Vaticano I: una mirada retrospectiva a un Concilio inconcluso (9)
Le cardinal Jean-Baptiste Franzelin
Hace ciento cincuenta años, se inauguró el Concilio Vaticano I, bajo la dirección del Papa Pío IX. En la siguiente serie de artículos, FSSPX.Actualidad repasará la historia del Concilio que se convirtió en el escenario de la oposición entre liberales y ultramontanos, y al término del cual se proclamó el dogma de la infalibilidad papal.
Episodio 9: una honda estival
Después del rechazo de la propuesta del cardenal Guidi, quien presentó una definición moderada de la infalibilidad pontificia, los miembros de la delegación de la fe no se dieron por vencidos. Trabajaron arduamente para encontrar una fórmula capaz de lograr un consenso más o menos general.
La duración y la aspereza de los debates contribuyeron a mostrar a los partidarios de la infalibilidad la complejidad del problema y la necesidad de adoptar una actitud más moderada, así como de encontrar las palabras correctas. En cuanto a la minoría, se resignó a tener que aceptar la idea de una definición que la incomodaba.
El cardenal Luigi Bilio, uno de los presidentes del Concilio, propuso a los padres Franzelin y Kleutgen elaborar una nueva fórmula que no extendiera excesivamente el objeto de la infalibilidad. Esta acción también contribuiría a tranquilizar a las cancillerías europeas que temían las intervenciones pontificias en el campo político. Finalmente, la nueva fórmula tendría cuidado de no presentar nunca al Papa como "separado" o "independiente" de la Iglesia en el ejercicio de su infalibilidad.
Al principio, este acuerdo pareció satisfacer tanto a los ultramontanos como a su líder, el cardenal Henry Manning, y al ala anti-infalibilidad liderada por Monseñor Wilhelm von Ketteler, obispo de Maguncia.
Pero del dicho al hecho hay mucho trecho... El 13 de julio de 1870, todo el documento fue sometido a votación. Al menos cincuenta Padres Conciliares presentes en Roma decidieron practicar la política de la silla vacía. Peor aún, de los 601 votos emitidos, hubo 88 non placet, es decir, votos de rechazo, y 62 placet juxta modum (solicitud de nuevas enmiendas). Incluso los miembros del partido romano se mostraron poco satisfechos con el texto propuesto.
¿Podría ser que, en esta votación, según la opinión del cardenal Pie, influyó un telegrama enviado desde París, que anunciaba la inminencia de una guerra contra Prusia y, por lo tanto, la posibilidad de que la minoría en el Concilio viera diferida la definición de la infalibilidad? ¿O fue consecuencia de la modificación, unos días antes, de un canon que condenaba ciertas tesis apoyadas por la minoría, bajo la presión del cardenal Manning y con el apoyo del papa Pío IX?
Cualesquiera que hayan sido las razones de la votación del 13 de julio, el hecho es que una cuarta parte de los Padres Conciliares creyó conveniente expresar su desacuerdo, incluidas varias figuras de renombre mundial.
El Padre Emile Amann, en el Dictionnaire de théologie catholique, comenta lo siguiente: "Estábamos muy lejos de aquella famosa unanimidad moral, la cual, definitivamente, no era una condición para la validez de las decisiones conciliares, pero era, en todos los aspectos, muy deseable lograr".
A partir de ese momento, sería necesario redoblar los esfuerzos y la buena voluntad para reconstruir la unidad. Pero los organizadores del Concilio seguían siendo optimistas. Roma no se construyó en un día.
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