liderar esta lucha y resistir todas las presiones que se hacen dentro de la misma Iglesia para alejarnos de este reino de Nuestro Señor Jesucristo, es porque nos ha parecido imprescindible, para defender nuestra fe, para poner en práctica el reinado de Nuestro Señor Jesucristo. ¿No es este el objetivo mismo de nuestra fe: hacer que Nuestro Señor Jesucristo reine sobre nosotros, sobre nuestras familias, sobre nuestras ciudades? "Oportet illum regnare", dice San Pablo. "Él debe reinar" (1 Corintios 15:25). Nuestro Señor Jesucristo debe reinar.
Pero ¿por qué el Papa Pío XI consideró oportuno añadir una fiesta particular para Cristo Rey al calendario litúrgico? ¿Era esto realmente necesario? ¿No se expresa suficientemente la realeza de Nuestro Señor Jesucristo en todas las fiestas del año litúrgico? En efecto, si leemos los textos litúrgicos de la fiesta de la Natividad, de la fiesta de la Epifanía, de las grandes ceremonias de la Semana Santa, y más aún de la fiesta de Pascua y de la Ascensión, la realeza de Nuestro Señor está se afirma constantemente. Estas fiestas no hacen más que manifestar el reinado de Nuestro Señor Jesucristo y su Reino. Entonces, ¿por qué agregar esta fiesta de Cristo Rey? Porque los hombres quieren destruir el reino de Nuestro Señor Jesucristo.
Contra el clima de apostasía general
Después de que príncipes y jefes de Estado reconocieran, durante muchos siglos, la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, los discípulos de Satanás –aquel que persigue con su odio a Nuestro Señor Jesucristo– resolvieron acabar con ella, con el cristianismo, con el orden cristiano, con el reinado de Nuestro Señor Jesucristo sobre la sociedad, y provocaron desórdenes y disturbios hasta que lograron destruir de hecho este reinado de Nuestro Señor sobre las sociedades. Esperaban, con esto, arruinar la obra de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que dijo el Papa León XIII en su encíclica Humanum Genus, sobre los masones: "Su principal objetivo es destruir todas las instituciones cristianas". ¡Todas las instituciones cristianas! Este es su objetivo, y no podían lograrlo mientras la sociedad fuera cristiana, mientras los príncipes y gobernantes fueran cristianos. Tenían, pues, que destruir estos gobiernos, destruir a los que defendían la realeza de Nuestro Señor Jesucristo.
Y no solo pretendían destruir las instituciones cristianas, sino que también querían destruir el Reino de Nuestro Señor Jesucristo en las almas y crear este clima de apostasía general. El hecho de que las instituciones ya no sean cristianas, el hecho de que Nuestro Señor Jesucristo ya no reine en las instituciones, crea necesariamente un clima de apostasía, un clima de ateísmo, y este clima de ateísmo afecta luego a las familias a través de la enseñanza, por todos los medios poderosos que el Estado tiene a su disposición para arruinar la fe en las familias cristianas. Así hemos visto cómo la apostasía se extiende, poco a poco, en la sociedad.
Si las propias familias se vuelven apóstatas, si en las familias ya no reina Nuestro Señor Jesucristo, ni su Ley, ni su gracia, entonces también desaparecen las vocaciones. Y esto es lo que querían: deseaban llegar a la Iglesia a través de las familias cristianas, y así llegar a los seminarios, a los noviciados, a las congregaciones religiosas. Por desgracia, lo lograrón; y ahora, verdaderamente podríamos decir que las autoridades de la Iglesia los ayudan y contribuyen en esta apostasía con la afirmación de esta libertad religiosa. Si hay libertad religiosa, ya no es absolutamente necesario que Nuestro Señor Jesucristo reine sobre las almas, sobre las sociedades. Esto es algo absolutamente increíble, pero cierto...
No solo "no conviene y quizas no sea posible, como dicen y siempre han dicho los liberales, que Nuestro Señor Jesucristo siga reinando sobre la sociedad; era posible en la Edad Media, ahora ya no es posible". No, esto no es suficiente, ahora se acepta como principio que Nuestro Señor no debe reinar sobre la sociedad: esto sería contrario a la dignidad humana, que exige que cada hombre tenga la religión de su conciencia. En consecuencia, imponer el reino de Nuestro Señor Jesucristo a la sociedad sería violar la conciencia y la libertad y, en consecuencia, la dignidad humana. Por eso los Estados deben ser laicos, los Estados no deben tener religión. ¡Esto es lo que dicen las autoridades de la Iglesia! Recientemente, el Papa en Estrasburgo volvió a afirmar públicamente que los Estados deben ser neutrales y no tener religión (cf. Discurso de Juan Pablo II al Parlamento Europeo, 11 de octubre de 1988). ¡Esto es algo increíble! Si nuestros antepasados escucharan tales cosas, ¡se horrorizarían, se asombrarían! Pero hoy en día estamos tan acostumbrados a esta apostasía generalizada que ya ni siquiera reaccionamos. Por eso esta fiesta de Cristo Rey es más útil que nunca.
Nosotros queremos que Él reine
Ayer cantamos en el himno de Vísperas: Scelesta turba clamitat: Regnare Christum nolumus. La multitud impía clama: "¡No queremos que Cristo reine sobre nosotros!" Te nos ovantes omnium Regem supremum dicimus. Nosotros, al contrario, estamos felices en nuestro corazón de poder decir que Tú eres el Señor, el Rey de todas las cosas. Sí, a este grito de esta multitud impía que dice: "No queremos que Cristo reine sobre nosotros", oponemos esta aclamación: "Queremos que reine Nuestro Señor porque es el Rey supremo de todas las cosas, omnium Regem supremum". Lo proclamamos y queremos proclamarlo, no solo para nosotros personalmente, para que Jesús reine en nuestras almas por su Ley, por su gracia, sino que queremos que reine también en nuestras familias, en las familias cristianas y en la sociedad.
La raíz de esta apostasía es la negación del pecado original. Porque si Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra y quiere reinar en todas las almas, en todas las familias, en todas las ciudades, es precisamente para eliminar tanto el pecado original como todas sus consecuencias, consecuencias abominables que llevan al infierno, que llevan a la muerte eterna. Él vino para darnos vida eterna. Si se niega el pecado original, Nuestro Señor deja de ser necesario. ¿Para qué vino? Viene a perturbar a nuestras familias, viene a perturbar el orden de la libertad humana... Pero si creemos que realmente hubo un pecado original del que todos los hombres estamos afectados, con todas sus consecuencias, y que solo Nuestro Señor Jesucristo es capaz de sanarnos, de darnos vida, de purificarnos en su Sangre y de darnos su gracia, de darnos su Ley, entonces acudiremos a nuestro Salvador, a Nuestro Señor Jesucristo y rogaremos para que Él sea nuestro Rey, que su Ley reine en todas partes, que su gracia reine en todas las almas! Esto es lo que decimos, esto es lo que pensamos.
Ya no se cree en el pecado original, se niega el pecado original. Los hombres son libres; los hombres no son malos. No nacen malos, no nacen bajo la influencia de Satanás, eso no es cierto, los hombres son buenos. Lo que desean los hombres es bueno. Cada uno puede desear lo que quiera, según su libertad, según su conciencia... Ahora bien, decíamos en las antífonas de esta mañana: "Regnum quod non servierit tibi, peribit. El reino que no te sirva, oh Señor, perecerá". Y eso es verdad. Todos aquellos que no tienen a Nuestro Señor Jesucristo en sus leyes, en su legislación, y que no tienen la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, viven en completo desorden, y están afectados por todas las consecuencias del pecado original que corrompe a las sociedades, y que corrompen las almas.
Entonces, ¿qué debemos hacer, mis queridos hermanos, ante esta situación? Desear por supuesto, el Reino de Nuestro Señor, orar con todo el corazón, con toda el alma, hoy particularmente, para pedirle a Nuestro Señor que reine; ¡Que Él nos ayude, que venga en nuestro auxilio! Dios sabe que nos ha dado todos los medios para salvarnos. Pero ante esta situación aparentemente insoluble, ¿qué podemos hacer? Debemos hacer lo que Nuestro Señor Jesucristo quiso que hiciéramos, es decir, santificarnos, resucitar la gracia que recibimos el día de nuestro bautismo para borrar el pecado original y sanar todas sus consecuencias. Sabemos muy bien que todavía tenemos estas consecuencias del pecado original; las llevamos dentro de nosotros y debemos luchar constantemente por la gracia de Nuestro Señor, a través de la oración, de la recepción digna y frecuente de los sacramentos, de la asistencia a la Santa Misa, a la Misa verdadera. Sabemos que así nuestras almas serán purificadas, que serán santificadas y que la Ley y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo reinarán en ellas.
Hacer que Cristo brille en la sociedad
Pero no basta con hacerlo para nosotros. Tenemos funciones, todos tenemos una vocación aquí en la tierra. No vivimos solos, no vivimos aislados y por eso tenemos el deber de hacer reinar a Nuestro Señor en todo nuestro alrededor, no solo en nuestras familias. El reinado de Nuestro Señor Jesucristo no debe limitarse a la familia. No debe ser que, en cuanto salimos del hogar familiar, ya no haya lugar para Nuestro Señor Jesucristo, que la sociedad no le concierne. Lo que hacemos en nuestra profesión, lo que hacemos en la ciudad, fuera de nuestra familia, Nuestro Señor ya no tiene nada que ver con eso; ¡eso es falso! Debemos estar sujetos a Nuestro Señor siempre, en todo lo que hacemos, en todos nuestros actos, y en consecuencia también en los actos de nuestra profesión, y en los actos de la vida civil que hemos de realizar, ya sea por el bien de nuestra comunidad, el bien de nuestro pueblo, el bien de nuestra ciudad, el bien de nuestro país.
Ya es hora, queridos hermanos, ya es hora de que los cristianos, y en particular los cristianos tradicionalistas, si podemos llamarlos así –es decir, verdaderos cristianos, verdaderos católicos–, se den cuenta de que la situación a su alrededor se está deteriorando mes con mes, año con año. Nuestros países no han perdido toda la fe católica. Todavía hay gente que cree, gente que tiene fe. Deberíamos reunirlos, despertarlos y, entre aquellos que tienen profundas convicciones católicas, algunos deben asumir sus responsabilidades. Nos asombra ver que países católicos como Valais, como todos los cantones católicos de Suiza, como Francia, Italia, España, Irlanda..., todos estos países que tienen un 80-85 % de católicos, están dirigidos por masones, por los enemigos de la Iglesia. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede ser que países con una gran mayoría católica sean dominados por esas personas que son anticristianas, que quieren destruir la familia cristiana, que introducen todas las leyes que demuelen la enseñanza cristiana, que demuelen las escuelas cristianas? Están introduciendo todas esas iniciativas abominables que vemos, como esos clubes nocturnos que ahora se multiplican por todas partes, en todos las ciudades. Introducen en la legislación el aborto, la anticoncepción, apoyan las drogas, permiten la pornografía y aceptan estas abominables películas contra Nuestro Señor Jesucristo. ¡Son pequeños grupos de personas que están en contra de Nuestro Señor Jesucristo y que, sin embargo, dominan las naciones cristianas! ¿Es eso posible? ¿Cómo explicar esto, cómo explicar que en un país con un 80-85% de católicos, sean los enemigos de la Iglesia católica, hostiles a Nuestro Señor, los que dominan y dirigen a todos?
Creo que es porque los católicos piensan que no deberían ocupar cargos públicos. Tienen miedo de interferir en las funciones públicas. Sin duda tienen razón en cuanto a que su participación y contribución debe estar regulada según si las cosas son malas o no, pero si, por el contrario, pueden hacerlo para evitar que sucedan cosas malas, deben manifestarse, deben asumir responsabilidades por el bien de almas, para hacer reinar en la legislación a Nuestro Señor Jesucristo. Me parece que hay allí una deficiencia y tal vez una falta de comprensión del deber de los católicos, de los fieles católicos. Sería necesario que en los pueblos que todavía son 80% católicos y que todavía tienen convicciones sanas en un 90%, fueran los buenos católicos quienes dirigieran el pueblo, quienes asumieran las responsabilidades comunitarias; lo mismo en los países. No deben tener miedo de asumir su responsabilidad; esto no es mala política, esto no es política de partidos, es simplemente buscar el reino de Nuestro Señor Jesucristo, el reino social de Nuestro Señor.
Por tanto, debemos orar por esto y animar a que se presenten aquellos de nuestros amigos o conocidos que sean capaces de asumir mandatos en los municipios, en las ciudades, en el país. Vimos, por ejemplo, la iniciativa de algunos amigos nuestros, con esta pequeña revista que se lanzó recientemente y que se llama Controverses, en la que también nuestros compañeros sacerdotes están involucrados, en cierto modo. Se trata, en mi opinión, de una muy buena iniciativa que podría utilizarse en el momento de las votaciones para distribuirla entre las familias de todas partes, para animar a la gente a emitir un buen voto, el voto a Nuestro Señor Jesucristo, sin constituir especialmente un partido si no, como dice San Pío X, el de Dios, el partido de Nuestro Señor Jesucristo. Esto, me parece, es lo que nos recuerda esta fiesta de Cristo Rey.
Esta festividad nos exhorta a actuar con valentía, como dijo Santa Juana de Arco en su lucha: "Luchamos, oramos y Dios nos dará la victoria". La gente dirá: "¡Oh, eso es imposible! No podremos hacerlo. Es demasiado difícil, nunca podremos dominar a las personas que actualmente dirigen nuestros países. Nunca podremos derrocarlos…". ¡Pero no debemos olvidar que contamos con la gracia del Buen Dios! El Buen Dios está con nosotros. El Buen Dios quiere reinar, el Buen Dios quiere el bien de las almas. Por lo tanto, si los católicos nos unimos, oramos, hacemos sacrificios y hacemos campaña a favor del Reino de Nuestro Señor Jesucristo, debemos contar con la gracia de Nuestro Señor, con la ayuda de la Santísima Virgen María que es "fuerte como un ejército en batalla" (Ct 6, 3), con la ayuda de los santos, de San Miguel Arcángel, de todos los santos del país, y aquí de San Nicolás de Flue y San Mauricio. Invoquémoslos y pidámosles que nos ayuden para que Nuestro Señor Jesucristo reine en nuestros países, para salvar nuestras almas y las de las generaciones futuras, y volver a poner a nuestros países bajo el dulce reinado de Nuestro Señor.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.