Sínodo sobre la Sinodalidad: un fruto maduro del Concilio Vaticano II (3)

Fuente: FSSPX Actualidad

El XVI Sínodo de los Obispos, dedicado a la sinodalidad, finalizó el 27 de octubre de 2024, dejando en manos del Papa Francisco un documento resumido que este último se contentó con promulgar, haciéndolo parte de su magisterio. La secretaría del Sínodo, sin embargo, aclaró que este gesto no lo convierte en “normativo”. ¿Pero qué contiene este documento?

El primer artículo analizó el primer capítulo del Documento Final (DF), que se presenta como el “corazón de la sinodalidad”, intentando definirla, lo cual logra gracias a los textos de la Comisión Teológica Internacional (CTI). El segundo artículo examinó las relaciones planteadas por el sínodo y la forma en que se despoja al clero de su tarea, a pesar de que esta última le ha sido confiada por el propio Cristo.

La tercera parte ("Echar la red") examina la "conversión de los procesos". Examina tres elementos: "el discernimiento eclesial, el cuidado en los procesos de toma de decisiones y el compromiso de rendir cuentas y evaluar los resultados de las decisiones tomadas" (n.º 79), que "están estrechamente vinculados" (n° 80).

La impresión dominante es la de la proyección de un esquema de lectura sobre la Iglesia, su estructura y sus responsabilidades - muy a menudo derivadas de esta estructura de origen divino. Un enfoque que tiene un parecido asombroso con la democracia moderna, tal como se entiende hoy en muchos países. Pero la Iglesia no es tal democracia.

"Un discernimiento eclesial hecho por todos"

La razón de esta ampliación a todos se expone en el n° 81: "Tal discernimiento se sirve de todos los dones de sabiduría que el Señor distribuye en la Iglesia y hunde sus raíces en el sensus fidei comunicado por el Espíritu a todos los bautizados. En este espíritu debe entenderse y reorientarse la vida de la Iglesia sinodal misionera", es decir, en un grave error eclesiológico.

En los números siguientes se ofrece una posible organización de las "etapas del discernimiento eclesial", y a continuación se examinan las fuentes: la Escritura, la Tradición, los Padres, el Magisterio, la teología y las "aportaciones de las ciencias humanas, históricas, sociales y administrativas, sin las cuales no es posible conocer seriamente el contexto en el que y con vistas al cual se realiza el discernimiento".

Esta precisión no es baladí: las aportaciones de las ciencias humanas son uno de los reclamos del Camino Sinodal alemán, que las utiliza para rechazar la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad, o sobre la imposibilidad de ordenar mujeres, y contraponerla a las elucubraciones de pensadores alimentados en el existencialismo, el marxismo, la teoría de género y muchas otras tonterías.

Es, pues, una forma de afirmar que las decisiones deben diferenciarse en función de la cultura. Nadie negará que las decisiones pastorales pueden diferir según el contexto, pero no se basan en teorías contemporáneas de las ciencias humanas, que quedarán desfasadas en el futuro.

"La articulación de los procesos de decisión"

El n° 92 es sumamente interesante. Comienza afirmando que "la competencia decisoria del obispo, del Colegio episcopal y del obispo de Roma es irrenunciable, ya que hunde sus raíces en la estructura jerárquica de la Iglesia establecida por Cristo al servicio de la unidad y del respeto de la legítima diversidad", lo cual es perfectamente católico. Pero prosigue:

"Sin embargo, no es incondicional: no se puede ignorar una consulta que surge en el proceso consultivo (...). Por eso, la fórmula recurrente en el Código de Derecho Canónico que habla de un 'voto solamente consultivo' debe ser reexaminada. Por lo tanto, parece oportuna una revisión de las normas canónicas (...), que aclare tanto la distinción como la articulación entre consultivo y deliberativo.

En otras palabras, ya no habrá "consultivo", todo será más o menos "deliberativo". Y esto tiene que ocurrir rápidamente: "Sin cambios concretos a corto plazo, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble y esto alejará a los miembros del Pueblo de Dios que han sacado fuerza y esperanza del camino sinodal", advierte el n° 94. 

"Transparencia, responsabilidad, evaluación"

Este capítulo está alimentado por la crisis de los abusos, pero va mucho más allá: pretende establecer una especie de supervisión de los procesos y de sus responsables, que es ajena a toda la Tradición. Existen estructuras fundadas por Cristo, y a ellas corresponde asumir la misión que les ha sido encomendada.

Cuando se producen abusos y disfunciones, la solución está siempre en la conversión y en una vida espiritual renovada, que tantas veces han ocupado el centro de la actividad de los santos papas, de los santos obispos y de los santos fundadores. Y no en sistemas de vigilancia de la autoridad por los fieles.

El n° 103 pide "procedimientos para la evaluación periódica del desempeño de todos los ministerios y de cada orden de la Iglesia". Y el n° 102 que "la forma en que se aplican los procesos de rendición de cuentas y evaluación a nivel local formará parte del informe presentado durante las visitas ad limina".

Una cosa parece haber escapado por completo a los miembros del Sínodo: el clero ejerce un ministerio cuya parte principal escapa a toda evaluación. Las actitudes, la observancia de las reglas, la manera de actuar, las competencias técnicas, pueden ciertamente examinarse: pero la vida interior, la intensidad de la oración, la unión con Dios, el don de la gracia a las almas, ¿quién los medirá?

"Sinodalidad y órganos de paticipación"

Este último elemento considera los organismos ya existentes, y la posibilidad de ampliar su número ya excesivo (sínodo diocesano, consejo presbiteral, consejo pastoral diocesano, consejo pastoral parroquial, consejo diocesano y parroquial para los asuntos económicos). Pero es una excelente palanca para aplicar las orientaciones sinodales. El nº 104 pide que sean obligatorios.

En cuanto al nº 106, que trata de la composición de estos organismos, propone que, "en función de las necesidades de los distintos contextos, puede ser oportuno prever la participación de representantes de otras Iglesias y Comuniones cristianas, a semejanza de lo que ocurre en la Asamblea sinodal, o de representantes de otras religiones en función de zona". ¡Una aberración más!

Y para cerrar este capítulo, se propone "como modelo de consulta y escucha, celebrar asambleas eclesiales a todos los niveles con cierta regularidad, procurando no limitar la consulta a la Iglesia católica, sino estar abiertos a escuchar la aportación de otras Iglesias y Comuniones cristianas, y permaneciendo atentos a las religiones presentes en el territorio".

Se trata de una lógica parlamentaria de democracia moderna, digan lo que digan los que intentan negarlo: debe haber comisiones a todos los niveles, reuniones periódicas con todos los partidos, incluso los de la oposición, y una "búsqueda de consenso", expresión que aparece siete veces en el documento.

Pero ni la fe, ni la moral, ni la pastoral son consensuales. La fe es un don de Dios, la moral brota de ella con fuerza vinculante y según la enseñanza del magisterio, y la atención pastoral radica en la gracia particular que un obispo, o incluso un sacerdote, recibe para su rebaño. En este último caso, puede, y a menudo debe dejarse aconsejar, pero el obispo es el pastor y también el sacerdote.

No es casualidad que este fruto sinodal haya nacido en la estela del Concilio, que pretendía, según el cardenal Ratzinger, "adquirir los mejores valores expresados en dos siglos de cultura 'liberal'. Se trata, en efecto, de valores que, aunque hayan nacido fuera de la Iglesia, pueden encontrar su lugar -purificados y corregidos- en su visión del mundo. Esto es lo que se ha hecho". (Entrevista a Vittorio Messori, en la revista mensual Jesus, noviembre de 1984, p. 72)