El caso del catecismo holandés (1966-1968)

Fuente: FSSPX Actualidad

El Padre Edward Schillebeeckx y el catecismo holandés en traducción francesa

Siempre es conveniente recordar el asunto del catecismo holandés, mencionado por Monseñor Peter Kohlgraf como punto de comparación con la evolución de la Iglesia de Alemania, que padece los dolores de parto de su Camino sinodal al que ha portado durante cuatro años, y que anuncia el mismo desastre que su referencia holandesa, si no mucho peor.

Los antecedentes

Los católicos holandeses son reconocidos desde hace mucho tiempo por su fe, ya que tuvieron que lidiar con un clima protestante hostil desde finales del siglo XVI. En el siglo XX se convirtieron en mayoría, con estructuras importantes, una identidad fuerte y numerosos misioneros en todo el mundo.

Pero después de la guerra, el materialismo transformó la vida. La práctica –más del 70%– estaba en declive. Desde principios de la década de 1960, el uso de anticonceptivos se generalizó entre los católicos holandeses, lo que resultó en una reducción del tamaño de la familia, el número de candidatos al seminario y una disminución del sentido de la fe. El tradicional distanciamiento con los protestantes ya no tenía sentido.

El contexto

Desde 1956, el episcopado holandés encargó a profesores del Instituto Catequético Superior de Nimega la redacción de un catecismo para niños. En 1960 se decidió hacerlo también para los adultos. Fue publicado en 1966 con el imprimatur del cardenal Bernard Alfrink.

El asesoramiento es obra del jesuita holandés Piet Schoonenberg (1911-1999) y del dominico de origen belga Edward Schillebeeckx (1914-2009), profesores del Instituto. El Padre Schillebeeckx fue una voz escuchada en el Concilio Vaticano II, aunque no fue nombrado experto.

El origen de las graves deficiencias del catecismo

El texto toma en cuenta la situación del mundo, tratando de captar de manera positiva las diferentes religiones, incluido el marxismo, como expresiones de la búsqueda de Dios. Integra la perspectiva de la ciencia y la de la evolución. Este enfoque ya adolece de graves errores.

Sin embargo, lo peor no es eso. Se expusieron graves errores, cuya raíz residía en dos intenciones subyacentes. La primera: llevarse bien con la parte protestante del país, intentando mejorar las explicaciones católicas, pero también evitando lo que pudiera desagradar a los reformados.

La segunda: el objetivo era llegar al mundo moderno. Esto llevó a buscar fórmulas suaves, a evitar temas difíciles (el pecado original, los milagros) y a interpretar otros “menos creíbles”, como la concepción virginal, los ángeles y la resurrección, como metáforas. Los editores se habían convencido de que estos puntos no eran estrictamente cuestiones de fe y que eran libres de una interpretación simbólica.

Finalmente, los editores buscaron expresiones alternativas a las fórmulas tradicionales de la fe, sustituyéndolas por una terminología “filosófica”. Esto condujo a reconstrucciones difíciles e inusuales de dogmas centrales –Trinidad, personalidad de Jesucristo, pecado, sacramentos– que perdieron precisión. El problema está en lo que no se afirma o en lo que se reinterpreta.

La oposición de los verdaderos católicos

Inmediatamente surgió la oposición de los católicos adecuadamente formados. Estos últimos expusieron las deficiencias en un periódico (Confrontation) y enviaron una carta al Papa, publicada en la prensa católica (De Tijd). Los redactores del catecismo reaccionaron muy mal.

Pablo VI nombró entonces, de acuerdo con Alfrink, una comisión mixta de tres teólogos romanos (Edouard Dhanis, Jan Visser y Benedict Lemeer) y tres miembros del Instituto de Nimega (Schoonenberg, Schillebeckx y W. Bless). Se reunieron en Gazzada (Italia) en abril de 1967, pero la delegación del Instituto rechazó, por principio, cualquier cambio.

La comisión cardenalicia

Pablo Vl nombró entonces una comisión de seis cardenales (junio de 1967): Josef Frings, Joseph-Charles Lefèbvre, Lorenz Jaeger, Ermenegildo Florit, Michael Browne y Charles Journet quienes estarían asistidos por 7 teólogos. La lista de puntos a corregir o aclarar era larga e interminable.

Existencia de ángeles y demonios, creación inmediata del alma por Dios, pecado original, poligenismo, concepción virginal de Cristo, virginidad perpetua de María, satisfacción expiatoria del sacrificio de la cruz, perpetuación del sacrificio en la Eucaristía, transubstanciación, presencia real, infalibilidad de la Iglesia, sacerdocio ministerial y sacerdocio común, primacía romana, conocimiento de la Trinidad, conciencia divina de Jesús, bautismo, sacramento de la penitencia, milagros, muerte y resurrección, juicio y purgatorio, universalidad de las leyes morales, indisolubilidad del matrimonio, control de natalidad, pecados graves y leves, estado civil.

La comisión emitió una Declaración (15 de octubre de 1968), indicando las correcciones y adiciones necesarias. El Instituto se negó a corregir el texto y favoreció las traducciones al alemán, francés, inglés y español, sin rectificaciones ni nihil obstat. Los autores estaban convencidos de que su propuesta era el futuro de la Iglesia y estaban dispuestos a defenderla a toda costa.

Se decidió transformar las correcciones en un Suplemento de unas veinte páginas, que podría añadirse a los volúmenes no vendidos de las diferentes ediciones y traducciones, con el acuerdo de los editores. Evidentemente se trataba de una mala solución, totalmente insuficiente.

La influencia sobre el "concilio" pastoral holandés

Este “concilio”, iniciado en 1966, incluso antes del fin del Concilio Vaticano II, estuvo influenciado por los errores del catecismo holandés. En particular, la tercera sesión (1969) estuvo fuertemente desgarrada por el clima creado por la cuestión del catecismo y por la tensión con Roma que resultó de su examen y de la Declaración de la comisión cardenalicia.

Lo que explica en parte los excesos que este “concilio” examinó y luego aprobó con la bendición del episcopado holandés.

Pablo VI, a petición de Jacques Maritain y del cardenal Charles Journet, que prepararon el marco del texto, reaccionó mediante la publicación del Credo del Pueblo de Dios proclamado solemnemente en el Vaticano el 30 de junio de 1968, con motivo de la clausura del Año de la Fe. El Papa prácticamente reafirmó las verdades de fe negadas o cuestionadas por el catecismo holandés sin nombrarlas.

Pero ya era tarde, demasiado tarde: esto no evitó el previsible desastre de la Iglesia en los Países Bajos. Tampoco que el catecismo holandés se convirtiera en el manual neomodernista que más influyó en el pensamiento católico desviado en las décadas siguientes, hasta hoy.