Sínodo sobre la Sinodalidad: un fruto maduro del Concilio Vaticano II (2)
La XVII Asamblea General del Sínodo sobre la Sinodalidad
El XVI Sínodo de los Obispos, dedicado a la sinodalidad, finalizó el 27 de octubre de 2024, dejando en manos del Papa Francisco un documento resumido que este último se contentó con promulgar, haciéndolo parte de su magisterio. La secretaría del Sínodo, sin embargo, aclaró que este gesto no lo convierte en “normativo”. ¿Pero qué contiene este documento?
El primer artículo analizó el primer capítulo del Documento Final (DF), que se presenta como el “corazón de la sinodalidad”, y que intenta dar una definición del concepto que ha ocupado los debates durante tres años y que todavía parecía misterioso. Utilizando los textos de la Comisión Teológica Internacional (CTI), la misión está más o menos cumplida, pero no gracias al sínodo...
La segunda parte, titulada Juntos, en la Barca, está dedicada a la conversión de relaciones que construyen la comunidad cristiana y configuran la misión en el entrelazamiento de vocaciones, carismas y ministerios.
La relación en el centro de la sinodalidad
Las últimas líneas del n° 48 que cierra el primer capítulo dicen: "Tanto la sinodalidad como la ecología integral asumen la perspectiva de las relaciones e insisten en la necesidad de cuidar los vínculos: por eso se corresponden y se complementan en el modo de vivir la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo".
Y expresa una queja de todas las desigualdades que existen en el mundo: "desigualdades entre hombres y mujeres, racismo, división de castas, discriminación de las personas con discapacidad, violación de los derechos de las minorías, falta de voluntad para acoger a los migrantes. Incluso la relación con la tierra, nuestra hermana y madre, presenta los signos de una fractura que pone en peligro (...) tal vez a toda la humanidad".
Asimismo, añade que "la clausura más radical y dramática es la que se refiere a la propia vida humana, que conduce al descarte de los niños, desde el seno materno, y de los ancianos", haciendo alusión a la eutanasia que se impone progresivamente en todas partes.
El DF describe luego las relaciones que deben existir entre los miembros de la Iglesia, en la medida en que todos “son sujetos activos de la evangelización”; y luego enumera los casos particulares, comenzando con las mujeres en el n° 60.
Este largo párrafo, en gran medida el más extenso del DF con sus 372 palabras, logró sin embargo reunir el mayor número de votos negativos (97 de 365, o casi el 30%), sin duda porque, a pesar de todas las aperturas que propone, concluye diciendo que "la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal también sigue abierta. Es necesario un mayor discernimiento a este respecto".
Se trata a continuación la cuestión de los niños, jóvenes, discapacitados, cónyuges, vida consagrada, teólogos (que tienen derecho a una nueva citación de la CTI), todo en párrafos que podrían calificarse de prolijos y angustiantes.
Luego viene el turno del clero, o “ministerio ordenado” según el título de esta sección. Recordando en el n° 70 que el episcopado es un “servicio en, con y para la comunidad”, los participantes concluyen: “Por ello, la Asamblea sinodal desea que el Pueblo de Dios tenga más voz en la elección de los obispos”, lo que da lugar a múltiples imaginaciones.
¿Cómo podría el “Pueblo de Dios” estar bien informado sobre tal o cual miembro del clero? Especialmente si este último no es de la parroquia o diócesis. ¿Y de qué forma la elección (¿y según qué criterios?) podría promover el nombramiento de buenos clérigos?
El resto es prácticamente lo mismo: una crítica al hecho de que "la relación constitutiva del obispo con la Iglesia local no aparece hoy con suficiente claridad en el caso de los obispos titulares (n° 70)". Y también menciona "la necesidad de clarificar el papel de los obispos auxiliares y de ampliar las tareas que el obispo puede delegar (n° 71)".
El Sínodo propone luego "ayudar a obispos, presbíteros y diáconos a redescubrir la corresponsabilidad en el ejercicio de su ministerio, que requiere también la colaboración con otros miembros del Pueblo de Dios". En particular mediante "un discernimiento más valiente de lo que pertenece propiamente al ministerio ordenado y de lo que puede y debe delegarse en otros" (n° 74).
"Esta perspectiva no dejará de repercutir en los procesos de toma de decisiones caracterizados por un estilo más claramente sinodal. También ayudará a superar el clericalismo, entendido como el uso del poder en beneficio propio y la distorsión de la autoridad de la Iglesia que está al servicio del Pueblo de Dios" (ibid.).
Esto conduce a ofrecer a los "laicos, hombres y mujeres" más "oportunidades de participación (...) en un espíritu de colaboración y corresponsabilidad eclesial y sinodal". Cabe destacar tres puntos: "una participación más amplia de los laicos y laicas en los procesos de discernimiento eclesial y en todas las fases de los procesos de toma de decisiones".
Luego "un acceso más amplio de los laicos y laicas a los puestos de responsabilidad en las diócesis y las instituciones eclesiásticas, incluidos los seminarios, los institutos y las facultades de teología". Finalmente, "el aumento del número de laicos cualificados que actúan como jueces en los procesos canónicos".
Esto es despojar al clero de su tarea, confiada por Cristo a quienes están investidos del sacramento del Orden. Por ejemplo, para ser juez en materia canónica se debe ser al menos “clérigo”, en el sentido eclesiástico del término. La facultad de juzgar propiamente en una diócesis pertenece al obispo y a aquellos a quienes él delega, pero para recibir esta delegación es necesario ser clérigo...
Esta última desviación ha sido favorecida por Francisco, quien parece burlarse completamente de esta jurisdicción, incluso de la que fue falsamente expuesta en el Concilio Vaticano II. Para él tienen jurisdicción aquellos a quienes él la da, sin importar quienes sean: clérigo o laico, hombre o mujer. Es apropiarse simple y llanamente de las prerrogativas de Cristo, Fundador de la Iglesia.
Este sínodo es verdaderamente un fruto podrido y envenenado, que “naturalmente” creció en el árbol del Concilio.
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Fuente: Saint-Siège – FSSPX.Actualités
Imagen: © Vatican Média