Fiesta de Santiago el Mayor - 25 de julio

Fuente: FSSPX Actualidad

Presentamos un compendio del magnífico panegírico de Santiago el Mayor, hermano de San Juan, compuesto por Dom Guéranger para su Año Litúrgico.

Saludamos a la estrella resplandeciente que se eleva sobre la Iglesia. Compostela brilló una vez a través de él con el fulgor de tales fuegos que, durante mil años, el universo sufrió la atracción de la ciudad oscura que se había convertido, con Jerusalén y Roma, en uno de los centros poderosos de la piedad de los pueblos.

Entre los santos de Dios, no hay quien manifieste mejor la misteriosa supervivencia de los elegidos a su carrera mortal, en la búsqueda de los intereses que el Señor les ha encomendado. La vida de Santiago fue corta después de haber sido llamado Apóstol; el resultado de su apostolado apareció casi nulo en esta España que le fue dada: el primero de los doce abrió en la arena la gloriosa marcha que había de cerrar el otro hijo de Zebedeo.

No crean que la espada de un Herodes pueda desconcertar al Altísimo en los llamados que hace escuchar a los hombres de su derecha. La vida de los santos nunca se trunca; su muerte, siempre preciosa, lo es aún más cuando es por Dios y parece llegar antes de tiempo.

En el extremo norte de la Península Ibérica, en la tumba donde la piedad de dos discípulos había traído sigilosamente su cuerpo, habían pasado casi ocho siglos. Un día, sobre las zarzas que cubrían el monumento olvidado, centellearon luces, llamando la atención sobre este lugar que en adelante sería conocido solo como el campo de estrellas.

Pero de repente, ¿qué gritos resuenan, descendiendo de las montañas, sacudiendo los ecos de los profundos valles? ¿Quién es el líder desconocido que trae de vuelta a la batalla, contra un ejército inmenso, la pequeña tropa exhausta que el heroísmo más valiente no pudo salvar de la derrota el día anterior?

Rápido como el relámpago, blandiendo en una mano su estandarte blanco con la cruz roja, se lanza en picada con su espada sobre el desesperado enemigo, cuyos setenta mil cadáveres manchan con su sangre los pies de su caballo de guerra. ¡Salve al líder de la guerra santa cuya memoria este Año Litúrgico tantas veces ha recordado! ¡Santiago! ¡Santiago! ¡España, adelante!

Es la reaparición del mayor de los hijos del trueno, finalmente libre para arrojar un rayo a los nuevos samaritanos que pretenden honrar la unidad de Dios al ver solo a un profeta en su Cristo. Santiago será en adelante para la España cristiana la antorcha ardiente que el Profeta había visto, el fuego que devora a diestra y siniestra a las naciones que cercan la ciudad santa, hasta que recobre sus antiguos límites y sea habitada en el mismo lugar que antes por sus hijos.

Y cuando, después de seis siglos y medio, sus abanderados, los Reyes Católicos, hayan arrojado más allá de las olas los restos de la turba infiel que nunca debió atravesarlos, el valeroso líder de los ejércitos de las Españas dejará su brillante armadura, el matador de moros volverá a ser el mensajero de la fe.

Subiendo a su barca como pescador de hombres y reuniendo en torno a ella las intrépidas flotas de los Cristóbal Colón, los Vascos de Gama, los Albuquerques, los guiará por los mares desconocidos en busca de costas donde hasta entonces no ha sido llevado el nombre del Señor.

Por su contribución al trabajo de los doce, Santiago traerá del Occidente, del Oriente, del Sur, nuevos mundos que renovarán el asombro de Pedro ante tales capturas. Y aquel cuyo apostolado pudo haber sido creído, en tiempo del tercer Herodes, roto en su flor antes de haber dado sus frutos, podrá también decir: "No me considero inferior al más grande de los Apóstoles; porque, por la gracia de Dios, he trabajado más que todos ellos".