Tres análisis sobre la crisis del coronavirus

Fuente: FSSPX Actualidad

Mgr Thomas Paprocki

La crisis provocada por la pandemia de coronavirus está sacudiendo a la sociedad no solo en los ámbitos científico y médico, sino también en los ámbitos de la economía, la filosofía, la moral y la religión. A continuación, presentamos tres análisis complementarios; provienen de un obispo estadounidense, un cardenal romano y un erudito italiano.

¿Podemos prohibir la práctica religiosa?

En su blog del 26 de septiembre de 2020, Jeanne Smits compartió las reflexiones de Monseñor Thomas Paprocki, obispo de Springfield, Illinois (Estados Unidos), quien publicó recientemente un estudio filosófico sobre el confinamiento impuesto por las autoridades civiles para contener la propagación del coronavirus, en la edición de septiembre de la revista católica de bioética Ethics & Medics.

Su razonamiento se basa en la distinción entre los medios extraordinarios y ordinarios para salvar vidas humanas: "Si bien es cierto que algunas personas pueden adoptar voluntariamente medios [extraordinarios], solo los medios ordinarios que no imponen una carga indebida son moralmente necesarios para preservar la vida, tanto por parte de los individuos como de la sociedad en su conjunto" explica.

El prelado estadounidense toma pues los principios morales, comúnmente utilizados para la toma de decisiones clínicas con respecto a los individuos, y los aplica a la sociedad en su conjunto: "Primero, aunque reconocemos que nuestra vida humana es uno de nuestros mayores dones, no es un valor moral absoluto y de hecho, es secundario a la vida eterna de nuestra alma inmortal", escribe. Si bien la vida debe ser tratada "con respeto y reverencia", existen bienes superiores, como se puede ver en "el martirio o intentar salvar la vida de otro".

Monseñor Paprocki señala: "Si tenemos la obligación moral de utilizar todos los medios posibles, incluso los medios extraordinarios, para preservar la vida, entonces ni siquiera deberíamos subirnos a nuestros automóviles, ya que existe el riesgo de que nos maten, dado que más de treinta y cinco mil personas han muerto en todo el país [en los Estados Unidos] en accidentes automovilísticos cada año desde 1951". En lugar de prohibir completamente el tráfico de automóviles, la sociedad ha implementado ciertos dispositivos de seguridad para reducir el riesgo de accidentes: por ejemplo, cinturones de seguridad y bolsas de aire.

"De manera similar, frente a una pandemia, ¿tenemos la obligación moral de cerrar nuestra sociedad, exigir que las personas se queden en casa, dejar a los empleados sin trabajo, llevar las empresas a la quiebra, dañar la cadena de suministro de alimentos y evitar que los fieles acudan a la Iglesia?", pregunta Monseñor Paprocki.

"Yo diría que no. Eso sería imponer medios extraordinarios e indebidamente gravosos".

Sin abordar la cuestión de si los ciudadanos pueden negarse a cumplir con medios extraordinarios, Monseñor Paprocki cree que "la Corte Suprema de los Estados Unidos se equivocó" cuando dictaminó que Gavin Newsom, el gobernador demócrata de California, podía aplicar una ordenanza "que discriminaba los lugares de culto al imponer restricciones numéricas a las reuniones públicas".

"La salud física es importante, pero el bien supremo es la vida eterna", subraya Monseñor Paprocki en su conclusión: "El libre ejercicio de la religión y el acceso a los medios de salvación establecidos por Cristo a través de la Iglesia deben tener prioridad en el orden moral y legal". Y menciona el Evangelio según San Mateo, donde Cristo afirma: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, y que no pueden matar el alma; más temed a aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehena" (Mr. 10:28).

Para volver a la normalidad

En una carta titulada "¡Volvamos con alegría a la Eucaristía!", publicada el 12 de septiembre de 2020 en Vatican News, el cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, declara: "Es necesario y urgente volver a la normalidad de la vida cristiana".

En esta carta enviada a los presidentes de las Conferencias Episcopales, el prelado nos recuerda que las retransmisiones masivas online no pueden sustituir a la Eucaristía.

"Tan pronto como las circunstancias lo permitan, sin embargo, es necesario y urgente volver a la normalidad de la vida cristiana, cuyo hogar es el edificio de la iglesia", afirmó el prefecto, recordando que la Eucaristía sigue siendo "la cumbre hacia la cual la actividad de la Iglesia está dirigida; y al mismo tiempo es la fuente de la que emana todo su poder". Si los cristianos han aceptado este tiempo de ayuno eucarístico, ahora debemos volver a Cristo "con mayor deseo" para evangelizar.

Reconociendo que los medios de comunicación han prestado un gran servicio durante la pandemia, recuerda que "ninguna transmisión [de la misa] es comparable a la participación personal ni puede reemplazarla". El contacto físico con Cristo es "insustituible", insiste, y estas transmisiones incluso corren el riesgo de alejar a los fieles del "encuentro personal e íntimo con el Dios encarnado".

El prelado guineano señala las lamentables consecuencias que ha tenido la prevención del virus en materia litúrgica: "la debida atención a las normas de higiene y seguridad no puede conducir a la esterilización de gestos y ritos", advierte. Y pide a los obispos que velen para que "la participación de los fieles en la celebración de la Eucaristía no sea reducida, por parte de las autoridades públicas, a una simple reunión". Las autoridades civiles no pueden legislar en materia litúrgica, recuerda.

Facilitar la participación de los fieles no debe conducir a probar "experimentos rituales improvisados", escribe, pidiendo respeto por las normas litúrgicas. También reconoce que los fieles tienen "derecho a recibir el Cuerpo de Cristo y a adorar al Señor presente en la Eucaristía en la forma prevista, sin limitaciones que vayan incluso más allá de lo indicado por las normas de higiene dictadas por las autoridades públicas o el episcopado".

Un pontificado clínicamente extinto

En una entrevista con el vaticanista Aldo Maria Valli, publicada en su blog el 14 de septiembre de 2020, el historiador Roberto de Mattei ve, entre los efectos inesperados de la crisis provocada por el coronavirus, el fin de la estrategia de comunicación de Francisco.

Aldo Maria Valli: ¿Cómo ve este año 2020, el año del coronavirus?

Roberto de Mattei: Como el año de un gran punto de inflexión. Limitémonos a un ejemplo: los viajes del Papa. Todos los viajes del Papa Francisco han sido suspendidos, desde el viaje a Argentina, donde debía reunirse con el nuevo presidente Alberto Fernández, hasta el aún no programado viaje a Beijing para celebrar el acuerdo con el régimen comunista chino. Estos viajes han jugado un papel decisivo en la estrategia de comunicación del Papa Francisco, que en siete años ha realizado 31 de ellos a 49 países diferentes: viajes de fuerte significación simbólica, como los realizados a la isla de Lesbos, o a Abu Dabi. Durante sus viajes se han pronunciado frases que han pasado a la historia, como el famoso "¿Quién soy yo para juzgar?" [A su regreso de la JMJ 2013 en Río, sobre los homosexuales. Nota del editor] Hoy, la Oficina Pontificia de Viajes incluso ha sido cerrada, y no se planean nuevos viajes papales antes de 2022. Por otro lado, la Plaza de San Pedro está vacía, y ni las imágenes televisadas del Papa Francisco, ni sus libros y entrevistas atraen ya la opinión pública. El coronavirus asestó el golpe definitivo a su pontificado, ya en crisis. Cualquiera que sea el origen del virus, esta fue una de sus principales consecuencias. Para usar una metáfora, el pontificado de Francisco me parece clínicamente muerto.

A.M.V.: Sin embargo, el 3 de octubre, el Papa publicará su tercera encíclica, Fratelli tutti. Sulla fraternità e l´amicizia sociale, [Hermanos todos. Sobre la fraternidad y la amistad social] que se considera su documento programático para afrontar el mundo futuro.

R. de M.: No es casualidad que el Papa vaya a Asís para firmar el documento. Esto muestra la importancia del contexto simbólico en el que se ubican sus mensajes. Sin embargo, no creo que este pequeño viaje sea suficiente para que la encíclica despegue con los medios de comunicación. En 1989, el año en que cayó el Muro de Berlín y el bicentenario de la Revolución Francesa, el tema de la fraternidad o "solidaridad" fue lanzado por la izquierda internacional como leitmotiv de los años venideros. La hermandad universal, que es uno de los principios de la Revolución de 1789, exige un mundo unificado en el que caigan todas las barreras geográficas y culturales. Hoy, por el contrario, el proceso de globalización y disolución de fronteras ha sido interrumpido por el coronavirus, que ha levantado barreras sanitarias más rígidas e intransitables que las viejas fronteras histórico-políticas. En este sentido, también, el virus ha demostrado ser un golpe mortal a la estrategia del Papa Francisco.

A.M.V.: ¿Cree en la existencia de una "dictadura de la salud"?

R. de M.: Tenemos que ponernos de acuerdo primero sobre el término "dictadura de la salud". Si nos referimos a la imposición de máscaras por parte del gobierno, el distanciamiento social o el lavado frecuente de manos, no me parece que podamos hablar de "dictadura", sino simples reglas de precaución utilizadas en todas las epidemias del pasado, incluso por parte de santos que hicieron todo lo posible para curar a las víctimas de la plaga. Si nos referimos en cambio a la imposición de reglas a la Iglesia, en cuanto a la apertura de edificios y la realización de ceremonias religiosas, me parece que el uso del término "dictadura" es más que legítimo, porque el Estado no tiene derecho a entrar en el ámbito eclesiástico, por ejemplo, obligando a los fieles a recibir la comunión en la mano. Sin embargo, me parece que a menudo, más que una imposición por parte del Estado, se trata de la auto esclavitud de las autoridades eclesiásticas a las autoridades políticas. Frente a estas medidas, que difunden la irreverencia y el sacrilegio, el fiel católico tiene el derecho y el deber de la objeción de conciencia, mientras que está obligado a respetar las leyes del Estado siempre que no transgredan directamente la ley divina, natural o eclesiástica.