Sinodalidad: ¿aprender de los "ortodoxos"?

Fuente: FSSPX Actualidad

El patriarca Bartolomé de Constantinopla

En 2019, el patriarca Bartolomé de Constantinopla otorgó a la Iglesia Ortodoxa Ucraniana la autocefalia, es decir, la independencia con respecto al patriarcado de Moscú, obedeciendo servilmente las directrices políticas de Occidente.

Este acto provocó una ruptura en el mundo ortodoxo, que se convirtió en un cisma real y formal. ¿De qué visión eclesiológica se derivan estos fenómenos, y en qué se asemejan a la sinodalidad propuesta por el Papa Francisco y el sínodo que acaba de inaugurarse en Roma?

La jerarquía cismática rusa se prepara para celebrar su propio concilio en noviembre, en el que el patriarca de Moscú, Cirilo, anunció la excomunión de Bartolomé, su homólogo en Constantinopla, con quien ya se ha roto la comunión eucarística.

Bartolomé, por su propia iniciativa, reconoció una jerarquía ucraniana independiente de Moscú en 2019, transformando así su "primacía de honor" con los obispos ortodoxos en una especie de papado.

Según los rusos y otros ortodoxos, una nueva autocefalia debería ser reconocida sinódicamente por todas las autocefalias existentes -catorce en total- y no por un solo patriarca, que tiene solo una primacía de honor.

Las objeciones de los rusos

Quizá la declaración más interesante es la de Vladislaw Petrushko, profesor de la Universidad de Saint Tikhon, en una entrevista concedida a Interfax-Religion:

"Me parece que ha llegado el momento de que todo el mundo ortodoxo se pregunte si realmente necesitamos un 'primer patriarca de honor' que se guía en sus actividades no por el mandamiento cristiano del amor, ni por los dogmas y cánones de la Iglesia ortodoxa, sino siguiendo las instrucciones del Departamento de Estado de Estados Unidos y los deseos de los políticos títeres en Ucrania.

"Sus 'ambiciones papales' personales son más importantes para él que la verdadera unidad de la Iglesia y la paz entre los creyentes. Quizás es hora de revisar y replantear críticamente la vigésimo octava regla del Concilio de Calcedonia, que elevó la sede de Constantinopla por una sola razón: como la capital del Imperio Romano de Oriente. Es hora de tomar nota del hecho de que Bizancio no existe desde hace más de cinco siglos y que la antigua y gloriosa Constantinopla se ha convertido hace mucho tiempo en Estambul".

Por otro lado, el sínodo de Moscú celebrado en septiembre aprobó varias resoluciones anticipando la excomunión de Bartolomé para el mes de noviembre. En efecto, habría intervenido en el "territorio canónico" de la "Iglesia rusa", reconociendo la autocefalia del obispo Epífanes de Kiev.

El Sínodo de Moscú emitió inmediatamente este memorando: "Cabe señalar que, al apoyar el cisma en Ucrania, el patriarca Bartolomé ha perdido la confianza de millones de creyentes. (El Sínodo) enfatiza que, debido a que la mayoría de los creyentes ortodoxos en el mundo no están en comunión eclesial con él, ya no tiene derecho a hablar en nombre de toda la ortodoxia mundial y a presentarse como su líder".

¿Cuál eclesiología?

Por supuesto, tal disputa no interesaría al mundo católico si no fuera por sus evidentes implicaciones políticas internacionales, y por el hecho de que el Papa sigue proponiendo el modelo ortodoxo como ejemplo de la sinodalidad que debe ser integrada en el "camino" de la Iglesia católica.

Hace apenas unos días, el 7 de octubre, el Soberano Pontífice se dirigió al grupo de trabajo (teológico) mixto católico-ortodoxo de San Ireneo en estos términos:

"Gracias a la paciencia constructiva del diálogo, en particular con las Iglesias ortodoxas, comprendemos mejor que la primacía y la sinodalidad en la Iglesia no son dos principios contrapuestos que deben mantenerse en equilibrio, sino dos realidades que se constituyen y se apoyan mutuamente al servicio de la comunión".

A partir de lo que vemos en el conflicto intra-ortodoxo, entendemos un poco mejor qué es la sinodalidad, en qué se basa y a qué conduce.

Primero, podemos constatar que esta eclesiología de la autocefalia a nivel nacional es una constitución eclesiástica enteramente humana, sin ninguna aspiración a un fundamento divino. La organización de la Iglesia, que ya no tiene piedra angular, se convierte precisamente en una aglutinación de autocefalias que ni siquiera saben sobre qué criterio definirse.

En efecto, no existe ningún principio del derecho divino que muestre cómo determinar qué jerarquía depende de otra, y los métodos para establecerla son puramente humanos. Es fácil darse cuenta que solo pueden ser métodos políticos. Por su propia naturaleza, la estructura sinodal y autocéfala de las "Iglesias" ortodoxas deben seguir un sistema político.

Por eso los rusos se quejan de la injerencia de Constantinopla: esta "primacía de honor" obedecía a razones políticas que ya no existen. De poco serviría invocar los cánones de los primeros concilios, porque las ciudades y los obispos honrados por estos cánones son casi inexistentes hoy en día, y todos se relacionan con una situación histórica.

La Iglesia romana, por otro lado, es la única que alguna vez ha reclamado y siempre se le ha reconocido una primacía no por razones políticas, sino por derecho divino, debido a la presencia del Sucesor de Pedro, a quien la Escritura atribuye las Llaves, un signo de la jurisdicción.

Solo ella establece las jerarquías y limita su jurisdicción territorial, con la plenitud de poder que le viene de Cristo.

El patriarca Ciril de Moscú

Sinodalidad, primacía e injerencia política

En el conflicto intra-ortodoxo, está claro que Constantinopla y Moscú representan los intereses de dos grandes ejes geopolíticos, que se enfrentan en Ucrania como en uno de los campos de batalla del escenario mundial.

¿Cómo se puede decidir si Ucrania debe elegir sus propios obispos? ¿Quién puede hacerlo? La respuesta de Moscú y Constantinopla difiere sobre una base política y no estrictamente teológica.

El problema aquí no es saber qué interés político (y por lo tanto qué patriarcado) es mejor, sino entender que el sistema sinodal se basa únicamente en un molde geopolítico, y que este molde solo refleja las divisiones.

Por tanto, Moscú trabaja desde hace algún tiempo para transferir la primacía de honor al patriarca ortodoxo de Jerusalén, que sería una pieza importante para la influencia rusa en Oriente Medio.

Algunos podrían objetar en este punto que incluso el Papa y el Vaticano, que además son muy cercanos a Bartolomé de Constantinopla (quien basa su autoridad residual precisamente en su amistad con Roma), ahora parecen representar intereses geopolíticos específicos, que hemos denunciado aquí varias veces.

¿Cuál es la diferencia?

La diferencia es que el primado romano, como fue revelado por Dios y es enseñado por la Iglesia católica, constituye en sí mismo el Pontífice super gentes et super regna - "por encima de los pueblos y por encima de los reinos", y coloca, por tanto, a la Iglesia universal por encima de todos los vínculos mundanos.

Nuestro Señor otorgó a Pedro una autoridad que permite que la Iglesia no tenga que depender de ningún poder terrenal, una autoridad única que corresponde a un solo bien común para servir, el de la Iglesia misma.

Por tanto, la actual sujeción del papado a los intereses seculares es una corrupción: es decir, la perversión de la autoridad recibida de Dios. En consecuencia, es solo por accidente y debido al pecado humano que el papado sirve a intereses distintos a los de la Iglesia universal.

En el sistema sinodal ortodoxo, en cambio, carente de un principio único de autoridad basado en la Revelación, la trazabilidad de los intereses geopolíticos en las relaciones eclesiales es una necesidad inevitable, es connatural al sistema, y ​​revela su origen puramente humano: sin Pedro no puede haber un gobierno único, como tampoco puede haber un bien común de la Iglesia universal, preferible a cualquier interés político.

En resumen: actualmente, en la Iglesia católica, existe una autoridad única que debe buscar la consecución del bien común, pero que, de forma culpable, no lo hace; en el sistema ortodoxo, tal bien común general no puede existir porque no existe una autoridad competente para determinarlo y perseguirlo.

Si se asumiera que el sistema ortodoxo es legítimo, entonces habría que admitir que las graves deficiencias de este sistema deben atribuirse a la forma en que Jesucristo fundó la Iglesia y no a las faltas humanas. Cualquiera puede ver cómo la sinodalidad ortodoxa, promocionada y elogiada por el Papa como modelo, conduce a la blasfemia.