Domingo de Ramos

Fuente: FSSPX Actualidad

El segundo Domingo de Pasión marca el inicio de la última semana de Cuaresma, la Semana Santa.

La liturgia de este día expresa por medio de dos ceremonias, una de alegría y  otra de tristeza, los dos aspectos del misterio de la Cruz.

La bendición y la procesión del Domingo de Ramos reviven la grandiosa escena de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, mientras que la misa recuerda la dolorosa Pasión que sufrirá el Salvador.

Esta mezcla de alegría y tristeza manifiesta la inconstancia de los hombres y la infidelidad del pueblo elegido. Por un lado, está la gloria y el honor que corresponde al Rey pacífico que hace su entrada entre los suyos, y por otro lado, la traición y la injusta condena que marcan el rechazo de la ciudad deicida.

"¡Jerusalén! ¡Jerusalén! tú que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas, y vosotros no habéis querido! He aquí que vuestra casa os queda desierta. Por eso os digo, ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: '¡Bendito el que viene en nombre del Señor!' (Mt. 23, 37-39).

En Jerusalén, en el siglo IV, se leía en este domingo, y en el lugar mismo en que se realizó, el relato evangélico que nos muestra a Cristo aclamado por las turbas como rey de Israel, y tomando posesión de la capital de su reino. Y, en efecto, Jerusalén era imagen del reino de la Jerusalén celestial.

Luego, un obispo, montado sobre un jumento, iba desde la cima del monte de los Olivos hasta la iglesia de la Resurrección, rodeado de la muchedumbre que llevaba en la mano ramos y cantaba himnos y antífonas.

La Iglesia de Roma adoptó esta costumbre añadiéndole el rito de la bendición del Domingo de Ramos, de ahí también el nombre de Pascua Florida dado a este domingo.

La costumbre de llevar a casa una palma bendita se extendió rápidamente. Este sacramental nos alcanza gracias, por virtud de la oración de la Iglesia. Unido al crucifijo, proclama nuestra fe en Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte.

Este ramo es una palma de la victoria para nuestro Rey, que realizó el sacrificio perfecto, el único capaz de reconciliar a los hombres con Dios haciéndole toda justicia.