San Agustín: la virginidad fecunda de María

Fuente: FSSPX Actualidad

Bartolomeo Cesi, La Virgen y el Niño con los Santos Domingo, Agustín y Felipe Benizi

San Agustín (354-430), es considerado el más grande de los Padres occidentales. Ejerció una influencia considerable en el desarrollo de la teología católica y de la doctrina espiritual. No escribió un tratado sobre la Virgen María, pero dejó algunos textos profundos sobre la madre del Verbo Encarnado.

Sobre la Inmaculada Concepción de María:

“Exceptuando, pues, a la santa Virgen María, acerca de la cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata de pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestión; pues aquella que mereció concebir y dar a luz a la Inocencia misma, el Verbo Encarnado, ¿no recibió acaso todas las gracias por las cuales saldría victoriosa de cualquier pecado? (La Naturaleza y la Gracia, 42)

Sobre la virginidad fecunda de la Iglesia y de María:

2. Si, según palabras del Apóstol (2 Co 11, 2), también la Iglesia es, en su totalidad, virgen desposada con un único varón, Cristo, ¡de cuánta gloria son coronados aquellos miembros suyos que guardan, en su propia carne, lo que guarda la Iglesia toda en la fe, imitando así a la madre de su Esposo y Señor!

En efecto, también la Iglesia es virgen y madre. Pues, si no es virgen, ¿de quién es la integridad por la que miramos? O, si no es madre, ¿de quién son esos hijos que engendramos por la Palabra? María dio a luz corporalmente a la Cabeza de este cuerpo, la Iglesia da a luz espiritualmente a los miembros de esa Cabeza.

En ninguna de las dos madres la virginidad impide la fecundidad; ni en una ni en otra la fecundidad es un obstáculo a la virginidad. Por tanto, considerando que la Iglesia entera es santa en el cuerpo y en el espíritu, pero en la universalidad de sus miembros ella es virgen en el espíritu más no en el cuerpo, ¡cuánto más santa será en aquellos miembros suyos en que es virgen en el cuerpo y en el espíritu!

Parentesco espiritual con Jesucristo

3. Está escrito en el Evangelio que, cuando anunciaron a Jesús que su madre y hermanos, es decir, sus parientes de sangre, le esperaban fuera porque no podían acercarse a Él a causa de la muchedumbre, el Salvador respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”  

Luego, extendiendo la mano sobre sus discípulos, dijo: “Estos son mis hermanos; y todo el que cumple la voluntad de mi Padre es mi hermano, mi hermana y mi madre.” (Mt 12, 48-50)

Con estas palabras nos dice claramente que prefiere nuestra alianza espiritual al parentesco carnal. ¿No nos dice esto que la felicidad, para los hombres, no consiste en tener con los justos y los santos una relación carnal, sino en estar unidos a ellos por la imitación de su vida y la sumisión a su doctrina? Así pues, María fue más dichosa por aceptar la fe en Cristo que por dar a luz la humanidad de Cristo.

En efecto, a una mujer que gritó: “Bienaventurado el seno que te llevó”; el Salvador replicó: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.” (Lc 11, 27-28) Por último, ¿qué provecho obtuvieron del parentesco sus hermanos, es decir, sus parientes de sangre, que rehusaron creer en Él?

De idéntica manera, de ningún provecho le hubiese sido a María su condición de Madre si no se hubiese sentido más feliz por llevar a Cristo en su corazón que por llevarlo en su cuerpo.

(Sobre la Santa Virginidad, 2-3)